Hace algunos días descubrí este poema. Estaba escuchando la grabación de unas clases de poesía que Allen Ginsberg dio en 1981 en el instituto Naropa. La clase de Allen se centra en el ritmo, en la música de los poetas. Entre las lecturas recomendadas estaba esta de Federico Gracia Lorca.
Inténtenlo, lean el poema en voz alta tratando de seguir el rimo deteniéndose en las comas; lo que te queda en la boca después de hacerlo es una corriente que baja hasta los dedos y te hace querer escribir. El ritmo sube poco a poco hasta llegar a picos enloquecidos mezclandose con las imagenes de los Maricas, de Nueva York y de la vieja barba de Walt Whitman llena de flores y abejas. Además del libro, las imagenes y el significado del poema son sublimes. ¡Oh, Dios bendiga al viejo Walt y al viejo Lorca por estás músicas enloquecidas y repletas de rascacielos y rios y muchachos negros!
ODA A WALT WHITMAN
Federico García Lorca (1898 – 1936)
Por el East River y el Bronx los muchachos cantaban enseñando sus cinturas, con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.
Pero ninguno se dormía, ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.
Por el East River y el Queensborough los muchachos luchaban con la industria, y los judíos vendían al fauno del río la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.
Pero ninguno se detenía, ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.
Cuando la luna salga las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.
Nueva York de cieno, Nueva York de alambres y de muerte. ¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?
Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, he dejado de ver tu barba llena de mariposas, ni tus hombros de pana gastados por la luna, ni tus muslos de Apolo virginal, ni tu voz como una columna de ceniza; anciano hermoso como la niebla que gemías igual que un pájaro con el sexo atravesado por una aguja, enemigo del sátiro, enemigo de la vid y amante de los cuerpos bajo la burda tela. Ni un solo momento, hermosura viril que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles, soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.
Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho, hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman, porque por las azoteas, agrupados en los bares, saliendo en racimos de las alcantarillas, temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.
¡También ese! ¡También! Y se despeñan sobre tu barba luminosa y casta, rubios del norte, negros de la arena, muchedumbres de gritos y ademanes, como gatos y como las serpientes, los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.
¡También ése! ¡También! Dedos teñidos apuntan a la orilla de tu sueño cuando el amigo come tu manzana con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.
Pero tú no buscabas los ojos arañados, ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños, ni la saliva helada, ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río, toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.
Porque es justo que el hombre no busque su deleite en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño. Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía. Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades, la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises, los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman, contra el niño que escribe nombre de niña en su almohada, ni contra el muchacho que se viste de novia en la oscuridad del ropero, ni contra los solitarios de los casinos que beben con asco el agua de la prostitución, ni contra los hombres de mirada verde que aman al hombre y queman sus labios en silencio. Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades, de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.
Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos gotas de sucia muerte con amargo veneno. Contra vosotros siempre, Faeries de Norteamérica, Pájaros de la Habana, Jotos de Méjico, Sarasas de Cádiz, Ápios de Sevilla, Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas! Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.
¡No haya cuartel! La muerte mana de vuestros ojos y agrupa flores grises en la orilla del cieno. ¡No haya cuartel! ¡Alerta! Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.
Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson con la barba hacia el polo y las manos abiertas. Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando camaradas que velen tu gacela sin cuerpo. Duerme, no queda nada. Una danza de muros agita las praderas y América se anega de máquinas y llanto. Quiero que el aire fuerte de la noche más honda quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga
Ursula dice
¡Qué chido! Me encantó el poema de García Lorca. Gracias por compartirlo.
Ale dice
¡Bienvenida al blog! Un placer compartir este tipo de joyas que te hacen recordar porque quieres ser poeta, porque quieres escribir.
¡Saludos!
Alvaro Fuentes dice
Hola Ale! Alvaro? De WallStreet? 🙂 Sólo quería pasar a agradecerte este post, porque en verdad amo Amo AMO a Walt con todo mi cerebro!!! Además, este año he estado pensando mucho en la relación de la homosexualidad con el estereotipo femenino y me he prometido a mi mismo escribir sobre el tema. Por el momento sigo encontrando cosas muy bellas en los versos de Lorca…
Te mando un gran abrazo y espero ya hayan tenido la oportunidad de checar Dune!
Keep up the good work!
Ale dice
¡Gracias, camarada! No sabía que te gustaba el buen Walt. ¡Qué genial! Ese Whitman es en verdad un monstruo… a mi me enloqueció Leaves of Grass.
Lo que dices de Lorca es muy interesante, porque además el era homosexual, o bisexual por lo menos. En este poema la palabra marica la usa despectivamente en relación a ese amaneramiento que te distancia de la tierra y el mundo natural.
Me gustará mucho leerlo.
Un gran abrazo.
Sergio Felperin dice
extraordinario el poema de lorca. me imagino que ya lo conoceras, pero el mismo ginsberg (que no se cuenta entre mis favoritos), tiene un extraordinario poema dedicado al gran w.w. ahi va un link: http://fragmentablog.blogspot.com.ar/2010/10/supermarket-in-california.html
Ale dice
Gracias por el poema de Ginsberg… me parece que lo leí hace mucho cuando todavía no conocía a Whitman. A mi si me gusta Ginsberg, así que lo reeleré… gracias y bienvenido al blog.