Bueno, como la banda me pidió más cuentos tipo el de la entrada anterior, El niño Proletario, de Osvaldo Lamborghini, aquí les traigo uno de Chuck Palahniuk, el escritor del Club de la pelea, que la neta, es mucho más fresa, pero la verdad hay pocos, muy poco cuentos como el de Osvaldito, el “Gran Tadei”, Lamborghini. Este, además de los escatológico, también es un gran relato. Con corazón y con muchas… bueno, con muchas tripas. Cuenta la leyenda que durante la gira de presentación del libro en el que viene este texto, varios oyentes se desmayaron y vomitaron mientras Chuck lo leía. Yo creo que no es pa tanto. Y si eso sí pasó, no quiero ni pensar que habría ocurrido si les hubieran leído El Niño Proletario. Lean este cuentito, es mucho mejor, por cierto, si lo hacen mientras comen.
Tripas
Inhala.
Jala todo el aire que puedas.
Esta historia debe durar lo que puedas aguantar la respiración, y un poquito más.
Un amigo mío, cuando tenía trece años, oyó hablar del “pegging”. Osea, cuando un hombre es penetrado por el culo con un consolador. Se estimula la glándula prostática lo suficiente, y el rumor es que se tienen increíbles orgasmos a manos libres. A esa edad, este amigo es un maníaco del sexo. Siempre necesita una nueva manera de vaciar sus huevos. Sale a comprar una zanahoria y un poco de vaselina para llevar a cabo una pequeña investigación privada. Después se imagina cómo va a quedar en la caja del super, la zanahoria solitaria y la vaselina corriendo por la cinta transportadora hacia la caja. Todos los compradores esperando en línea, mirando. Todos viendo la gran noche que planeó.
Entonces mi amigo compra leche, huevos, azúcar y una zanahoria. Todos los ingredientes de un pastel de zanahoria. Y vaselina.
Como si fuera a su casa a meterse un pastel de zanahoria por el culo.
En su casa, corta la zanahoria y la convierte en una herramienta sin filo. La unta con grasa y hunde el ano en ella. Después, nada. Ningún orgasmo. No pasa nada, solo duele.
Entonces, su mamá le grita que vaya a cenar. Que baje ahora mismo.
Con cuidado saca la zanahoria resbaladiza y apestosa y la guarda abajo de las sábanas sucias de su cama.
Después de comer, va a buscar la zanahoria. Ya no está. Mientras cenaba, su mamá subió a su cuarto por la ropa sucia y la metió a lavar. No había forma de que no hubiera encontrado la zanahoria, prolijamente esculpida con un cuchillo de su cocina, todavía brillando con vaselina. Y oliendo.
Este amigo mío espera meses debajo de una nube negra, esperando que sus papás le digan algo. Y nunca lo hacen. Jamás. Inclusive ahora que es adulto, esa zanahoria invisible cuelga en cada navidad, en cada fiesta de cumpleaños. En cada Pascua con sus hijos, los nietos de sus viejos, esa zanahoria fantasma acecha sobre ellos. Demasiado feo para para ser nombrado.
La gente en Francia tiene una frase: “espíritu de la escalera”. En francés: espirit de l’escalier. Se refiere al momento en el que encuentras la respuesta perfecta, pero ya es muy tarde. Como cuando estás en una fiesta y alguien te insulta. Tienes que responderle. Entonces, bajo presión, con todos viéndote, dices una pendejada. Pero cuando te vas de la fiesta… mientras bajas las escaleras, magia. Se te ocurre la respuesta más ingeniosa. La réplica perfecta desperdiciada.
Ese es el espíritu de la escalera.
El problema es que ni siquiera los franceses tienen una frase para las pendejadas que dices o haces bajo presión.
Algunas cosas son demasiado bajas para ser nombradas. Demasiado bajas para hablar de ellas.
Psicólogos infantiles y psicopedagogos dicen que la mayoría del último pico en suicidios adolescentes eran chicos tratando de estrangularse mientras se la jalaban. Sus padres los encontraban: una toalla alrededor del cuello del chico, la toalla atada al palo de su armario, el hijo muerto. Esperma muerto por todos lados. Por supuesto los padres limpiaban todo. Le ponían unos pantalones al hijo. Lo hacían parecer… mejor; intencional, por lo menos. El triste pero típico suicidio adolescente.
A otro amigo mío, de la escuela, su hermano mayor de la Marina le contó como los tipos del medio oriente se chaquetean diferente de nosotros. A su hermano lo habían mandado a un país de camellos donde venden abridores de cartas muy elegantes: un palo finito de plata o bronce pulido, largo como una mano, de un lado con una punta afilada, del otro con una bola de metal, como la empuñadura de una espada. Su hermano de la Marina le cuenta cómo los árabes se la jalan hasta que está durísima y luego se meten esta vara de metal a lo largo del pito. Se chaquetean con eso adentro y eso hace que se vengan mucho más rico. Más intenso.
Su hermano mayor, el que viaja por el mundo mandándonos frases francesas. Frases rusas. Consejos de masturbación útiles.
Después de esto, un día, mi amigo, el hermano menor, falta a la escuela. Esa noche me llama a ver si le puedo pasar lo que dejaron de tarea. Está en el hospital.
Tiene que compartir su cuarto con viejos con las entrañas destrozadas. Me cuenta como tienen que compartir la misma tele. Toda su privacidad es una cortina. Sus papás no lo visitan. Por teléfono, me cuenta cómo sus papás quieren matar a su hermano mayor de la marina.
Por teléfono, mi amigo me cuenta cómo, un poco mariguano, solo en su casa, en su cuarto, después de haber escuchado el tip de cómo se la jalan los árabes, prendió una vela y se puso a ver unas revistas porno, preparándose para hacerse una chaqueta: busca a su alrededor algo que le pueda servir. Una pluma es muy grande. Un lápiz es muy grande y áspero. Pero caída sobre un lado de la vela, hay una tirita suave de cera que podría funlcionar. Con la punta de un dedo, mi amigo despega el palito de cera de la vela. Lo hace rodar por la palma de sus manos. Largo y suave, y fino.
Ya muy pinche caliente, se lo mete por la punta, profundo y más profundo en su verga. Con una buena parte de cera todavía afuera del glande, se pone a chambear.
En ese momento piensa que esos tipos árabes son bastante vivos. Reinventaron completamente la masturbación. Tumbado de espaldas en su cama, las cosas se están poniendo tan chidas, que mi amigo pierde el rastro del pedacito de cera. Está a una buena jalada de venirse cuando se da cuenta que la cera ya ni se asoma.
El palito fino de cera está metido. Completamente adentro. Tan adentro que ni siquiera lo siente en el pito.
Su mamá le grita que vaya a comer. Le dice que baje en ese instante. Mi amigo de la cera y el de la zanahoria son personas diferentes, pero todos vivimos más o menos la misma vida.
Hasta después de comer, es cuando a mi amigo le empiezan a doler las tripas. Es cera, entonces se imagina que se derretirá adentro y después la sacará con la pipi. Pero ahora le duele la espalda. Los riñones. No se puede ni enderezar.
Mi amigo me habla por teléfono desde la cama del hospital, de fondo puedes escuchar campanitas, gente gritando. Programas de televisión.
Los rayos X muestran la verdad: hay algo largo y delgado, doblado adentro de su vejiga. La V está recogiendo todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y áspera, conteniendo cristales de calcio; se mueve lastimando la suave pared de su vejiga, bloqueando su orina para salir. Sus riñones están hinchados. Lo poco que gotea de su pito es rojo y con sangre.
Este amigo y sus padres, su familia, miran la radiografía junto al doctor y las enfermeras; la gran V de cera brillando, para que todos la vean. Tiene que decirles la verdad. Cómo se la jalan los árabes. Lo que su hermano mayor le contó.
En el teléfono, mientras me lo cuenta, empieza a llorar.
Pagaron la operación de vejiga con sus fondos universitarios. Un error estúpido, y ahora nunca será abogado.
Meterse cosas adentro. Meterse adentro de cosas. Una vela en tu pito o tu cabeza en una horca, por supuesto que no iba a acabar bien.
A mi, lo que me metió en problemas, fue el Buceo de Perlas: hacerme una chaqueta abajo del agua, sentado en el fondo de la alberca. Daba una buena jalada de aire, me iba al fondo y me quitaba mi traje de baño. Me sentaba ahí por dos, tres, cuatro minutos.
Solo para chaquetearme. Tenía una gran capacidad pulmonar. Si la casa estaba para mi solo, lo hacía toda la tarde. Después de haberme venido, mi esperma quedaba por ahí flotando en el agua: grandes, gordos, globos de leche.
Después, a bucear para agarrarlos todos. Para juntarlos y ponerlos en una toalla. Por eso se llamaba Buceo de Perlas. Lo hacía por mi hermana. O, ni dios lo mande, por mi mamá. Ese era mi peor miedo: mi hermana virgen adolescente, pensando que sólo está engordando y después dar a luz a un bebé retrasado de dos cabezas. Ambas cabezas iguales a mi. Yo, el padre, yo, el tío.
Al final, nunca es lo que te preocupa lo que te pasa.
La mejor parte del Buceo de Perlas era la rejilla interna para el filtro de agua y la bomba de circulación. Lo mejor era encuerarse y pegar las nalgas contra ella.
Como dirían los franceses: ¿A quién no le gusta que le chupen el culo?
En un minuto eres sólo un wey cualquiera chaqueteándose, y al siguiente nunca vas a ser un abogado.
Estoy sentado en el fondo de la alberca; en el cielo hay olas, dos metros y medio de celeste agua sobre mi cabeza. El mundo está en silencio excepto por el latir de mi corazón en mis oídos. Traigo mi traje de baño de rayas amarillas colgado alrededor de mi cuello, para tenerlo cerquita, por si un amigo, un vecino, cualquiera, se aparece a preguntar por qué no fui al entrenamiento de futbol. La succión del agujero de la alberca me lame, y me hace fruncir mis nalgas blancas y flacas.
Tengo suficiente aire y mi verga en las manos. Mis papás se fueron a trabajar y mi hermana está en el ballet. Nadie debería pasar por la casa en cuatro horas.
Ya estoy a punto de venirme y… me detengo. Nado para arriba para agarrar otra bocanada. Respiro hondo. Me sumerjo y voy de nuevo al fondo.
Hago esto una y otra vez.
Se me hace que por esta sensación es por la que a las mujeres les gusta sentarse en tu cara. La succión es como echarse un cagada que no termina nunca.¿Qué más puedo pedir? Mi pito duro y unas lamidas en el ano. No necesito aire. Siento los latidos en mis oídos. Me quedo abajo hasta que grandes estrellas de luz empiezan a colarse en mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de cada rodilla raspada contra el fondo de hormigón. Mis dedos se están poniendo azules, mis dedos de los pies y de las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.
Hasta que me vengo. Los grandes globos blancos empiezan a brotar. Las perlas.
Hasta que necesito algo de aire. Pero cuando voy a patear contra el fondo, no puedo. No puedo poner mis pies debajo de mí. Mi culo está trabado.
Paramédicos de emergencias te van a decir que cada año aproximadamente 150 personas se traban de esta manera, chupadas por una bomba de circulación. Que te agarre tu pelo largo, o tu culo, y te vas a ahogar. Todos los años, les pasa a muchísimas personas. Muchos en Florida.
Sólo que la gente no habla de eso. Ni siquiera los franceses hablan de TODO.
Poniendo una rodilla arriba, metiendo un pie abajo de mí, llego a estar medio parado cuando siento el tirón contra el culo. Poniendo mi otro pie abajo, pateo contra el fondo; estoy pataleando libre, sin tocar el hormigón, pero sin conseguir aire tampoco.
Todavía pateando agua, remando con los dos brazos, estoy quizás a mitad de camino para la superficie, pero no la alcanzo. Los latidos dentro de mi cabeza son más altos y rápidos.
Hay brillantes chispas de luz cruzando mis ojos. Giro y miro atrás… pero no tiene sentido. Hay una cuerda gruesa; algún tipo de serpiente azul-blanca y trenzada, con venas, salió afuera del drenaje de la pileta y se está agarrando a mi culo. Algunas de sus venas están perdiendo sangre, sangre roja que parece negra debajo del agua y se escapa de pequeños rasgones en la pálida piel de la serpiente. La sangre se va, desaparece en el agua, y adentro de la delgada piel se ven pedazos de alguna comida a medio digerir.
Es la única forma de que esto tenga sentido. Un horrible monstruo de mar, una serpiente marina, algo que nunca vio la luz del día, había estado escondiéndose en el oscuro fondo del drenaje de la piscina, esperando para comerme.
Entonces… la pateo, a la resbaladiza, elástica y anudada piel y sus venas, y más de ella parece salir del drenaje de la piscina. Es tan larga como mi pierna y se sigue agarrando firme al agujero de mi culo. Con otra patada, estoy a unos centímetros de tener aire.
Adentro de la serpiente puedo ver maíz y frijoles. Puedo ver una gran bola naranja. La píldora de vitaminas para caballos que mi papá me da para que crezca mejor. Para tener una beca escolar de futbol. Con extra hierro y ácidos grasos omega-tres.
Es ver la píldora lo que me salva la vida.
No es una serpiente. Es mi intestino grueso, mi colon sacado afuera. Lo que los doctores llaman, prolapsado. Son mis tripas chupadas en el drenaje.
Una bomba de pileta tira 300 litros de agua por minuto. Eso es como 181 kilos de presión. El problema es que estamos conectados por adentro. Tu culo sólo es el lejano final de tu boca. Si no hago nada, la bomba seguirá trabajando, desdoblando mis entrañas, hasta que tenga mi lengua. Imagináte echarte un cagada de 300 kilos, terminarías volteado de adentro para afuera.
Lo que te puedo decir es que tus tripas no duelen tanto como otras partes del cuerpo, como la piel, por ejemplo.
Adentro de las tripas, está todo lo que estás digiriendo, y que los doctores llaman materia fecal: Bilis, un desmadre de maíz y frijoles y chícharos redondos y verdes. Una sopa de sangre y maíz, mierda y frijoles.
Incluso con mis tripas desenmarañándose afuera de mi culo, mi primer deseo es de alguna forma ponerme el traje de baño.
Dios no permita que mis papás me vean el pito.
Con una mano me agarro el culo, con la otra desengancho el traje de baño de mi cuello. Pero es imposible ponérmelo.
¿Quieres sentir tus intestinos? vete a comprar una caja de esos forros ultrafinos. Saca uno y desenróllalo. Llénalo con crema de cacahuate. Untalo con vaselina y agarralo abajo del agua. Después, trata de romperlo. Trata de partirlo por la mitad. Es muy fuerte y elástico. Es tan delgado que no lo puedes agarrar bien.
Un forro ultrafino, ese es mi intestino.
Puedes ver contra qué me enfrento.
Te dejas ir por un segundo y estás destripado.
Nadas a la superficie a respirar y estás destripado.
No nadas y te ahogas.
Es una decisión entre estar muerto ahorita o dentro de un minuto.
Lo que mis papás van a encontrarse cuando regresen es un gran feto desnudo, encorvado en sí mismo. Flotando en el agua de su alberca. Atado al fondo por una gruesa cuerda de venas y tripas retorcidas. Lo opuesto de un chico ahorcándose mientras se chaquetea. Es el bebé que trajeron a casa del hospital hace trece años. El chico que esperaban ganara una beca de fútbol y que consiguiera un doctorado. El que cuidaría de ellos cuando fueran viejos. Aquí están todas sus esperanzas y sueños. Flotando ahí, desnudo y muerto. Alrededor suyo, grandes perlas lechosas de esperma desperdiciada.
Es eso, o mis papás me van a encontrar envuelto en una toalla sangrienta, colapsado a mitad de camino entre la alberca y el teléfono de la cocina; las andrajosas sobras de mis tripas todavía colgando.
De esto ni siquiera los franceses hablarían.
Ese hermano mayor de la Marina nos enseñó otra buena frase. Una frase rusa: cuando nosotros decimos, “necesito eso como un agujero en mi cabeza…”, los rusos dicen: “necesito eso como dientes en el culo…”
Mne eto nado kak zuby v zadnitse
Esas historias sobre animales atrapados en trampas que se mastican la pata, bueno, cualquier coyote te va a decir que un par de mordidas te salvan de estar muerto.
Puta madre… aunque seas ruso, algún día podrías querer sentir esos dientes.
Entonces, si quieres salvarte, lo que tienes que hacer es: retorcerte. Poner un codo atrás de tu rodilla y tirar esa pierna hacia tu cara. Morder y desgarrar tu propio culo. Si te quedas sin aire, vas a masticar lo que sea para conseguir respirar.
No es algo que le quieras contar a una chava en la primera cita. No si esperas un beso de buenas noches.
Si te dijera qué gusto tiene, nunca, jamás, comerías calamar de nuevo.
Es difícil decir lo que le molestó más a mis papás: cómo me metí en problemas o cómo me salvé. Después del hospital, mi mamá dijo, “no sabías lo que hacías, amor. Estabas en shock.” Y aprendió a hacerse la loca.
Toda esa gente asqueda o sintiendo lástima por mi…
Necesito eso como dientes en el culo.
Ahora, la gente siempre me dice que estoy muy flaco. La gente en fiestas o cenas se incomodan y se enojan cuando no como lo que cocinaron. Las albóndigas me matan. Las milanesas. Cualquier cosa que esté en mis tripas por más de un par de horas, sale como comida. Me voy a cagar y todavía veo filetes de pescado intactos.
Después de tener una resección intestinal importante, no se digiere la carne tan bien. La mayoría de la gente tiene metro y medio de intestino grueso. Yo tengo suerte de tener 15 centímetros. Así que nunca tuve una beca fútbol. Nunca tuve un doctorado. Mis dos amigos, el de la cera y el de la zanahoria, crecieron, se hicieron grandes, pero yo nunca pesé un gramo más de lo que pesaba ese día cuando tenía trece años.
Otra bronca fue que mis papás habían gastado muchísimo en esa alberca. Al final mi papá le dijo al tipo que la vino a arreglar que fue un perro. El perro de la familia se cayó y se ahogó. El cuerpo fue succionado por la bomba. Incluso cuando el tipo abrió el filtro y sacó un tubo elástico, un cacho aguado de intestino con una gran píldora de vitaminas adentro, incluso ahí, mi papá decía, “Ese pinche perro estaba loco.”
Incluso desde la ventana de arriba en mi cuarto, podía escuchar a mi papá decir, “Nunca pudimos confiar en ese perro ni por un segundo…”
Después a mi hermana no le bajó.
Incluso después de que cambiaron el agua de la alberca, después de vender la casa y mudarnos a otro estado, después del aborto de mi hermana, incluso ahí mis papás nunca lo mencionaron de nuevo.
Jamás.
Esa es nuestra zanahoria invisible.
Tú, ahora puedes dar un buen, profundo respiro.
Yo todavía no lo he hecho.
victor lowenstein dice
El cuento es decididamente original, pletórico de humor negro y nos permite reflexionar sobre esos temas tabú de los que casi nadie quiere hablar. Es para mentes abiertas, claro está, pero no deja de ser entretenido como cuento y bien llevado en cuanto narración.
pito pelaes dice
Un cuento muy chulo. Justo lo que necesitaba leer para digerir la comida :3
Ale dice
Sí, yo creo que lo que lo hace un gran cuento, más allá de las partes gráficas e incómodas, es esa tristeza de que hay temas que nunca más se hablan. Eso está muy cabrón, es muy triste.