El viernes dijeron quién había sido el ganador del concurso al que mandé Romper el espíritu. No fui yo, si no un Tunecino por su cuento Mamadú y los verbos españoles.
Cuándo vi la noticia me saqué de onda; en verdad pensé que mi historia podía ganar. Después, a lo largo del día y hoy, todo el sábado, un montón de sentimientos mezclados con las noticias de la influenza porcina, se han vuelto un combo, agitado, que me lleva desde el miedo, la tristeza, el enojo y la frustración hasta la soledad; no alcanzo por más que quiero a desenredar la madeja de sentimientos para saber de dónde vienen.
Por momentos tengo miedo, por momentos confianza, por momentos ganas de escribir, por momentos coraje, por momentos la tranquilidad y la seguridad de que todo pasa por algo; los virus y la etapa de la vida en la que estoy y los veredictos. No sé. Pero hace rato me dormí y tuve un sueño que tal vez tenga algo que ver: Yo estaba dentro de una casa y aunque había más gente estaba aislado, enojado con todos; afuera había un extraño tipo de viento, como hecho de partículas de filigrana que luego se convertía en una tormenta de arena. Estaba muerto de miedo. El ambiente era pesado. La tarde caía y el cielo era amarillo. El viento arrasaba con todo, haciendo volar las paredes de concreto de la casa y nuestros cabellos. Al final, después de la tormenta seguíamos ahí, vivos, reacomodádos.
Gracias a todos por su apoyo con Romper el espíritu. Sigo creyendo que es una gran historia y estoy seguro que dentro de poco podrá seguir su camino.