Primero, aunque viniera hasta la noche, un poema:
El aire fundido en especias
Vértigo
Una sonrisa que ilumina
el aire tibio entre las estrellas
y los cristales de mi corazón.
El poema llegó hasta el final de un día deslumbrante: mientras escribo esto desde mi cama de la Posada San Rafael, todavía estoy temblando de emoción.
Fue un día extraño, una mezcla rara y perfecta.
La mañana fue muy clara, muy tranquila. Desperté a las ocho y media. Hice mi ejercicio y salí de la Posada hacía el paseo junto al Hospicio Cabañas. Desayuné y luego me tumbé en una banca frente una fuente que salpicaba chorros de agua de distintas formas y tamaños y con distinta fuerza y velocidad, y me puse a leer Crónicas marcianas de Ray Bradbury.
Estaba contento e iba y venía del libro a los rayos de agua que formaban figuras de miles de gotas claras columpiándose en el aire sobre la fuente: cientos de figuras sonreían con sus ojos líquidos y volvían a fundirse en el estanque de la fuente. Y, al mismo tiempo, ¡oh! yo estaba en Marte, llorando conmovido con la Tercera expedición, la que aterriza en Marte para encontrarse con típico pueblecito estadounidense y con los familiares hace mucho tiempo muertos de cada uno de los tripulantes: sus abuelos, sus hermanos, sus padres. Pensé en mis abuelos y en mi hermano y mis papas, en lo que sentiré cuando mueran y cuando haya pasado años sin verlos. Ahí, en Marte, el capitán de la Tercera expedición estaba en su vieja casa, corriendo con su hermano y compartiendo con él el anochecer desde las camas contiguas del cuarto de su infancia.
Figuras de agua, igual que las de la fuente, caían con el cuento de la tercera expedición desde mis ojos y desaparecían en el dorso de mi mano. Después, sin embargo, leería un cuento todavía más impresionante, el de la Cuarta expedición: Aunque siga brillando la luna. Bradbury había puesto en sus personajes las palabras que tantas otras veces ha dicho mi maestro y las mismas que resuenan dentro de mi cuerpo como verdades manchadas de estrellas y universo.
En el cuento Spender dice al capitán:
– Al contrario, son símbolos divinos, símbolos de vida. También en Marte el hombre
había llegado a ser demasiado humano, y no bastante animal. Los hombres de Marte
comprendieron que si querían sobrevivir tenían que dejar de preguntarse de una vez por
todas: «¿Para qué vivir?» La respuesta era la vida misma. La vida era la propagación de
más vida, y vivir la mejor vida posible. Los marcianos comprendieron que se preguntaban
«¿Para qué vivir?» en la culminación de algún período de guerra y desesperanza, cuando
no había respuestas. Pero cuando la civilización se tranquiliza y calla, y la guerra termina,
la pregunta se convierte en insensata de un modo nuevo. La vida es buena entonces, y
las discusiones son inútiles.
– Me parece que los marcianos eran bastante ingenuos.
– Sólo cuando les convenía. Renunciaron a empeñarse en destruirlo todo, humillarlo
todo. Combinaron religión, arte y ciencia, pues en verdad la ciencia no es más que la
investigación de un milagro inexplicable, y el arte, la interpretación de ese milagro. No
permitieron que la ciencia aplastara la belleza. Se trata simplemente de una cuestión de
grados. Un hombre de la Tierra piensa: «En ese cuadro no hay realmente color. Un físico
puede probar que el color es sólo una forma de la materia, un reflejo de la luz, no la
realidad misma». Un marciano, mucho más inteligente, diría: «Este cuadro es hermoso. Nació de la mano y la mente de un hombre inspirado. El tema y los colores vienen de la
vida. Es una cosa buena».
Las palabras y la imágenes que Bradbury había formado me sacudieron. Terminé de leer y me quedé vacío, limpio, feliz; me tendí bocarriba sobre la banca mientras oía el ruido de la fuente, de la música que salía de las bocinas que la bordeaban y de los pasos de la gente que cruzaba la mañana y las baldosas tostadas de aquella plaza de Guadalajara.
Me levanté y camine hasta la catedral para hacer mi segundo ejercicio del día. Estaba tan quieto, tan feliz de ver como el sol mojaba los edificios y como su lenta respiración avanzaba sin prisa, que una vez que estuve en la catedral, con los ojos cerrados y sin expectativas pude hacer el ejercicio sin esperar nada. Después de terminar me quedé ahí, escuchando lo que creía que era el ruido o el silencio de Dios rodando en mi cuerpo. Pensé también que era imposible estar ahí, era un hecho absolutamente maravilloso y circunstancial que yo, un punto insignificante entre los miles de millones de hombres en la historia del mundo pudiera estar en esa catedral en el principio de los tiempos, o en el final, o en el centro. ¡Sí, ahí estaba: sentado en el centro del tiempo! Antes, hacía millones de años el Big Bang, el universo recién formado ardiendo en nebulosas amarillas, en bolas infinitas de gases plateados quebrándose y desdoblándose y volviendo a explotar; luego vendrían los dinosaurios y luego el Hielo; luego las civilizaciones y las ciudades de rascacielos altísimos. Y luego yo, en aquella catedral. Y luego el futuro: la guerra y el dolor, pero también el amor, la conciencia. Yo en medio de aquello, sentado en ese instante único, parado en esa dorada fracción de milagro. En medio del tiempo. Agradecido de haber sido parte de toda esa creación majestuosa, de aquellos billones de estrellas danzando sobre mi cabeza y de todos los seres y las vidas y los sentimientos flotando en el mar de los cuerpos maravillados.
Salí de la catedral.
La tranquilidad, sin embargo, en sólo dos horas se volvió ruido: una emoción punzante golpeando las arterias y el hueco de mis pulmones: inflando mi corazón. Eran las cinco de la tarde y en un salón de la Feria del Libro escuché la conferencia vía satélite de Ray Bradbury. Le oí contar a Ray la historia de como el hombre eléctrico en 1932 le tocó la frente y le dijo: “vive por siempre” y luego como el mismo hombre le confesó que Ray ya había vivido antes y que ahora era la reencarnación de un amigo suyo que había muerto en una guerra en Francia hacía algunos años.
Bradbury dijo también que se sentía muy agradecido de poder escribir, que el escribía siempre con amor y que era una delicia hacerlo. Dijo que quería a todas sus historias como a sus hijos y que siempre escribía con la emoción, nunca con la mente.
Bradbury me impactó. Nunca había tenido tan cerca a nadie a quien admirara tanto. Cuando la ronda de preguntas llegó al publico que abarrotaba el salón de conferencia de la FIL, me atreví a hablarle. Con el corazón hecho una pedazos, retumbando como una decena de avalanchas deslizándose desde él, le dije que no tenía palabras para agradecerle todo lo que me había dado y que me diera un consejo para ser escritor. Y Ray Bradbury me dijo: “Escribe con el corazón, escribe mucho y siempre con el corazón. Nunca escuches a los que no confían en ti, a ellos diles que “están despedidos” y aléjate. ¡No mames! ¡Ray Bradbury! ¡Ray Bradbury! ¡Ray Bradbury diciéndome eso a mi!. Estaba tan emocionado que cuando el micrófono pasó a los demás me costó trabajo escuchar las respuestas, así que abrí este cuaderno y traté de apuntar lo que me acababa de decir aquel hombre que hacía pocas horas me había hablado de Marte y de la presencia y que me había contado aquel otro cuento, el último que había leído esa mañana, donde Tomás Gómez se encuentra en un cruce del tiempo con un Marciano del pasado entre las colinas desiertas y donde ambos habían contemplado lo imposible: el mundo del otro separado por siglos o milenios de distancia.
Era él, el mismo hombre, el que había escrito el hombre ilustrado y Fahrenheit 451 y el país de octubre.
Después de la conferencia de Bradbury recorrí los pasillos de la feria y me puse a ver libros entre los estantes de las cientos de editoriales. Tenía mucha hambre así que salí al oxo y me compre un sandwich y luego pasaron las horas y vi más libros y cuando llegó la noche y tenía más hambre fui a un restaurante hindú con unos amigos del la ciudad que me había encontrado en la feria. En el restaurante hindú conocí a Tania, la mesera a la que le escribí el pequeño poema que puse al principio de esta crónica.
Tania, simpática, risueña, hizo que mi corazón se precipitara y palpitara junto a la noche de Guadalajara. La escribí el poema y se lo di y regrese a la Posada San Rafael. Me bañé, hice caca, abrí lo libros que acababa de comprar y me puse a escribir esto en una libreta.
Estoy tan emocionado que no quiero dormir. Quiero leer mis libros y seguir con Crónicas marcianas y esperar a que Tania me hable o a que la vuelva a ver mañana en el restaurante hindú.
Diana Alvarez Maury dice
Gracias, en realidad muy hermoso tu relato, porque tal y como te lo recomendó Bradbury lo escribiste desde el corazón. Como podemos darnos cuenta, la vida es mágica, y si tenemos claro o por lo menos recordamos preguntarnos ¿quién soy? ¿a dónde voy? ¿qué estoy haciendo? las respuestas llegarán de formas inesperadas, pero si estamos atentos, podremos recibirlas y hacerlas nuestras.
No dejes de perseguir tu sueño, o mejor dicho, de construirlo día a día, minuto a minuto, viviendo, sí, desde el Corazón. Aprende a escucharlo, a sentirlo a darte cuenta que es UNO contigo.
Recibe un abrazo fuerte y mis mejores deseos, querido amigo del Camino.
karlixxx dice
ke padre ale!!!! yo me hubiera muerto en el momento en ke Bradbury te contestó!! jiji
Gracias por compartir tu momento!! una gran experiencia!!! ke tengas más momentos así de fregones!!!
sigue escribiendo!!!
karlixxx
Ale dice
¡Diana, Karla! Me gusta mucho compartir esto con ustedes, gracias y besos
Guillermina Pérez Mora dice
Me gustó mucho, se me enchinó la piel. te felicito, te quiero con todo mi corazón.
Alejandro Valle dice
!Vientoooooos tocayo!
Esperaba escucharte contarlo desde que me lo contaron… tu mensaje es el primero que abrí hoy… se me hizo muy lógico !claro! Ray Bradbury le dio un consejo ¿porque no? al chico que encuentra en las librerías de viejo “Los sueños de la bella durmiente” y un ejemplar de “Fantasmas” que había pertenecido al maestro Ricardo Bernal… el chico de la estrella… Pero el consejo del maestro Bradbury fue en realidad tan sólo una confirmación pues tu siempre haz escrito desde el corazón… ¿de lo contrario como podríamos entender tu entusiasta “via lactea” entre las piernas?
Felicidades por esa confirmación que ahora es para todos y saluda a Tania por nosotros.
Ale dice
¡Gracias tocayo! ¡Que gusto ver tus comentarios por aquí! si, diablos, tengo suerte para encontrar libros… espero que la suerte siga para otras cosas… un abrazo y nos vemos pronto
Ale dice
¡Abuelita! ¡Gracias por tus comentarios! También te quiero mucho…
Osvaldo el caballero de reggae dice
oye canijo ya lo habia visto pero ni lo habia leido completo muy chida experencia …o tambine tomare los consejos de Ray…estas despedido campesino!..jaja