Empecé a leer ciencia ficción a los quince o dieciséis años. En ese momento no sabía que se le consideraba un género aparte- como al terror o la literatura fantástica y policiaca, separado de las grandes obras literarias universales-. No sabía, pues, que muchos la catalogaban como una literatura menor, escapista. Así que la leí sin prejuicios, como si los mundos del futuro y los universos creados por estos escritores pertenecieran con el mismo derecho al cánon de la literatura mundial.
Sin embargo leí muy poco. No había muchos libros de ciencia ficción en la biblioteca de mi mamá y, además, después de leer a Kerouac me obsesioné con él y con casi todo lo que publicaba Anagrama, así qué durante años me alejé de las naves espaciales y los viajes en el tiempo y los extraterrestres.
Apenas ahora he podido regresar y estoy simplemente fascinado. Para festejar mi regreso escogí leer tres novelas de una larga lista de libros que muchos consideran piezas fundamentales dentro del género:
1.Ubik, de Philip K. Dick
2.Estación de Tránsito, de Cliford D. Simak
3. La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin
(Los tres nombres, lo acabo de descubrir, tienen una inicial intermedia)
Las tres novelas, sorprendentemente diferentes, me provocaron reacciones por completo distintas. Y en las tres la ciencia ficción sirve a propósitos tanto ideológicos y emocionales diametralmente opuestos. Pero en cualquiera de los tres casos el espacio, el futuro, las civilizaciones extraterrestres no limitan unas historias que hablan de algo muy cercano, de algo que no le ocurrirá solamente a los hombres del futuro si no que nos está ocurriendo en este momento, como nos ha venido pasando desde el principio de los tiempos.
Para hablar de estas tres novelas empezaré citando una conferencia que Ursula K. Le Guin diera con respecto a La mano izquierda de la oscuridad en un congreso de futurología en los años sesentas. Le Guin dice con respecto a la literatura de ciencia ficción:
La ciencia ficción no es predictiva, es descriptiva.
No te recomiendo acudir a los escritores de ciencia ficción para conocer el futuro. Eso no tiene nada que ver con su oficio. Todo lo que ellos tratan de hacer es hablarte de cómo son ellos, y de cómo eres tú y de lo que está pasando: cómo está el clima ahora, hoy mismo, la lluvia, la luz del sol, ¡observa! Abre los ojos; escucha, escucha. Eso es lo que el novelista dice. Ellos no te hablan sobre lo que oirás o verás. De lo único que pueden hablarte es de lo que ellos han visto y oído en el tiempo que tienen en este mundo, cuya tercera parte han pasado durmiendo y soñando y la otra tercera parte contando mentiras.
Me gusta eso: La ciencia ficción no es predictiva si no descriptiva. Y si éstas tres novelas más allá de la trama y los universos creados en sus páginas, nos describen lo que sus autores han visto u oído según su muy particular manera de ver el mundo, tengo entonces una manera mas fácil de entender y traducir las diferentes emociones que despertó en mí su lectura y de observar las diferentes posibilidades con las que a través de la ciencia ficción estos escritores nos comparten sus inquietudes y su concepción de la vida.
Ubik de Philip K. Dick
Empezaré por Ubik. Escrita en 1969 por la pluma de uno de los, al menos últimamente, más valorados escritores norteamericanos: Philip K. Dick. Había leído antes algunos cuentos de K. Dick, (La segunda variedad, La fe de nuestros padres y En la tierra sombría) y en muchos sentidos me habían decepcionado. Simplemente no podía encontrar el motivo de las repetidas alabanzas a este escritor.
Ubik se desarrolla en un futuro dónde se ha descubierto el estado de la semi-vida. Los hombres antes de morir pueden ser congelados y mantenidos dentro de ataúdes helados en lugares especializados donde los mantienen en semi-vida. Los familiares pueden visitarlos y hablar con ellos a través de unos audífonos. Sin embargo, con cada visita, con cada vez que son traídos a la conciencia se les agotan las horas de semi-vida. El mundo de la semi-vida es un mundo como el nuestro salvo que en él las cosas retroceden temporalmente y se degradan. Lo único que puede impedir su degradación es UBIK, un aerosol, que además sirve casi para cualquier cosa.
La inagotable imaginación de Philip nos lleva a un mundo interesantísimo, pero aún más decadente y materialista que el nuestro, donde, hasta para usar una regadera o una puerta hay que insertar una moneda. El libro se desliza rápido bajo mis ojos y no me cuesta llegar al final en unas cuantas horas. Sin embargo, bajo la superficie, siempre tengo una sensación incomoda, una extraña incomodidad que hace que me separe del libro. Dick no permite que en ningún momento cree lazos con él, ni con su universo y mucho menos con sus personajes. Todos son fríos, lejanos y están desesperados y perdidos. ¿Por qué regresar a sus páginas, entonces? Principalmente por averiguar por que tantos fanáticos y escritores lo consideran la octava maravilla. Después de la última página tal vez tenga una vaga idea: por unos segundos K. Dick me hizo dudar de la realidad: ahí, después de terminar el último párrafo sentado afuera del tren ligero y caminado de vuelta a mi casa tuve una extraña sensación, oscura, que me hacía levitar en un universo extraño dónde veía las cosas desde otro punto de vista. El efecto, sin embargo, parecía mezclarse con la dolorosa sensación de una patada en los huevos. Mientras digería las líneas de Philip y entendía a dónde iba a todo y lo que me quería decir, la fuerte sensación estilística de su final sorpresivo se disolvía y me dejaba tan sólo un amargo sabor en la garganta, como si hubiera tragado un veneno espeso. Según Dick Ubik es todo, Ubik es también Dios, pero Ubik es una invención, fue creado por una mente en estado de semi-vida.
Según lo poco que he leído de Dick, su vida no fue muy distinta de esto: tenían alucinaciones y visiones extrañas, era paranoico, dudaba de la realidad y del universo en que vivía. ¿Tenía K. Dick está extraña sensación de amargo gusto en la boca y duda continuamente? La misma desesperanza metafísica que me habían provocado La fe de nuestros padres estaba ahí otra vez gracias a Ubik pero multiplicada a la séptima potencia. Lo que más me molestó, sin embargo, es que esa sensación es un tanto artificial, un tanto falsa, tramposa. Es cómo si Dick siempre quisiera, a pesar de la propia evolución de sus personajes, llegar al mismo objetivo: a la oscura nada de la duda y la desolación. Es como si no dejara en sus historias la más mínima posibilidad para que sus personajes, y en especial el lector, recibiera nada que no fuera eso: un sabor amargo, una mente colapsada, un dolor en los huevos y un profundo vacío. Y si la literatura y la ciencia ficción es descriptiva y sólo puede hablar de lo que el escritor ha visto y oído, tal vez no se podría esperar otra cosa de Dick. Aún así siento que hace trampa, que manipula para llevarnos a sus propias conclusiones.
Decía Dick de su obra:
Quiero escribir acerca de la gente que amo y quiero ponerla en un mundo de ficción salido de mi mente, no el mundo que actualmente tenemos, por qué el mundo que actualmente tenemos no satisface mis estándares.
Y más:
Cuando escribo incluso cuestiono el universo; me pregunto en voz alta si es real y me pregunto en voz alta si todos nosotros somos reales.
Estación de tránsito de Cliford D. Simak
Después de Ubik quise leer a D. Simak por qué uno de los primeros libros de ciencia ficción que leí fue de él-Ciudad– y recuerdo todavía la dulce, maravillada y alegre sensación que dejó cada vez que terminé sus páginas. Simak sería el antídoto perfecto al veneno de K. Dick. Y así fue.
Casi toda las novelas e historias de Simak transcurren en escenarios como el de Estación de tránsito: en el campo, bajo el cielo límpido, entre la naturaleza, alejados de la ciudades y de las clásicas convenciones de la ciencia ficción. Por eso a su estilo se le ha llamado ciencia ficción pastoril.
Estación de tránsito es la historia de un guardián de una estación de tránsito intergaláctica. Se llama Enoch Wallace, es terrestre y tiene ciento veinticuatro años aunque físicamente parece de treinta. Esto ocurre por qué dentro de la estación(su propia casa sólo que transformada por tecnología extraterrestre) su reloj biológico no avanza.
El libro es, en efecto, un lenta, dulce, interesante descripción de la vida de Enoch en esa cabaña, de su soledad, de su relación con las estrellas, con los extraterrestres que lo visitan en la estación y con el imperio intergaláctico para el cual trabaja. El libro de Clifford es sutil y te vuelve hacia adentro. Te mente en tu cuerpo y acalla tu mente, a diferencia de Ubik, que va a dirigido al cerebro y que lo revuelve con sus aguas fangosas. Estación de tránsito te regresa a lo básico, al campo, a la simpleza, a ti mismo. Y así, como una suave, a veces nostálgica canción, nos lleva a la reflexiones de un hombre muy solo que ha vivido más que cualquier otro pero que aún, a su manera, se siente apegado a la tierra y que recuerda con cariño a su familia y a las pocas personas con las que una vez se relacionó.
Terminé el libro en silencio. Y me quedé en silencio durante un rato, sin pensamientos, soñando con el talismán, con Lucy, con Ulises.
Dice Clifford de su escritura:
Sobre todo, he escrito de una manera callada; hay muy poca violencia en mi trabajo. Mi foco ha estado en la gente, no en los eventos. Casi siempre he luchado por un dejo de esperanza… he tratado, en ocasiones, de hablar por la decencia y la compasión, y del entendimiento, no solo en el sentido humano, si no en el sentido cósmico. He tratado de poner a los humanos en perspectiva con la bastedad universal del tiempo y el espacio. Me ha preocupado saber a dónde vamos como especie y cual podría ser nuestro propósito en el orden universal (si es que tenemos un propósito. En general, creo que así es, y además, uno importante).
En el estricto sentido formal sólo habría que reclamarle a D. Simak algunas inconsistencias en el final de Estación de tránsito que aún no entiendo como no notó. Algunos hilos quedan sueltos y la ingenuidad de algunos personajes (como Lewis, del FBI) resulta muy obvia.
La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin.
El tercer libro lo escogí por qué el titulo me pareció increíble y por que lo encontré en 20$ afuera del metro Tasqueña. No sabía nada de Ursula K. Le Guin y del mundo al que me iba a llevar su novela.
La mano izquierda de la oscuridad, a diferencia de Estación de tránsito que me llevo al cuerpo-espíritu, y de Ubik, que me llevó a la mente, me conectó con las emociones, profundas, las más profundas dentro de mí y creo que dentro de cualquier otro hombre. Por qué aunque no es un libro que carezca de ideas, es un libro que habla del amor, en cualquiera de sus formas, del amor y la amistad.
Terminé de leerlo apenas un par de días antes de escribir esto y todavía estoy emocionado. Todavía no quiero abandonar Gueden o Invierno, como le dice en Hain; no quiero irme de ahí, quiero seguir con Genly Ai recorriendo Karhide, escapando de Orgoreyn a través del gran Glaciar. Quiero seguir ahí, en la tienda de campaña junto a la pequeña estufa chabe al lado de Estraven recitando su oración nocturna: “Dios bendiga a la oscuridad y al creación inconclusa”.
Ursula, en la misma conferencia que cité anteriormente, sigue diciendo:
Cuando lees una novela, cualquier novela, tenemos que saber que la cosa completa no tiene sentido y, al mismo tiempo, mientras la leemos, creer cada una de sus palabras. Finalmente, cuando acabemos de leerla, tal vez encontremos – si es una buena novela- que somos un poquito diferentes de lo que éramos antes de leerla, que hemos cambiado un poco, como si hubiéramos conocido un nuevo rostro, cruzado una calle que no habíamos cruzado antes. Aunque es muy difícil decir que es lo que aprendimos y que es lo que cambió.
Leer la mano izquierda de la oscuridad me cambió, aunque sea un poco, aunque sea sólo unos segundos. Me hizo pensar en la amistad y en que el amor no tiene formas y en que todos, de una u otra manera, somos una única entidad, aunque a la vez estemos divididos entre femenino y masculino, entre el ying y el yang, entre la luz y la oscuridad.
El talento de K. Le Guin, además, es incomparable y, para mí, avasallador en comparación al de K. Dick y D. Simak. Encuentro fascinante la manera en que nos va revelando un tema y conceptos tan complejos de forma tan casual, a través de diálogos, o de antiguas leyendas, pero siempre sin precipitarse, siempre con el control de la historia en sus manos, develando suave, magistralmente la vida y el mundo del que viene Genly Ai, el kémmer, o el shifgredor.
¡No quisiera irme de invierno, no quisiera despedirme de Derem Estraven! ¡Sé que estoy impresionado y emocionado y que tal vez eso nuble mi razón y me haga creer que La mano izquierda de la oscuridad es tal vez uno de los mejores libros que he leído en mucho tiempo y, tal vez también, una de las mejores novelas que he leído nunca!
Para finalizar, un pedazo de canción traducido del Karhide que Derem Har rem ir Estraven cantó a Genly Ai una de la noches en la tienda mientras cruzaban el Hielo:
La luz es la mano izquierda de la oscuridad,
y la oscuridad es la mano derecha de la luz.
Las dos son una, vida y muerte,
juntas como amantes en kémmer,
como manos unidas,
como el término y el camino…
Tres novela entonces, para conocer el lado oscuro y el lado brillante de tres escritores, tres novelas para regresar a la ciencia ficción y para no dejarla nunca.