Es lo que hace un buen libro. Hace que sientas tu propio dolor o tu propio amor, tan fuerte, que al menos cuando lo lees, no puedes hacer nada más que sentir, que sumergirte en los recuerdos más viejos, en las marcas más profundas de tus células y dar largas bocanadas que hagan que vuelvas a tu cuerpo, a tu vida, a lo que significa estar en este mundo y sentir. Y de pronto todos los demás utensilios que añadimos a la vida (las pasiones, el trabajo, los gustos) adquieran su dimensión verdadera: la de utensilios, cosas para poder movernos en el mundo.
JD Sallinger y Holden Caufield acaba de hacer eso conmigo. El guardián en el centeno me hace sentir de nuevo el dolor de ser adolescente y sentirme perdido y sólo, caminando lento por las calles, encorvado, sintiéndome gordo y muy Moreno y sucio. Intentando encajar, imitar a los demás, encontrar algo de que Agarrarme para que no me lleve la corriente.
Igual que a Caufield me corrieron de 3 escuelas, y aunque yo no era tan intrépido como él, sentía casi todo el tiempo ese boquete de dolor en la boca del estómago, y no sólo ahí, en todo el cuerpo, en los brazos, en los cachetes, en la panza.
Ahora ya no me siento así. Casi por primera vez en mi vida no me siento solo. Estoy con Lydia y siento su amor y su compañía. Y tengo un hijo y estoy más cerca de las personas que quiero. Pero ese dolor que sentí, ese humo marrón de recorrer las calles buscando y buscando. Y ahí estará. Y no quiero que se vaya porque también es parte mía, como el amor, o la ternura. No quiero que se vaya porque me hace estar atento y seguir buscando. Me ayuda a estar alerta y me recuerda que no quiero una vida de cartón, que no quiero crecer para convertirme en una caricatura de hombre que sólo habla de coches, o de trabajo, o de fútbol, o de cuanta pasta gano y todo lo que me alcanza para comprar con ella.
Prefiero a Holden con toda su soledad y miseria que a los que no sienten y creen que ya han conseguido algo y pueden conformarse y dejar de buscar. No quiero borrar el dolor que sentía cuando era adolescente. Quiero conservarlo para que me pique la panza y me recuerde quien soy, y que lo importante no es encajar, o encontrar estabilidad. Quiero que me recuerde que el dolor puede ser útil si te empuja, y te hace viajar y estar despierto.
Me gustaría escribir un libro tan bueno como este. Uno que no se queda en la orillita, uno que se sumerja sin vergüenza hasta el fondo común el dolor que nos desestabiliza, el dolor que nos avienta a ser algo más.
Un libro sin trucos.
Lea a Holden Caufield.