Me gusta imaginar a Kapuscinski encerrado en su pequeño cuarto de hotel a algunos pasos de la plaza más grande un algún país de África. Sus dedos caen sobre las teclas como martillos, como golpes de vida que levantan el polvo y desentumen palabras que no habían sido dichas. Mientras, el resto de los corresponsales está en un bar cerca de ahí, bebiendo Whisky y…sigue leyendo