A partir de ahora la gustada sección del cuento del mes se volverá el cuento de la semana. La principal razón es que estoy leyendo mucho y he encontrado cuentos increíbles, preciosos, tan perfectos como una esmeralda pulida por la luz de las estrellas. Bueno, tal vez no todos sean tan perfectos pero tienen cualidades asombrosas. Como en este caso el que será el primer cuento de la semana. Se llama “Todos vosotros Zombies” y lo escribió Robert Heilein, uno de los escritores más reconocidos de ciencia ficción.
Además de el cuento les dejo, como siempre, la versión en audio para que si no tienen mucho tiempo puedan disfrutar de estos grandes cuentos en su reproductor de mp3 mientras manejan o viajan en el metro.
Les recomiendo que este cuento lo lean varias veces. O por lo menos dos. En la segunda lectura entenderán muchas cosas y el cuento cobrará mayor sentido.
Bueno, tíos: !A disfrutar!
Todos vosotros zombies…
2217 ZONA DE TIEMPO V (ESTE) 7 noviembre 1970. Nueva York. «Café de Papá».
Estaba yo sacándole brillo a una copa de coñac cuando entró Madre Soltera, Observé la hora: 10.17 de la noche, zona cinco, o bien tiempo este, 7 de noviembre de 1970. Los agentes temporales siempre observan la hora y la fecha. Tenemos la obligación de hacerlo.
Madre Soltera era un hombre de veinticinco años, no más alto que yo, de rasgos inmaduros y temperamento irritable. No me gustó su aspecto —nunca me había gustado— pero yo estaba aquí para reclutarle; era mi muchacho. Le ofrecí mi mejor sonrisa de camarero.
Tal vez yo sea demasiado exigente. No es que fuera desagradable; le habían dado ese apodo por lo que él contestaba siempre que algún curiosón le preguntaba por su trabajo.
—Soy una madre soltera —y, si no es que sentía deseos de estrangularle, añadía—: …a cuatro centavos la palabra. Escribo historias del corazón.
Si se sentía realmente asesino esperaba a que el otro hiciera alguna observación al respecto. Su estilo de lucha era criminal y bajo, como el de una mujer policía…, una de las razones por las que yo le buscara. Pero no la única.
Ahora estaba muy cargado y en su rostro se leía claramente que despreciaba a todos más de lo acostumbrado. Silenciosamente le serví una copa doble del Viejo Curalotodo y dejé la botella. Se la bebió y se sirvió otra.
Sequé la superficie de la barra.
— ¿Cómo va el negocio de Madre Soltera?
Sus dedos se engarfiaron en torno a la copa y pareció a punto de tirármela. Busqué el garrote bajo la barra. En las manipulaciones temporales, uno trata de calcularlo todo, pero los factores son tantos que la experiencia aconseja no correr riesgos inútiles.
Le vi relajarse, al menos ese mínimo que uno aprende a observar en la escuela de adiestramiento del Departamento.
—Lo siento —dije—. Sólo preguntaba cómo le iba el negocio. Si quiere tradúzcalo por cómo está el tiempo.
Parecía amargado.
—El negocio va bien. Escribo esas cosas, ellos las imprimen y yo como.
Me serví una copa y me incliné hacia él.
—En realidad usted escribe muy bien —dije—. He leído unas cuantas historias. Tiene una intuición sorprendente, con un punto de vista femenino.
Era una metedura de pata pero había que arriesgarse, porque él no admitía nunca los seudónimos que utilizaba. Pero estaba lo bastante cargado para pescar sólo mis últimas palabras.
— ¡Punto de vista femenino! —repitió con un gruñido—. Sí, yo conozco muy bien ese punto de vista. A la fuerza.
— ¡Ah!, ¿sí? —dije, confuso—. ¿Por sus hermanas?
—No. No me creería aunque se lo contara.
—Vamos, vamos —contesté suavemente—, los camareros y los psiquiatras llegan a saber que no hay nada más extraño que la verdad. Mire, hijo, si usted oyera tantas historias como yo, bueno, se haría rico. Cosas increíbles.
—Usted no sabe ni lo que significa «increíble».
— ¿Que no? Nada me asombra ya. Siempre he oído algo peor.
Gruñó de nuevo.
— ¿Quiere apostar el resto de la botella?
—Le apostaré una botella llena.
Y coloqué una sobre la barra.
—Bien…
Hice señas al otro camarero para que se encargara del servicio. Estábamos en el extremo más alejado de la barra, un espacio con un solo taburete que yo me reservaba siempre llenando el mostrador de botes de huevos en salmuera y botellas. Algunos clientes se hallaban en el otro extremo observando el televisor, y alguien andaba buscando en la máquina de discos, El lugar que ocupábamos resultaba tan privado como una cama.
—De acuerdo —empezó—. En primer lugar, soy un bastardo Y lo digo en serio; mis padres no estaban casados.
—Sigue sin haber distinción —insistí—. Tampoco lo estaban los míos.
—Cuando
Se cortó de pronto y me lanzó la primera mirada cálida que había visto en sus ojos.
— ¿Lo dice usted en serio?
—Ya lo creo. Cien por cien bastardo. En realidad —añadí—, nadie de mi familia se ha casado jamás. Todos bastardos.
—No intente tomarme el pelo. Usted está casado —y señalaba mi anillo.
— ¡Oh, eso! —Se lo enseñé—, Parece un anillo de boda, pero sólo lo llevo para alejar a las mujeres. —Ese anillo es una antigüedad que le compré en 1985 a un compañero de operaciones; él lo obtuvo de la Creta precristiana—. El gusano Uroboros…, la Serpiente del Mundo que se muerde su propia cola, por siempre sin fin. Un símbolo de la Gran Paradoja.
Apenas la miró.
—Si realmente es usted bastardo, ya sabe cómo se siente uno. Cuando yo era una niña pequeña…
— ¿Cómo? —chillé—. ¿Le he oído bien?
— ¿Quién está contando esta historia? Cuando yo era una niña pequeña… Oiga, ¿es que nunca ha oído hablar de Christine Jorgenon? ¿O de Roberta Cowell?
—Ya, casos de cambio de sexo. ¿Está tratando de decirme…?
—No me interrumpa ni me haga preguntas, de lo contrario, no hablaré. Fui una niña abandonada, En mil novecientos cuarenta y cinco, contando apenas un mes, me dejaron en un orfanato de Cleveland. De pequeña envidiaba a los que tenían padres. Luego, cuando aprendí acerca del sexo, y créame. Papá, en un orfanato se aprende muy aprisa…
—Lo sé.
—…hice el juramento solemne de que mis hijos tendrían papá y mamá. Eso me mantuvo pura, toda una hazaña en aquel ambiente. Tuve que aprender a luchar para conseguirlo. Luego fui creciendo y comprendí que tenía muy pocas oportunidades de casarme, por la misma razón por la que no había sido adoptada. —Gruñó—. Tenía cara de caballo, dientes torcidos, el pecho plano y el pelo liso.
—No parece más feo que yo.
— ¿Y a quién le importa el aspecto de un camarero? ¿O de un escritor? Pero la gente que quiere adoptar a una niña elige a las idiotas de ojos azules y rizos dorados. Más tarde los chicos quieren unos buenos pechos y una cara bonita que sepa decir, « ¡Oh, eres maravilloso!» —Se encogió de hombros—. No podía competir. Así que decidí unirme a las C.N.E.F.S.H.E.
— ¿Qué?
—Cuerpo Nacional de Emergencia Femenino, Sección de Hospitalidad y Entretenimiento, lo que ahora llaman «Ángeles del Espacio» Grupo Auxiliar, Legiones Extraterrestres.
Conocía ambos términos, una vez los hube sincronizado. Aunque ahora utilizamos un tercer nombre. Es ese cuerpo élite dentro del servicio militar: Orden de Hospitalidad Femenina para Confortar y Animar a los Astronautas. Las diferencias de vocabulario son uno de los mayores problemas para los saltos en el tiempo. ¿Saben ustedes que «estación de servicio» significaba en otro tiempo un lugar donde vendían pequeñas cantidades de gasolina? Una vez que me enviaron a la era de Churchill, una mujer me dijo: «Reúnete conmigo en la siguiente estación de servicio», y no es lo que parece, ya que en esa época no había camas en las estaciones de servicio.
Él seguía hablando.
—Era en aquellos momentos en que por vez primera confesaron que no era posible enviar a los hombres al espacio durante meses y años sin aliviarles esa tensión. ¿Se acuerda de cómo chillaron los puritanos? Eso mejoró mis oportunidades, pues las voluntarias eran escasas. Una chica tenía que ser respetable, preferentemente virgen (les gustaba enseñarles desde el principio), de una inteligencia superior a lo normal y emocionalmente estable. Pero la mayoría de las voluntarias eran viejas busconas, o neuróticas, que se desmoronaban a los diez días de estar lejos de la Tierra. De modo que no necesitaba ser guapa. Si me aceptaban, me arreglarían los dientes, me ondularían el pelo, me enseñarían a caminar, bailar, a saber escuchar a un hombre de modo que le agradara y todo lo demás, aparte de entrenarme para los deberes principales. Incluso utilizarían la cirugía estética si fuese necesario. Nada resultaba demasiado bueno para Nuestros Muchachos.
»Más aún: se aseguraban de que una no se quedara embarazada durante el entrenamiento, y una tenía casi la certeza de que se casaría al fin del servicio. Es lo mismo que ocurre hoy, las «Ángeles» se casan con los hombres del espacio…, hablan el mismo lenguaje.
»Cuando tenía dieciocho años me colocaron en una casa como “ayuda de la madre”. Esta familia sólo quería una sirvienta barata, pero a mí no me importaba, ya que no podía alistarme hasta que no tuviera veintiún años. Hacía los trabajos de la casa e iba a la escuela nocturna, es decir, simulaba que me iba a continuar los estudios de escuela, superior, taquigrafía, etcétera, pero en cambio asistía a unas clases de Belleza y Encanto a fin de mejorar mis oportunidades para el alistamiento.
«Allí conocí a un rufián de la ciudad con sus billetes de cien dólares. —Hizo un gesto despectivo—. Le aseguro que aquel inútil tenía un montón de billetes de cien dólares. Me los enseñó una noche y me dijo que tomase los que quisiera.
«Pero no lo hice. Me gustaba. Era el primer hombre que había conocido y que se mostraba amable conmigo sin tratar de quitarme los pantalones. Pronto dejé de asistir a las clases para verle más a menudo. Fue la época más feliz de mi vida.
»Y luego, una noche, en el parque, sí me quitó los pantalones.
Se detuvo. Yo pregunté:
— ¿Y entonces?
— ¡Entonces, nada! Ya no volví a verle. Me acompañó a casa, me dijo que me amaba, me dio un besito de despedida… y ya no volvió. —Su rostro era muy grave— ¡Si le encontrara, le mataría!
—Bien —le dije con aire comprensivo—. Sé cómo se siente. Pero matarle…, sólo por hacer algo que es tan natural, hum… ¿Luchó usted?
— ¿Cómo? ¿Qué tiene eso que ver?
—Bastante. Tal vez él se merezca un par de brazos rotos por forzarla, pero…
—Se merece algo peor que eso. Espere hasta haber oído el final. En realidad evité las sospechas de todos y decidí que en el fondo había sido mejor. Realmente no le había amado, y probablemente jamás amaría a nadie, y ahora estaba más ansiosa que nunca de unirme a las C.N.E.F.S.H.E. No estaba descalificada, porque no insistían en que fuéramos vírgenes. Me alegré.
«Pero cuando las faldas empezaron a quedárseme estrechas, lo comprendí.
— ¿Embarazada?
— ¡El muy bastardo me había dejado así! Las personas con quienes vivía no hicieron el menor caso mientras pude trabajar; luego me echaron y el orfanato no quiso aceptarme de nuevo. Aterricé en un hogar de caridad, rodeada por otras chicas con barriga, y limpié orinales hasta que me llegó la hora.
«Una noche me encontré en la mesa de operaciones con una enfermera al lado que me decía.
»—Relájese. Ahora, inspire profundamente.
»Me desperté en la cama, sin sentir nada del pecho para abajo. Entró el cirujano.
»— ¿Cómo se encuentra? —me preguntó alegremente.
»—Como una momia.
»—Naturalmente, está tan envuelta en vendas como una de ellas, y llena de drogas para que no sienta nada. Está bien…, pero una cesárea no es cosa de broma.
»— ¿Cesárea? —dije—. Doctor, ¿perdí al bebé?
»— ¡Oh, no! El bebé está muy bien.
»—Ya. ¿Niño o niña?
»—Una niña muy sana. Dos kilos cuatrocientos gramos.
«Me relajé. Ya era algo, el haber tenido una hija. Me dije a mí misma que me iría a algún otro lugar. Me pondría “señora”, delante del nombre y convencería a la nena de que su papá había muerto… ¡Nada de orfanatos para mi niña!
»Pero el cirujano seguía hablando.
»—Dígame…, eh… —evitaba decir mi nombre—. ¿Ha pensado alguna vez que había algo raro en sus glándulas?
»Le dije:
»— ¿Cómo? Claro que no. ¿Qué se propone decirme?
«Vaciló.
»—Se lo diré todo; luego le daré una inyección para que se le pase el ataque de nervios. Porque va a tener uno.
»— ¿Por qué? —pregunté.
»— ¿Ha oído hablar de ese doctor escocés que fue mujer hasta los treinta y cinco años? Luego sufrió una operación y se convirtió legalmente y médicamente en hombre. Y se casó. Y todo fue bien.
»— ¿Qué tiene eso que ver conmigo?
»—Eso es lo que yo digo. Usted es un hombre.
«Traté de incorporarme:
»— ¿Cómo?
»—Tómeselo con calma. Cuando la abrí me encontré con un lío. Hice venir al jefe de cirugía mientras sacaba a la niña, y celebramos consulta mientras usted estaba en la mesa de operaciones… Trabajamos durante horas para salvar lo que pudiéramos. Usted tenía dos juegos completos de órganos, ambos inmaduros, aunque el femenino estaba lo suficientemente desarrollado como para haber tenido un bebé. Ya no le serviría de nada en el futuro, así que se lo sacamos y arreglamos las cosas para que usted pudiera desarrollarse de modo adecuado como hombre, —Me puso la mano en la cabeza—. No se preocupe. Usted es joven, sus huesos se reajustarán, observaremos su equilibrio glandular y haremos de usted un magnífico muchacho.
»Yo empecé a llorar.
»— ¿Y mi nena?
»—Bien, no puede darle el pecho, no tiene bastante leche ni para un gatito. Si yo estuviera en su lugar no volvería a verla…, la entregaría para que la adoptaran.
»— ¡No!
»Se encogió de hombros.
»—La elección es suya, usted es su madre…, o mejor dicho, su padre. Pero no se preocupe ahora de eso; primero le pondremos bien a usted.
»Al día siguiente me dejaron ver a la niña y la vi a diario…, tratando de acostumbrarme a ella. Nunca había visto un bebé recién nacido, y no tenía idea de lo feísimos que son… Mi hija parecía un monito. Mis sentimientos pasaron a la fría decisión de conservarla. Pero cuatro semanas más tarde eso ya no tuvo importancia.
— ¿Por qué?
—Me la robaron.
— ¿Se la robaron?
Madre Soltera casi derribó la botella que habíamos apostado.
— ¡Secuestrada, robada de la sala de niños del hospital! —Respiraba con dificultad—. ¿Qué le parece, quitarle a un hombre lo único por lo que tiene interés de seguir viviendo?
—Repugnante —dije—. Permítame que le sirva una copa. ¿No hubo pistas?
—Nada que la policía pudiera encontrar. Alguien vino a verla afirmando ser su tío. Mientras la enfermera volvía la espalda, se largó con ella.
— ¿Y la descripción?
—Sólo un hombre, con una cara vulgar, como la suya o la mía.
—Frunció el ceño—. Yo creo que era el padre de la niña. La enfermera juró que era más viejo, pero probablemente iba caracterizado. ¿Quién más querría llevarse a mi nena? Las mujeres sin hijos suelen hacer a veces esos disparates… pero ¿quién supo jamás que lo hiciera un hombre?
— ¿Y qué fue de usted entonces?
—Once meses y tres operaciones más en aquel lugar horrible. A los cuatro meses empezó a salirme la barba, antes de salir de allí ya me afeitaba con regularidad… y no me cabían dudas de que era un hombre —sonrió amargamente—, porque ya les miraba los escotes a las enfermeras.
—Bueno —le dije—, me parece que salió bastante bien librado. Aquí está, un hombre normal, ganando buen dinero y sin problemas. Y la vida de una mujer no es tan fácil. Me miró.
— ¡Sí que sabrá usted mucho de eso!
— ¿Por qué lo dice?
— ¿Ha oído alguna vez esa expresión «una mujer arruinada»?
—Hum…, hace años. Actualmente no significa gran cosa.
—Pues a mí sí me arruinaron por completo como mujer. Aquel bastardo sí fue mi ruina, porque ya no era una mujer… y no sabía cómo ser hombre.
—Supongo que hay que acostumbrarse.
— ¡Y que lo diga! Y no me refiero al hecho de aprender a vestirse, o a no meterse en los lavabos de señoras. Todo eso lo aprendí en el hospital. Pero ¿de qué iba a vivir? ¿Qué trabajo podría conseguir? ¡Diablos, si ni siquiera sabía conducir un coche! No sabía nada de negocios, no podía hacer un trabajo manual, mi piel era demasiado delicada.
»Le odié también porque me había impedido unirme a las C.N.E.F.S.H.E., pero no llegué a comprender cuánto le odiaba hasta que traté de entrar en el Cuerpo Especial. Una mirada a mi vientre y me declaraban no apto para el servicio militar. El oficial médico me dedicó largo rato por pura curiosidad; había leído acerca de mi caso.
»De modo que cambié de nombre y me vine a Nueva York. Primero trabajé de cocinero; luego alquilé una máquina de escribir y traté de trabajar como estenógrafo público…, ¡qué risa! A los cuatro meses sólo había escrito a máquina cuatro cartas y un manuscrito. El manuscrito era Cuentos de la vida real, y no valía ni el papel que se utilizó, pero el tipo que lo escribiera consiguió venderlo. Lo cual me dio una idea, Compré un montón de revistas del corazón y las estudié. —Su gesto era cínico ahora—. Ya sabe, pues, de dónde saqué el auténtico punto de vista femenino para una historia de madres solteras… A través de la única versión que no he vendido: la verdadera. ¿Me he ganado la botella?
La empujé hacia él. También yo estaba trastornado, pero había trabajo que hacer. Le dije:
— ¿Todavía quiere ponerle las manos encima a aquel hijo de perra?
Sus ojos se iluminaron, un brillo salvaje.
— ¡Cuidado! —le dije—. ¡No se propondrá matarle!
Rió de modo muy desagradable.
—Póngame a prueba.
—Calma. Sé más al respecto de lo que usted cree. Puedo ayudarle. Porque sé dónde está.
Me agarró por encima de la barra.
— ¿Dónde está?
Le dije suavemente:
—Suélteme la camisa, hijito…, o aterrizará en el callejón y le diremos a los policías que se desmayó —y le mostré el garrote.
Me soltó.
—Lo siento. Pero, ¿dónde está? —Me miró—. Y ¿cómo sabe usted tanto?
—Todo a su tiempo. Hay informes: informes del hospital, informes del orfanato, informes médicos. La matrona de su orfanato era la señora Fetherage, ¿no es cierto? A ésta sucedió la señora Gruenstein, ¿verdad? ¿No se llamaba usted «Jane» de niña? Y de todas estas cosas no me dijo nada, ¿verdad?
Le había desconcertado, incluso asustado un poco.
— ¿Qué es esto? ¿Trata de buscarme problemas?
—Desde luego que no. Sólo deseo su propio interés. Puedo ponerle a ese tipo en las manos. Haga con él lo que le parezca…, y le garantizo que saldrá adelante con ello, Pero no creo que le mate. Estaría chalado si lo hiciera…, y usted no está chiflado. No del todo.
Rechazó la idea.
—No me venga con esas. ¿Dónde está?
Le serví una copa. Estaba borracho, pero la cólera le disipaba la borrachera.
—No tan aprisa. Yo hago algo por usted…, y usted hace algo por mí.
—Ya…, ¿qué?
—A usted no le gusta su trabajo. ¿Qué le parece una paga mejor, un trabajo seguro, una cuenta de gastos ilimitada, ser su propio jefe y disfrutar de numerosas y variadas aventuras?
Me miró fijamente.
—Pues le diría: ¡no me venga con cuentos chinos! Vamos, Papá…, que ese trabajo no existe.
—De acuerdo, enfoquémoslo de este modo: yo le entrego a ese hombre, usted arregla sus cuentas con él y luego prueba mi trabajo. Si no es tan bueno como yo afirmo…, bien, queda libre.
Estaba tambaleándose, la última copa había acabado con él.
— ¿Cuándo me lo entregaría? —preguntó con voz estropajosa.
—Si hacemos el trato…, ¡ahora mismo!
Extendió la mano:
— ¡De acuerdo!
Hice una seña a mi ayudante para que vigilara los dos extremos de la barra, anoté la hora —las.23.00— y empecé a pasar bajo la barra cuando la máquina de discos estalló con la canción: « ¡Yo soy mi propio abuelo!* El camarero de las mesas tenía órdenes de cargarla con Añejos discos norteamericanos y clásicos porque yo no podía soportar la «música» de los años setenta, pero ignoraba que ese disco estuviera en ella. Grité:
— ¡Paren eso! ¡Quítenlo y devuélvanle el dinero al cliente! —Añadí—: Voy al almacén de la parte de atrás, volveré dentro de un minuto.
Y me dirigí allí con Madre Soltera detrás.
Estaba al final del pasillo, enfrente de los lavabos; una puerta de acero cuya llave sólo teníamos el encargado de día y yo. Al fondo había otra puerta a una habitación interior, y de ésa sólo yo tenía la llave. Allí entramos.
Miró cansadamente los muros sin ventanas.
— ¿Dónde está?
—En seguida. —Abrí una caja que era lo .único que había en la habitación. Era un equipo de transformación de campo de coordenadas, serie 1992, Mod. II, una preciosidad, sin partes móviles, con un peso de unos 23 kilos completamente cargada, y, por su forma, podría pasar por una maleta. La había ajustado exactamente ese mismo día; todo lo que tenía que hacer era retirar la red metálica que limita el campo de transformación. Cosa que hice.
— ¿Qué es eso? —preguntó él.
—Una máquina del tiempo —dije. Y arrojé la red sobre nosotros.
— ¡Eh! —gritó, echándose atrás. Hay toda una técnica para estos casos: ha de arrojarse la red de modo que el sujeto se eche atrás instintivamente contra ella; entonces se cierra la red por completo con los dos dentro, de lo contrario podrían quedar fuera las suelas de los zapatos o un trozo de pie, o llevarse un pedazo del suelo. Y ya no hace falta más habilidad. Algunos agentes engañan a los sujetos para meterlos en la red; yo siempre digo la verdad y utilizo ese instante de asombro total para darle al conmutador. Cosa que hice.
1030-V-3 abril 1963 Cleveland, Ohio, Edificio Apex.
— ¡Eh! —repitió—. ¡Quíteme esta maldita cosa de encima!
—Lo siento —me disculpé. Eso hice, guardé la red en la maleta y cerré—. Usted dijo que quería encontrarle.
—Pero, ¡me ha dicho que esto es una máquina del tiempo!
Le señalé una ventana.
— ¿Y le parece que estamos en noviembre? ¿O que esto es Nueva York?
Mientras él miraba desconcertado los árboles en flor y el tiempo primaveral, volví a abrir la maleta, saqué un paquete de billetes de cien dólares, y comprobé que la numeración y las firmas fueran compatibles con 1963, A los del Departamento Temporal no les importa cuánto dinero te gastes (no cuesta nada), pero les molestan los anacronismos innecesarios. Demasiadas equivocaciones y te hacen un juicio sumarísimo, enviando te por un año a un período desagradable, digamos 1974, con su racionamiento tan estricto y los trabajos forzados. Nunca cometo tales equivocaciones; el dinero estaba bien. El otro se volvió a mirarme y preguntó:
— ¿Qué es todo esto?
—Que él está aquí. Salga y búsquelo. Tenga, dinero para sus gastos —se lo entregué y añadí—: Arréglele las cuentas y luego le recogeré.
Los billetes de cien dólares tienen un efecto hipnótico en la persona que no está acostumbrada a ellos. Los estaba contando con aire de incredulidad cuando le llevé al vestíbulo y le dejé fuera, cerrando la puerta. El salto siguiente era fácil, apenas un pasito en una era.
1700-V-10 marzo 1964, Cleveland. Edificio Apex.
Habían metido una nota bajo la puerta diciendo que mi alquiler expiraba a la semana siguiente; por otra parte la habitación estaba igual que hacía un instante. En el exterior los árboles estaban desnudos y amenazaba la nieve. Me apresuré deteniéndome únicamente para tomar dinero contemporáneo y una chaqueta, abrigo y sombrero que dejara allí cuando alquilara la habitación. Ahora alquilé un coche, fui al hospital y necesité unos veinte minutos para aburrir a la enfermera hasta el punto de poder llevarme el bebé sin ser notado. Volví con él al Edificio Apex, La manipulación del dial sería ahora más complicada, ya que el edificio no existía aún en 1945. Pero yo ya lo había calculado de antemano.
0100-V-20 septiembre 1945, Cleveland. Motel Skyview.
El equipo de transformación de campo, el bebé y yo llegamos a un motel fuera de la ciudad. Anteriormente me registré como «Gregory Johnson, Warren, Ohio», así que nos hallamos en una habitación con las cortinas corridas, las ventanas cerradas, la puerta con el cerrojo pasado y el suelo libre para que hubiera el espacio necesario por si la máquina se agita al posarse. Porque puedes darte un buen golpe con una silla que esté donde no debiera estar; no por la silla, claro, sino por la vibración del campo.
No hubo problemas. Jane dormía profundamente, la saqué, la metí en una caja de verduras y la dejé en el asiento de un coche que dispuse de antemano. La llevé al orfanato, la dejé en los escalones, corrí dos manzanas hasta una «estación de servicio» (de las que sirven gasolina) y telefoneé al orfanato. Volví a tiempo de verles entrar la caja, puse de nuevo el coche en marcha y luego lo abandoné cerca del motel. Entré en la habitación y de nuevo salté en el tiempo hacia el Edificio Apex en 1963.
2200-V-24 abril 1963, Cleveland. Edificio Apex. Calculé muy justo el tiempo; la exactitud temporal depende de un pequeño margen, a excepción de cuando se vuelve a cero. Si lo había calculado bien. Jane estaría ahora descubriendo en el parque y en esta noche tranquila de primavera que ser una chica no era tan «bonito» como ella había pensado. Cogí un taxi hasta la casa en que ella vivía, le dije al taxista que esperara en la esquina y me oculté en las sombras.
De pronto los vi venir por la calle, cogiditos del brazo. Él la llevó hasta el porche de la vivienda y convirtió la despedida en un gran espectáculo, con un beso mucho más largo de lo que yo había esperado. Luego ella entró en la casa y él echó a andar por la acera. Me deslicé hasta ponerme a su lado y enlacé mi brazo con el suyo.
—Esto es todo —anuncié serenamente—. He vuelto para recogerle.
— ¡Usted! —dijo sin aliento.
—Yo. Ahora ya sabe quién es él…, y después que lo piense bien comprenderá quién es usted…, y si aún lo medita más a fondo comprenderá quién es el bebé… y quién soy yo.
No contestó. Estaba terriblemente asustado. Es natural que uno sufra una conmoción si le demuestran que no ha podido resistir el seducirse a sí mismo. Le llevé al Edificio Apex y de nuevo dimos el salto.
2300-VII-12 agosto 1985. Base subterránea de las Rocosas.
Desperté al sargento de guardia, le mostré mi carnet de identidad, y le dije al sargento que le diera una píldora para dormir y que lo reclutara por la mañana. El sargento parecía molesto, pero el rango es el rango, sea la era que sea, e hizo lo que le dije, pensando sin duda que la próxima vez que nos encontráramos tal vez fuese él el coronel y yo el sargento. Lo que a veces sucede en nuestro cuerpo.
— ¿Qué nombre? —preguntó.
Se lo escribí. Él alzó las cejas.
—Con que sí, ¿eh? Vaya…
—Usted limítese a hacer su trabajo, sargento. —Me volví a mi compañero—. Hijo, sus problemas han terminado. Está a punto de iniciar el mejor trabajo que un hombre tuvo jamás… Y lo hará bien. Lo sé.
—Pero…
—Nada de peros. Que duerma bien. Luego piense en la proposición. Le gustará.
— ¡Eso seguro! —asintió el sargento—. Míreme, nacido en mil novecientos diecisiete y todavía en marcha, aún joven y disfrutando de la vida.
Volví a la sala del salto y me dispuse a volver a cero, como estaba seleccionado de antemano.
2301-V-7 noviembre 1970. Nueva York. «Café de Papá».
Salí del almacén con una botella de Drambuie en las manos para explicar el minuto que había estado ausente, Mi ayudante aún seguía discutiendo con el cliente que insistía en escuchar ¡Yo soy mi propio abuelo! Le dije:
— ¡Déjale que lo oiga y luego desenchufa la máquina!
Estaba muy cansado.
Es duro pero alguien debe hacerlo, y es muy difícil reclutar a nadie en estos últimos años, desde la Gran Equivocación de 1972. ¿Pueden pensar en algo mejor que seleccionar gentes disgustadas con la época en que viven y darles un trabajo bien pagado e interesante (aunque a veces peligroso) por una causa necesaria? Ahora ya sabe todo el mundo por qué quedó en nada la famosa Guerra Fracasada de 1963, y por qué no estalló la bomba que iba dirigida precisamente contra Nueva York, y por qué no llegaron a realizarse otras mil cosas tal y como estaba planeado…, todo fue arreglado por unos tipos como yo.
Pero no la Gran Equivocación del 72, eso no fue en absoluto culpa nuestra, y no puede remediarse; no hay paradoja que resolver. Una cosa es, o no es, ahora y para siempre, amén. Pero no habrá nada semejante; una orden fechada en «1992» tiene prioridad sobre cualquier otro año.
Cerré cinco minutos más pronto dejando en la registradora una carta en la que le decía al encargado de día que aceptaba su oferta; de modo que podía hablar con mi abogado. Yo me iba a tomar unas largas vacaciones. Tal vez el Departamento acepte o no estos pagos, pero siempre quieren que las cosas se dejen bien arregladas. Fui a la habitación del fondo del almacén y pasé a 1993.
2200-VH-12 enero 1993. Anexo del Cuartel General Temporal del subterráneo de las Rocosas.
Me presenté al oficial de guardia y luego me fui a mis habitaciones con el propósito de dormir toda una semana. Llevaba conmigo la botella que apostamos (después de todo yo la había ganado), y me tomé una copa antes de escribir mi informe. Sabía mal y me pregunté por qué me habría gustado alguna vez aquella marca. Pero era mejor que nada. No me gusta estar sobrio en exceso, entonces pienso demasiado. Pero no me tomé toda la botella tampoco; otros ven serpientes…, yo veo personas.
Escribí mi informe: cuarenta reclutamientos y todos aprobados por el Departamento de Psicología, contando el mío propio, que sabía sería aprobado también. Porque yo estaba allí, ¿no? Luego escribí una petición para que me asignaran a operaciones. Estaba harto de reclutar gente. Eché las dos cartas en el buzón y me dirigí a la cama.
Mi vista cayó sobre: Los estatutos del tiempo, que estaba sobre el lecho.
Nunca hagas ayer lo que debe hacerse mañana.
Si al fin tienes éxito, no lo intentes de nuevo.
Un punto de unión en el tiempo salva nueve billones.
Una paradoja puede ser paradoctorada.
Es más temprano cuando piensas.
Los antepasados no son más que personas.
Incluso Jove asiente.
No me inspiraron tanto como me inspiraran cuando me reclutaron a mí, Treinta años subjetivos de saltos en el tiempo te dejan terriblemente agotado. Me desnudé y, cuando estuve totalmente desnudo, me miré el vientre. La cesárea deja una gran cicatriz, pero ahora soy tan peludo que no se la ve, a menos que uno la esté buscando.
Luego miré el anillo que llevaba en el dedo.
La Serpiente del Mundo que se muerde su propia cola. Para siempre y siempre… Yo sé de dónde vengo yo… pero ¿de dónde vinieron todos ustedes, zombies?
Sentí que me amenazaba un dolor de cabeza, pero los polvos para el dolor de cabeza es algo que nunca tomo. Lo hice una vez… y todos desaparecisteis.
Así que me metí en la cama y apagué la luz.
Vosotros no estáis aquí realmente, en absoluto. No hay nadie más que yo…, Jane…, aquí solo en la oscuridad.
¡Pero os echo terriblemente de menos!
Ale dice
Última entrada en mi blog: todos vosotros zombies