Sri Avinanda, con su mirada pausada y la dulce sonrisa que se escapaba de su cara como una paloma, observaba a sus discípulos en el salón principal del Ashram.
Kate había soñado con ese día desde hacía mucho; había dejado todo, había cruzado el mundo y hoy, por primera vez, estaba frente a su maestro. Lo miraba emocionada, sacudida por la presencia del Guru. Es perfecto. Este es mi lugar, junto a él.
Sri Avinanda habló y llenó el corazón de Kate con las palabras suaves de la primavera. Es como lo imaginé, dorado, hermoso, así debió sentirse la pastorcita la primera vez que contempló a Krishna.
Después de las palabras, breves pero llenas verdades que despertarían dentro de sus discípulos, Sri Avinanda comenzó la meditación.
Kate cerró los ojos. Siguió muy despacio el ritmo de su respiración hasta que la pálida suavidad de la meditación la inundó…. estaba ya en ese lugar fresco, en el centro perfecto del mundo, donde las palabras y los segundos desaparecen, cuando algo la trajo de vuelta; una intuición, tal vez, o un leve olor a podrido que se filtraba en el aire.
Abrió los ojos.
De la espalda de Sri Avinanda cuatro tentáculos violeta, carnosos, se movían torpemente empujando un aire pútrido a lo largo del salón.
El horror cubrió con sus mantos resecos el corazón de Kate. La angustia endureció su pecho. Por un tiempo que le pareció eterno se quedó paralizada. Apenas respiraba. Debe ser una prueba, no tengo porque sentir miedo. Debe ser una prueba.
Apretó lo ojos esforzándose para que la visión desapareciera. Tengo que ser fuerte. Los demás discípulos ya han pasado por esto. No puede destruirme algo así, no puedo desconfiar de él, de mi camino.
Sri Avinanda abrió los ojos. Dio por terminada la meditación y se dirigió con su voz cálida a los nuevos discípulos y les dijo que ahora era el momento de hacer los votos y abrazar el camino para siempre. Los tentáculos, sin embargo, seguían girando; subían y se alargaban sobre las cabezas de los discípulos y nadie parecía notarlos.
Uno a uno los aspirantes repitieron las palabras que Sri Avinanda les decían y con ello entraron en la comunidad del Guru.
Era el turno de Kate. Le temblaban los huesos. El olor que despedían los tentáculos crecía más y más y no podía bloquearlo. Tenía que decidir. Es una prueba. No puedo confiar en mí. En esto. Es la estúpida mente. Me engaña. El ego. Él es perfecto, es la encarnación de Krishna. No puedo confiar en mí.
Con trabajo repitió las palabras de Sri Avinanda y mareada por el olor nauseabundo, se postró ante su maestro y aceptó los votos.
Fran Cuesta dice
Interesante cómo muestras el poder de la convicción humana. Me ha gustado amigo.
Ale dice
gracias, Amigo. por leer y por tomarte el tiempo d ecomentar, un abrazo fuerte