The Joker, Todd Phillips, 2019.
I said, that’s life (that’s life) and as funny as it may seem
Some people get their kicks
Stompin’ on a dream
Frank Sinatra, That’s Life
Alguna gente disfruta, se emociona, se excita y se vuelve loca aplastando a los otros: el poder infla sus músculos y los músculos muelen a golpes a los miserables, a los pobrecitos, a las víctimas, a los ínfimos, a los insignificantes, a los payasos. ¿Por qué no? ¡los músculos y el poder son para eso! El que tiene el poder y no lo usa para hacer lo que quiere, no tiene poder realmente ¿no?
Y ahí vamos nosotros los payasitos, agachando la cabeza para que no se enoje el patrón, aguantando vara, conformándonos para sacar pa la quincena, para ser mínimamente aceptados, para ser palmeados en la cabeza por nuestros amos. Como el cuento terrible de Osvaldo Lamborghini, El niño proletario: no importa que nos hayan torturado hasta reducirnos a una masa sanguinolenta apunto de morir, no importa que ya no podamos salvar nuestra vida, aún tenemos chance de pedir disculpas para que el torturador no se enoje, para que aunque ya estemos condenados nos muestre compasión, para que aunque sea en un último flashazo de consciencia, antes de cerrar los ojos para siempre, podamos ver que, con un leve gesto en la cara, el amo nos acepta y compadece por haber nacido payasitos. Payasitos que, como dice Thomas Wayne en la película, no pudieron hacer con su vida lo que quisieron, no pudieron alcanzar el éxito.
Pero todo lo que es oprimido termina por surgir, asomarse, manifestarse. Y entre más se le oprime y esclaviza, más culera, y violenta y devastadora será su aparición.
Todo esto en la película del Guasón, de Todd Phillips, es más claro que el agua, e incluso si se quedara ahí, en esta lectura de la primera capa de la película, la social, sería un buen film, pero lo cabrón es que todo lo que pasa afuera pasa adentro, y que el nivel arquetípico al que se alzan las fuerzas que están peleando en esta película, habla no sólo de lo que pasa afuera, sino de nuestra alma o psique o como quieran llamarla.
Varios pares de fuerzas antagónicas pelean a rabiar en esta historia: lo poderoso contra lo oprimido, el éxito contra el fracaso, lo bello contra lo feo, lo consciente contra el inconsciente, el yo contra la sombra. Y estas fuerzas trascienden las figuras sociales en las que se manifiestan. Estas fuerzas se encarnan en los personajes del film
Lo interesante es que el modelo del poderosos contra el oprimido, además de en la historia de la humanidad, ocurre también, desde el principio, dentro de nosotros. La explotación, no del hombre por el hombre, sino de la figuras a las que hemos dado el poder y las figuras oprimidas. El viejo monstruo sombrío de lo que no aprobamos en nosotros mismos ha sido relegado a las mazamorras, se le latiguea y explota peor aún que a un perro, o a un oficinista que cree que está en camino al éxito, para mantener los lujos de la máscara que aprobamos, de la reluciente persona que ha tomado el poder en nosotros.
Sobre esta lucha de clases interna, de una manera hermosa, verdaderamente revolucionaria, nos habla Jung en el Libro Rojo:
“Lo ínfimo en ti es la piedra que los constructores descartaron. Se convertirá en la piedra angular. Lo ínfimo en ti surgirá como un grano de arroz desde la tierra árida, desde la arena del más desolado desierto, se alzará y llegará muy alto. De lo abyecto te llega la salvación. Desde pantanos fangosos se alza tu sol. Tú te enojas, como todos los demás, de lo ínfimo en ti porque su forma es más abominable que la imagen que amas de ti. Lo ínfimo en ti es lo más despreciado y desvalorado, lleno de dolor y enfermedad. Es tan despreciado que uno esconde el rostro ante ello, que no se lo considera para nada, incluso se dice que no existe, ya que uno se avergonzaría a causa de ello y se despreciaría a sí mismo. Por cierto, lo ínfimo porta nuestra enfermedad y está cargado con nuestro dolor. Lo consideramos como lo que está plagado y castigado por Dios debido a su despreciable fealdad. Pero en virtud de nuestra propia justicia está herido y expuesto a la locura en virtud de nuestra propia belleza es martirizado y oprimido. Le dejamos el castigo y el tormento, para tener paz pero nosotros asumiremos su enfermedad y a través de nuestras heridas nos llegará la salvación”.
¿Oyeron eso? “Pero en virtud de nuestra propia justicia está herido y expuesto a la locura en virtud de nuestra propia belleza es martirizado y oprimido”
El Guasón es la encarnación de lo ínfimo en la sociedad y en nosotros. Thomas Wayne y los medios y los yupis de Wall Street son la encarnación de la poderosa consciencia. Ante sus ojos los ínfimos no somos nada,”somos los que cargamos la enfermedad y el dolor”, si algún día nos encontraran muertos en el suelo, los poderosos pasarían encima de nosotros sin siquiera notarnos.
El acierto, la fuerza, la maravilla de esta película, más allá de los colores y la fotografía y la actuación y las referencia a películas setenteras (¡hay tantas películas que aciertan en estas áreas pero que son más huecas que telenovelas), es que es un canto enloquecido, hermoso a la coronación de lo ínfimo. La sombra toma el lugar que le corresponde, reclama su existencia en el mundo ante el resto de la psique: es un baile macabro, brutal y tenebroso y maravilloso. Por primera vez, como dice el Guasón en esta película, lo ínfimo siente que es visto. Que existe.
Pero la pelí no sólo se queda ahí.: No es, como otros films (El club de la Pelea, por ejemplo), una idealización romántica de la sombra: El ínfimo no es un héroe, está enloquecido, está feliz y ya es alguien y existe, pero su fuerza ha sido oprimida por tanto tiempo que sale sin control y destroza lo que se ponga en su camino. Los opuestos que se contraponen se difuminan, la separación entre lo bueno y lo malo se desvanece: las dos fuerzas son igual de monstruosas.
La película tuerce los mitos (o estereotipos, más bien) del comic. Thomas Wayne, que siempre había sido un padre cariñoso y comprensivo, el típico de gringo bueno y justo y creyente de Dios, es mostrado como un monstruo solitario deformado por el poder, y su hijo, el mimado Bruce Wayne, un niñito friki hijo de un monstruo. La monstruosidad de esta guerra de manifestaciones descontroladas es la que lo engendra, y nada más que otro monstruo puede ser creado por estos dos padres: Batman será un monstruo que combatirá por el restablecimiento de la consciencia, de lo aparentemente bueno, pero no dejará nunca de ser un monstruo.
Me sorprende graciosamente que una película como está, hollywoodense, al fin y al cabo, sostenida y promovida por un capitalismo feroz, intente dinamitar los símbolos del consciente americano. Torcerlos, dejar que al menos a través del arte, aunque sea en las pantallas, se asome la sombra.
Al capital, y al poder, seguro, debe de tenerlos sin cuidado: es mucho mejor que se manifieste así, convertido en arte, a que el monstruo se encarne realmente; esta forma, incluso, es un buen negocio.
También, a las figuras que tienen el poder dentro de nosotros les convendría dejar que lo ínfimo se muestre, exista, por lo menos en el arte, para que no algún día salga a la fuerza, explote y reclame su lugar dentro de nosotros de forma salvaje. Para que no nos de, finalmente, lo que nos merecemos.
“Tienes lo que te mereces”, le dice el Guasón al presentador, un tipejo cualquiera que como cientos de miles han construido un excelente negocio en los medios burlándose de nosotros los payasitos ínfimos (¿se acuerdan de Sammy?), un tipejo cualquiera que como cientos de miles han forjado su coto de poder a expensas de pisotear a los otros.
Si nuestro yo, el gran poderoso, es aniquilado, si el payaso ínfimo oscuro le vuela la cabeza de un balazo, habremos tenido nuestro merecido.
Al final, nuestra única esperanza de salvación es reconocer al otro, al ínfimo, al violento, al detestable en nosotros y en el mundo. Hasta que no sea visto y reconocido por todos, el caos seguirá burbujeando abajo de la superficie, a punto de estallar en cualquier momento, para deleitarse en un festín de sangre.