Me gusta imaginar a Kapuscinski encerrado en su pequeño cuarto de hotel a algunos pasos de la plaza más grande un algún país de África. Sus dedos caen sobre las teclas como martillos, como golpes de vida que levantan el polvo y desentumen palabras que no habían sido dichas. Mientras, el resto de los corresponsales está en un bar cerca de ahí, bebiendo Whisky y hablando de las chicas francesas que se cogieron la última vez que estuvieron en París. Todos, los periodistas del bar y Kapuscinski, habían enviado ya sus notas a la redacción; certeras, con unas ochocientas palabras y un lenguaje telegráfico: “Hoy en la tarde el presidente de la república llegó al aeropuerto, donde fue recibido por miembros de su gabinete”. Pero Kapuscinski después de eso regresó a su hotel a escribir algo más sobre la misma nota del presidente, humm, algo tal vez como que era un día caluroso y él podía sentir como el sudor escurría en gotas pesadas, como gusanos babosos, sobre su brazos. ¿Sentiría lo mismo el presidente? ¿Abajo de ese traje gris, apretado, y el golpe de las luces partiéndose sobre su rostro negro, experimentaría la misma sensación de incomodidad y hartazgo? Porque el país en el que aterrizaba, y la gente del gabinete que lo recibía, originarios de ahí como él, eran gente acostumbrada al calor y a ese pensado ambiente en el aire. No como él, que aunque ya tenía mucho tiempo ahí, había nacido en las calles empedradas de Varsovia y había hablado y crecido en una lengua muy diferente, y en un clima, la mayoría de los días, frío, que lo hacía pensar y ver el mundo de otra forma.
En mi imaginación, conforme Kapuscinski sigue tecleando, haciendo el tipo de periodismo que verdaderamente le gusta, piensa que a él el sudor le recuerda a la chica francesa que conoció la ultima vez que estuvo en Paris, y que es mejor estar ahí, escribiendo lo que le gusta, guardando un poco de espacio para sus ambiciones personales, que sólo mandar las notas que la agencia le pide para ganarse la vida. Él, igual que Norman Mailer o Truman Capote con el Nuevo Periodismo, cree que se necesita otro lenguaje para entender la realidad del mundo.
Yo, después de salir de mi visión de Kapuscinski, y después de leer su ensayo “Los cinco sentidos del periodista”, estoy emocionado y tecleo en la computadora de mi pequeña habitación en la colonia Postal, pensando que ese tipo de periodistas me gustan, y que gracias a lo que acabo de leer, descubro que el periodismo puede estar también lleno de vida, y que es, salvo lo que había pensado los últimos tiempos, una profesión interesante, que puede hacerse con inteligencia y sensibilidad.
El ensayo me emociona tanto que abro el navegador y tecleo: “Kapuscinski”, y descubro que también es poeta. Doy click a otro link, encuentro uno de sus poemas y decido que, añadirlo al final de mi nota sobre él, es lo mejor que puedo hacer:
Al despedirnos me dio la mano
los dedos eran flácidos como las hojas mustias-
un tórrido día de un cálido verano
me atravesó el frío del otoño
Edith dice
Yo lo descubrí con un artículo que escribió hace muchos años sobre la guerra del futbol entre el Salvador y Honduras y me gustó mucho su frescura. Me pasas el texto de los cinco sentidos ?
Ale dice
¡sí! pensaba añadirlo al post pero no lo he encontrado, en cuanto lo encuentre lo pongo
Osvaldo dice
lo lei y me gustaron muchas imagenes como: Sus dedos caen sobre las teclas como martillos, como golpes de vida que levantan el polvo…etc
Gabriel Cortázar dice
Wow. Estimado, como pasa el tiempo, ya tiene más de un año que escribiste esto y apenas entré en contacto, a ver si de casualidad respondes, ocupo el texto de “los cinco sentidos… lo he buscado en el FCE, en BN, en Amazon, en Gandhi y muchas otras y resulta que está descatalogado, crees que puedas apoyarme?
Mi email es monk23_82@hotmail.com
Alejandro Carrillo dice
Uy, a mi apenas me prestó un maestro una copia de un pedazo del libro… humm, no sé quien lo pueda tener. Si se me ocurre algo te aviso. De todos modos bienvenido al blog y espero sigamos en contacto.