Cuando tenía catorce años se subió al coche de una de sus amigas. En el asiento de atrás, junto a él, había una vieja cámara. Su amiga le dijo que si quería era suya, que se la reglaba. Mike Brodie le dijo que sí, sopló sobre ella para quitarle el polvo y cuando se bajo se fue a comprar un rollo y empezó a tomar sus fotografías.
Cuatro años después dejo su trabajo y su escuela y se fue a recorrer el país en tren, porque, desde hace mucho tiempo había soñado con eso (por su novia, una punk resplandeciente, que brillaba como todas las cosas oscuras del mundo, con esos tintes rojos de dolor y peligro). Al final, su no novia no estaba lista todavía, y Mike se fue solo, se subió a un tren como los viejos vagabundos del dharma, los viejos vagabundos que recorrían la gran noche americana cons sus bultos de sueños, de sudor rancio, de agotamiento y santidad, que vomitaban y lloraban en cada página de las novelas de Kerouac; los hermosos vagabundos famelicos de cuyos pantalones, duros como el cartónm goteaba tristeza y amor, y locura y deseo de ver todo y oír todo y sentir todo al mismo tiempo.
Mike sacó la vieja camara que le había dado su amiga (una polaroid) y empezó a disparar a los compañeros que se encontraba en sus viajes, a los nuevos vagabundos que dormían en los trenes y aguardaban a que las máquina reducieran sus marcha en los cruces de vías para saltar a sus vagones y acurrucarse ahí; los chicos que habían escogido esa vida por gusto, y que tenían celulares para comunicarse entre ellos y páginas de myspace.
De algún modo las fotografías de Mike llegaron a internet y, después de algún tiempo, la gente se empezó a fijar en ellas. le apodaron el Polaroid Kid y le organizaron algunas exposiciones en varias ciudades. Luego la Polaroid descontinuó el film que utilizaba para sus fotos y se tuvo que pasar a 35mm.
Lo último que supe de él fue que había dado una exposición con las fotos que pongo aquí y, que, según sus propias palabras, en algunos años, cuando su papá saliera de la carcel, pensaba saltar con él a un tren, y hacer un recorrido juntos, tomando fotos del mundo.
Él es el de la foto que ilustra la entrada, ahorita tiene sólo 26 años y en esté momento, quizas, mientras yo escribo estás líneas, esté arrullandose con el pesado ritmo del ferrocarril, brincando en un rincón de un vagón oscuro, junto a sus amigos.
Pam dice
Wow! Cómo supiste de esta historia? Estas fotos están fabulosas!
Siempre he querido una polaroid! Lástima que ya no las vendan.
Ale dice
Síiiiii!!!! yo nunca tuve una polaroid, ahhhh…y tienes razón, sus fotos son muy buenas, me encanta.
Pauline dice
OTRA VEZ! Dejo un cometario hay versiones nuevas de la polaroid sin embargo hay una camarita lomografica de nombre HOLGA que tiene una adaptacion con la polaroid tienes que tener la 120N y comprarle el accesorio… http://www.bhphotovideo.com/c/product/515984-REG/Holga_159120_Holga_Polaroid_Instant_Film.html es medio costoso 🙁 y tambien hay unas polaroid nuevas muy bonitas y mas baratas 🙂
Pero en este comentario lo de menos son las camaras, la camara fue el instrumento que nos mostro el mundo alterno en el que viven ellos.
P.D: No se porque siempre me tocas el boton de la nostalgia…
P.D2: Yo quiero hacer un viaje asi…
Diana dice
Ale, Ale,
Ahora entiendo tu publicación diaria de lo vagabundos. Qué chido escribes, criaturita. La historia del compadre fotógrafo, uf, me encanta.
Un abrazicísimo
Diana
Ale dice
Pauline: No manches, a mi me encantaría hacer un viaje así… desde que leía a los Beatniks siempre he querido hacerlo… no hay por que echarlos en saco roto, yo si me veo subiéndome a un carguero, atravesando toda la costa oeste, apestando a sudor después de días sin bañarme, con los ojos cansados de ver tanta vida pero queriendo ver aún más… eso si es poesía…
Pauline dice
Bueno si es asi y un dia te animas,tienes una compañera de viaje venezolana jajajaja yo estoy esperando graduarme para irme por america del sur… Cuando hablas de leer a los Beatniks te refieres a Jack Kerouac?
Ale dice
Va, me viene de lujo eso de una compañera de viaje venezolana… y sí, hablo de Kerouac, pero también de Ginsberg, y Ferllingethy, y Corso, y todos esos monstruos enloquecidos por el jazz y las carreteras.