¡Bienvenidos al II gran concurso literario de Bob Dylan! Cuentos y Poemas inspirados en, o dedicados al maestro!
Bueno, ha sido ya mucho tiempo desde el primer concurso literario de Bob Dylan (en el 2012). Aquella primer convocatoria tuvo gran respuesta, hubo un montón de poemas y cuentos participantes y, los ganadores, fueron más que interesantes (chéquenlos aquí). Así que, ahora, cómo ya hice mi ronchita de cosas Dylanianas interesantes que regalarle a los ganadores, y como muchos lo han pedido, es hora de lanzarnos al ruedo y escribir para, e inspirados por, el Gran maestro de Duluth, Minnesota, el meritito Bob Dylan.
Cómo lo que quiero es ponerlos a todos y todas a inscribir inspirados en el maestro, recuerden que el chiste de este concurso es que todos los que participen ganan, nada más con mandar su cuento o poema. Revisen la sección de premios, son mucho mejores que los del primer concurso.
II Concurso literario de Bob Dylan
Bases
Escribir un cuento o un poema sobre Bob Dylan, o inspirado en una de sus canciones, pasajes de su vida, etc etc.
El concurso se cierra el último día de septiembre.
Para participar, sólo tienen que pegar su cuento o poema en los comentarios de esta entrada o mandarlos a ale@diariodeunchicotrabajador.com
Yo y sólo yo (bueno, tal vez con la ayuda de algún amigo) seré el juez del concurso.
Los derechos, por supuesto, serán siempre del autor del cuento o poema.
Pueden participar con todos los cuentos y poemas que quieran.
Si hay algo importante que esté dejando fuera, lo resolveré en el momento.
En algún momento, con el paso de los concursos, haré una antología en la que, si todavía estás interesad@, podré incluir tu cuento o poema.
Premios
Para el primer lugar de cuento:
El libro “Revolution in the Air” de Clinton Heylin. Pasta dura. Nuevo.
El libro Bob Dylan by Greil Marcus. Pasta Dura.
Mi colección de bootlegs de Dylan para bajarla en descarga directa en varios links. (¡es muy muy grande, muchos GB. Y ha aumentado muchísimo desde el primer concurso!)
Para el primer lugar del poema:
El libro “Bob Dylan in America” de Sean Wilentz. Pasta dura
El libro Bob Dylan The Illustrated Biography. Pasta dura
Mi colección de bootlegs de Dylan para bajarla en descarga directa en varios links.(¡es muy muy grande, muchos GB. Y ha aumentado muchísimo desde el primer concurso!)
Para todos los que participen
Mi colección de bootlegs de Dylan para bajarla en descarga directa en varios links.(¡es muy muy grande, muchos GB. Y ha aumentado muchísimo desde el primer concurso!)
Chinato Calderone dice
Como caballero antiguo que desafía al tiempo…
El verano.
Quizás la ultima vez y retenerlo para siempre.
Trascendió la amistad.
Trascendió el momento
Y quemó la verdad.
El arte
La manera de relacionarte con el tiempo.
Cuando venga la guerra
Cuando se acabe todo
Solo espero no volverme loco.
No te podre pagar nunca lo que me has dado
No te podre pagar nunca lo que te debo
Pero no soy el único que te debe algo
Cantando a vida o muerte por un mundo
Que haces mucho mejor para nosotros.
Haciendo kilómetros
Encendiendo almas
Códigos cifrados
Que nos hacen eternos.
Hay noches que no deberían terminar nunca…
Hay instantes exactos que duran una vida.
Realidad virtual del corazón
Entre la piel y el alma
Como ese viejo sol
Bob Dylan me acompaña.
Ramón Javier Ayala Martínez dice
acá te dejo mi poema:
Arderás junto a los recuerdos con ocho palabras para tu inmolación
A Bob Dylan
En la exhalación del abandono
entonarás cánticos que se escuchen en la eternidad
junto al riachuelo infecto de la existencia
donde el anhelo perdura
Nombrarás el tiempo del pasado con la cuerda en el cuello
Con los sonidos de la póstuma cumbre
que anuncian la memoria ardiente de días pasados
los sueños trémulos se aferran al abismo
La visión será la de un himno fúnebre
Abierto en cada poro de la sangre
la historia roída del anochecer
debajo de cada dogal
la misma furia que nombraste en el pasado
Con la perpetua incertidumbre en los impulsos
Alrededor tuyo suena el blues y el llanto
on los pasos dirigidos al abismo
el surcar interminable del antiguas llamaradas
La súplica quemándose junto a la vida
bajo el precipitado llanto de la música
la insomne sustancia del quebranto
Sigue adelante con tus carcomidos pasos
El tajo insoldable de la muerte está presente
la vida es un archipiélago de sangre
En las orillas del tétrico delirio
Nada te ata bajo el vano silencio de la sangre
Con cada despertar una nueva perdida
Carlos Ducard dice
Buenas a todos, este es un pequeño poema para el concurso. La verdad me costó tres días al menos, nunca me he bloqueado tanto, pero tenía que hacer algo convincente tratándose del Sr Dylan. Espero les guste.
¡Saludos y éxito a todos!
Los detalles de una serie de sueños
Guardo en la memoria frescos
Fue una noche al dormir espeso
Tal vez en verano, tal vez en invierno
En uno fui niño queriendo ser
Un evangelista del Dios de Belén
No porque fuese buen creyente
Sino por abordar todos los trenes
Soñé que también era un rockero
Y que la respuesta estaba en el viento
Fueron largos años de infierno aquellos
Todos me apedreaban con ira llenos
Soñé que el frío podía calentar
Soñé que el calor podía congelar
Y un ciego que gustaba cantar
Los versos de “Mr Tambourine Man”.
Y dentro de un bar estaba también
Angelina, por quien una vez enfermé
Ella se esfumó sin dar explicación
Y me pregunté si nadie vio a mi amor
En una gran Torre también me vi
Era un bandolero y había un arlequín
Creyó que podía sus brazos batir
Y volar huyendo a la Luna febril
Fui canto rodante y estrella fugaz
De casa me fui siguiendo a “Huracán”
Pero el viento norteño de soplo bestial
No me privó de volverme a enamorar
Quise también hacer una canción
Que hurgase en el olvidado corazón
Fui de Nueva Orleans a Jerusalén
Y así toqué las puertas del Edén
Soñé con el valor y soñé con la virtud
Soñé con la verdad y busqué la dignidad
Soñé que bailaba con la dama de “Azul”
Soñé hacerme joven cumpliendo más edad
Surgieron más que me siguieron
En aquella ristra de raros sueños
Despierto por fin, Zimmy me contó
Que hubo carnaval en Calle Desolación
Carlos Ducard.
Agosto 2015.
LaraML dice
HE’S NOT HERE.
Toda la vida planeando
un futuro que se escapa,
un presente que no acaba,
un pasado en el olvido
como la estela mojada
de los trenes de Duluth
bajo un Mayo ensombrecido.
Todos los días soñando
ser el soldado del alba
al que saludan los lirios
sobre las hoces del agua
de los ríos más lejanos
(y las cumbres más cercanas)
en el Otoño perdido.
Pero él no quería ser soldado,
porque no tenía bandera que portar,
ni patria que defender,
ni cuerpo al que aún abrazarse.
Y es que a sus pocos tiernos años
era llamado héroe, alfil,
paria, profeta, trovador, brillante,
luz del alba, fantasma de la electricidad,
obrero sucesor de Guthrie,
violinista en Desolation Row,
luz de neón en Simple Twist of Fate,
cara pintada de la Thunder Revue,
el último góspel del Saved.
Toda la vida conspirando
Sobre raíles
Llenos de baches.
Desde Missisippi a Washington,
de Hudson hacia Oregón,
y nunca calló su boca
delante de los pies de nadie.
Año tras año, y
sigue buscando una señal
donde apearse.
Una guitarra, una mujer,
armónica, la mano suave
que señalar y murmurar
“ya llegué a casa.”
Y saber que podrá acabarse el mundo,
que tiene una nación donde quedarse,
Y tres puntos en vez de uno final,
Y una calle donde poner su nombre.
Que aún hay gente que le llama peregrino,
pero él no quiere ser un héroe.
Seguro que preferiría no tener nada,
ni nadie,
que salvar
.
Elisa Mejía dice
Todavía no acaba Septiembre, faltan unos minutos, lo escribí casi todo hoy, te lo he enviado a tu correo, pero por si las dudas aquí está mi “cuento”. Suerte a todos 🙂
Recuerdo de un cálido Octubre
“Tú conociste a Woody Guthrie; Eric Burdon nunca conoció a Bo Diddley. Eso me preocupa, porque ambos tienen las misma iniciales, espero que mi destino no sea el mismo que Burdon”.
-¿Recuerdas Durango?- Me preguntaste. ¿Cómo olvidarlo? Incluso aquel día tu armónica sonó diferente.
Caminábamos cerca de las vías del tren, nos dirigíamos al pueblo, ¿cómo olvidar aquella imagen? Parecía sacada de un cuadro, el cual estaba lleno de los colores de Renoir. Tus botas, tu camisa de tonos tenues, tu chaqueta café, aquella vieja y desgastada que siempre llevabas, y claro, tu fiel sombrero que solía descansar sobre tu rizado cabello. El par de ojos claros, la nariz incomparable y la sonrisa con la cual hacían juego. Tu armónica que compartía lugar en tu bolsillo izquierdo con el broche dorado en forma de ave que te había regalado el pasado Mayo. Por mi parte, yo, llevaba un vestido el cual no sobrepasaba mis rodillas y, a pesar de que no había viento, era transparente y ligero, siguiendo la línea, unos zapatos no muy altos, una larga melena castaña, y unos ojos cafés que siempre odio cerrar.
Me llevabas del brazo, me sentía gustosa con eso, aunque últimamente se había convertido en un capricho para mí, del otro lado, en el hombro llevabas tu guitarra. Yo te contaba experiencias plagiadas de poemas de Rimbaud, y aunque escuchabas atento, con mirada de infante, tu esencia estaba distante, estabas cansado, decías que estabas harto de la palabra “folk”, que jamás supiste quién eras, pero era la primera vez que quisiste saberlo, pese a todo eso sentías que las golondrinas parecían estar felices y eso era lo único que te hacía sentir dichoso, se asomaba la desolación, pero tú sonreías y decías que todo estaría bien, tal y como lo recordabas. Así caminamos en compañía del impuntual atardecer, a diferencia del frío, que ya había llegado, entonces me diste tu chaqueta. Parecía una cursilería trillada, pero ahí estábamos, atravesando un campo de flores, suena cruel, pero tuvimos que pisar algunas, recogiste una que estaba intacta y me la diste, ambos nos detuvimos unos segundos para percibir su aroma, rodeaste mis hombros con tu brazo, recargaste tu cabeza en mi hombro. Seguimos el camino. Aquel camino donde habitaban las flores iba desvaneciéndose al compás de nuestros pasos, y apareció un singular camino empedrado, habíamos llegado triunfantes a aquel pueblo. Como era de esperarse, los pequeños tacones de mis zapatos se atoraban en las piedras, y sin importarme nada, me los quité y los cargué con una mano; las piedras estaban calientes, pero eran lisas como perlas, no era la primera vez que lo hacía, y pensé que como otras veces, tú también me acompañarías en la travesía y harías lo mismo, pero esta vez no. Me miraste con esa calmada sonrisa tuya, y te reíste como si contemplaras a un niño que hace o dice algo fuera de lugar. Me cargaste con ambos brazos y continuamos. El sol tenía prisa en ocultarse, pero sólo esperaba vernos cruzar la puerta, aquella hecha de caoba, adherida a esa casita blanca adornada con enredaderas y orquídeas color cereza, con tejado agraciado y perfilado. Esa casa de huéspedes en la que habíamos alquilado una habitación días antes. Al entrar saludamos al amable recepcionista de tercera edad, que por alguna razón siempre vestía de azul. Subimos las recién barnizadas escaleras hechas de madera, la cual crujía al paso de nuestra pronta llegada, era la habitación número siete, buscaste las llaves entre tus cosas del bolsillo izquierdo de tu chaqueta, que aún llevaba puesta. Ahí se hallaban.
Entramos y enseguida pusiste tu sombreo en el perchero, y yo tu chaqueta, te quitaste las botas, el piso era alfombrado; recuerdo que me gustaba acariciar tus pies, los pies de un viajero, de un nómada. Te dirigías a encender la chimenea, y me pediste que preparara algo de beber, yo no sé si te gustaba el té, o si todo este tiempo lo habías hecho sólo para complacerme, simplemente lo bebías, además nuestras gargantas buscaban estar calientes. Te sentaste en un sillón y sacaste el libro que te había regalado junto con el ya mencionado broche dorado. Era un libro de Boris Vian, mi escritor más preciado junto con Capote y Ginsberg, parecías disfrutarlo, puesto que ya lo habías leído más de tres veces, parecías estar a gusto con los franceses rebeldes y agrios, ¿quién no? Llevé una bandeja con la tetera, tazas, cucharitas, azúcar por supuesto y la impertinente canela. Aún sentado y yo de pie, me paré atrás del sillón y me las arreglé para rodear tu cuello con mis brazos y besar tu tibia mejilla, luego tu frente. Pasé mis delicados dedos de “Elisa” (según Gainsbourg) sobre la selva de tu pelo. Realmente me gustaba. Serví el té en ambas tazas, tomé la mía y le soplé levemente, también tomé un plato para reposarla. Me senté en la alfombra, y me leíste mientras esperabas que tu té se enfriara un poco, con tu voz ligeramente rasposa y clara, comenzaste:
“La cosa sucedió de manera muy sencilla. Durante el retiro espiritual que precede a la primera comunión, al señor cura, que estaba sobrio de milagro, se le ocurrió preguntar:
-¿A qué se debió la caída de Adán y Eva?
Nadie supo responder, pues en el campo no es pecado hacer el amor. Pero Urodonal levantó la mano.
-¿Lo sabes tú?- se extrañó el párroco.
-Sí, señor cura– dijo Urodonal-. Se debió a un error del Génesis”…
Sinceramente, fue enternecedor escuchar a Vian con tu voz, pero como en los escritos de aquel Lobo-Hombre francés, también galanteaba por ahí la lujuria, y ese el pecado que más gustaba de romper. Como ya dije, tus poros sólo destinaban calma pura, pero conforme ibas leyendo “El Pensador”, mis ojos tenían un nuevo propósito, en realidad me resultaba excitante aquella pose sumisa en la que me encontraba, mirándote desde el piso, pronto comenzaba a tener la misma mirada sedentaria de un voyerista, te miraba. No recuerdo exactamente cuándo terminaste, pero sí sabía cuándo ibas a empezar. De repente, cerraste el libro en un instante, y sonreíste, parecía que me acababas de leer un cuento de los hermanos Grimm para hacerme dormir, pero no querías que durmiera. Bebiste el té casi de un sorbo y te levantaste del sillón, también me ayudaste a levantarme, me abrazaste y esta vez tú, besaste mi roscolora mejilla. Bailamos lento, como si estuviéramos en uno de esos bailes de preparatorias americanas, como si escucháramos una canción de Harry Nilsson; inesperadamente me besaste, fue un beso muy dulce, fue como el primero, tierno, único, espontáneo. Hacía frío, pero el calor de tu cuerpo cerca del mío y el fuego de la chimenea me ayudaban a olvidarlo, de un momento a otro, tus manos estaban acariciando mi cuello, luego tus dedos jugaban con mis pequeñas clavículas, después mis hombros y fue ahí cuando deslizaste los tirantes de mi azul y transparente vestido, en cierta forma ya estaba desnuda, me gustaba el ideal francés de no usar ropa interior, ni mucho menos un brasier, me encantaba la forma que tomaba la tela al caer sobre mi pezones. Igual que con aquella flor, te tomaste el tiempo para percibir mi aroma y recorrer cada milímetro de mi cuerpo. Una vez más me tomaste en brazos, pero esta vez en forma diferente, me colgué de tu cuello con los brazos, y abracé tu cuerpo con mis piernas, me llevabas a la cama con sábanas olor a roble, que estaba al lado de un buró color verde, que tenía una lámpara de aceite arriba. Me pareció que durante el muy corto trayecto mojé tu torso con indecentes fluidos que salían de mí, producto de tus inquietas manos, me había parado sobre la cama y desabotonaba tu camisa mientras cantaba coros de Guthrie, acerqué mi rostro hacia tu pecho, por un momento me pareció que estaba ardiendo, tenía que poner mis labios en él, y después, cada coro era una prenda menos. De manera rápida, tu cuerpo estaba sobre el mío, esta vez hubo un beso más largo, a la par, despeinabas mi cabello, a decir verdad, yo hacía lo mis con el tuyo, había cierto placer en ello, bajaste hasta besar mi cuello, y seguías besándome, hasta que tus labios llegaron a estar en medio de mis piernas, no hace falta decir que hacías ahí. Volviste, y de nuevo acaricié ese rostro, mis brazos se abrieron para abrazar tu espalda humedecida, mis piernas también hicieron lo mismo, te acercabas cada vez más y más, no juzgabas el momento, fue entonces cuando comencé a sentír algo que entraba lenta y estrechamente en mí, en mí ser. Tu nariz entre mis pechos, el sudor que empapaba tu lírica entrepierna, todas las vivencias que lamía de tu piel en ese momento, el día, la noche, el mundo, el universo, y el todo, giraban y danzaban con movimientos raros alrededor de nosotros, y esa magnífica y sentimental penetración en espera de más fluidos, era realmente algo asombroso que a ambos nos llenaba de júbilo y si me lo permites, lamento haber rasguñado un poco tu espalda aquel día.
Contestando a tu pregunta, claro que recuerdo Durango. Hoy escribo con la misma con la tinta con la que escribí tu nombre en mis botas, con la misma pluma con la que masturbaba mis ideas aquella noche, aquella noche en la que amé a un joven de Duluth, Minnesota.
Elisa Mejía