Este sábado di vueltas en el centro. Caminé desde el Claustro de Sor Juana a 5 de mayo, hasta que encontré un lugar de comida china y me senté; acababa de despedirme de mis compañeros de curso y caminé hasta el buffet chino de Filomeno Mata, algo perdido, intentando vaciarme.
La comida me sentó muy bien. El lugar se llama la Isla del dragón y es el mejor lugar chino en el que he comido (Filomeno Mata, entre Francisco I Madero y 5 de Mayo). Por 58 pesos me serví pescado, sopa de mariscos, papas al curri, pulpos, nopales con pollo y arroz con camarones. Me tomé una cerveza.
Después caminé alguno metros, crucé Francisco I. Madero y me senté a tomar un café y a leer Campos de Castilla de Antonio Machado. Nunca antes había leído a Antonio y la verdad tampoco a ningún otro poeta. Tal vez por eso la sorpresa fue más grande y sus palabras, dulces muchas veces, me abrazaron.
Inspirado en Machado y sin tener idea de métrica o ritmo me puse a garabatear este poema.
¿Cómo puedo sentirme viejo
si en mis venas
la sangre
golpea, ansiosa y
en el tiempo
los años de mi vida
no son más que simple aliento?
Me resistí a cruzar la casa
del dolor y del infierno;
aferrándome a sus puertas
creí posible escapar del sufrimiento;
pero el dolor, más terrible aún
se encimo en mi espalda:
¡Y lo peor,
era un dolor antinatural
de hierro y de fantasmas!
Al apartarme sufrí,
pero solo y engañado.
No pude librarme
del natural fracaso,
de la noche y la tristeza
profundas
como un lago.
Y hoy la casa infernal
se abre otra vez:
llena de miserias,
repleta de horror y descontrol.
Y ya no quiero luchar. Mejor
cerrar los ojos y esperar confiado
a que al final la casa me escupa
fortalecido y mejorado.
Y sea joven otra vez
y sienta el dolor y el amor al mismo tiempo,
esperanzado al brillo
de mi corazón perfecto.
Luego del café me pedí un té de menta y seguí leyendo. Encontré este poema que Antonio escribió el 4 de mayo de 1912; la esperanza, como una cálida luz de tintes plateados me llenó los ojos.
A UN OLMO SECO
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Pagué el café y me fui a caminar a la Alameda
Benjamín Tenopala Carmona dice
Alex, muy bueno, de verdad me gustó. La primera, penúltima y última estrofa son contundentes. Creo que se puede pulir un poquito, hay unas pocas palabras que a mi gusto sobran. Un saludo y un hasta el próximo comentario, pues seguiré leyendo aquí.