Hace 12 años escribía y me masturbaba casi todos los días. Me sentía chiquito y tenía la cara y el cuerpo un poco gordos. En la noche, o en la tarde, (casi siempre después de masturbarme, o al mismo tiempo) agarraba una pluma y me ponía a escribir las cosas que había visto durante el día. No era un diario en sí, y no tenía una forma muy concreta, pero después de unos meses se me ocurrió que podía juntar todos esos fragmentos sueltos y hacerlos una novela. La llamé “Buscando Guayaba”. Hoy, después de haberme echo miles de chaquetas más (por supuesto, no específicamente hoy) y haber escritos miles de páginas más, la encontré en una carpeta olvidada en mi computadora. Me gusta leerla. No era un gran escritor pero creo que escribía con fuerza, con coraje, dolor y velocidad. No entiendo a todos esos viejitos escritores consagrados que se regodean hablando de lo impecables que son, y como destruyen todas las cosas que escriben que no sean perfectas, por sí, en un futuro, después de que les den el premio Nobel, alguien las descubren en un cajón y los avergüenza publicándolas, manchando la inmaculada obra que habían planeado durante tanto tiempo.
A mi me gusta cómo escribía entonces, lo ingenuo, rebuscado, rápido, extraño, inentendible y fuerte que escribía a los 17 años, cuando no había tomado ni una sola clase de estructura, estilo o redacción y había leído a muy pocos autores.
Quiero aprovechar esta entrada para añadir un fragmento de “Buscando Guayaba”. Si tienen tiempo léanlo y díganme que les parece. (no he corregido ni un acento ni una sola coma)
(¡Estoy emocionado porque después de tanto años alguien pueda leerla, aunque sea un cachito!)
…Buscando Guayaba, página 8 de 144
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11: 40 peeme
Aquí empieza; una libreta pequeña con la ilustración de un perro con un niño sonriente en la portada. Los primeros días de Junio en el hospital.
Fuera la noche amenaza con lluvia muy contraría a las despejadas nubes con aviones cruzándolas que hace unas horas contemplaba desde la ventana en el hotel en la cama 319 donde mi abuelo se recupera de una repentina intervención quirúrgica; la panorámica que domina los ojos de los enfermos cuyas camas apuntan hacía esa dirección es, es sobria pero inspiradora; los tejados gigantes y rojo sangre disminuido, los árboles batiéndose noblísimos y los edificios de arquitectura moderna.
Pero al otro lado del hospital, el que se inclina sobre una avenida de nombre que desconozco, la vista es bastante diferente; un panteón que supongo es como cualquier otro; las cruces imperantes, las flores secas y las inscripciones que encargan “al señor” tengan a los difuntos en su “santa gloria”.
Bien, mi abuelo sigue acostado en mucho mejor estado que el que presentaba hace una semana. Lo habían ingresado inesperadamente por un problema de vesícula y, luego de la operación primera termina en terapia intensiva, UCI por las siglas que significan unidad de cuidados intensivos. Durante la operación que se pensaba se desarrollaría a la perfección, sucedió: Mi abuelo perdiendo sangre, sangre vital, sangre líquida, sangre roja. La descompensación acelera los latidos y hace que la presión disminuya. Doctores decidiendo cancelar la cirugía, mi abuelo con un tubo conectado a los pulmones y transfusiones de plaquetas.
Pero eso ocurría 8 días atrás y ahora, en la parte final, estoy aquí. Me tiendo en el reposet negro junto a su cama con ganas de prender un Marlboro rojo o de bajar a por un café a las máquinas de 3$.
Ese nuevo hábito lo he adquirido aquí, en el hospital de especialidades del centro médico para, según yo, alejar un tanto el sueño. En otras circunstancias no hace falta; desvelarte en tu cuarto leyendo o escribiendo. Aquí la presencia de la muerte se convierte en una rarísima picazón que nace en el lecho de mis intestinos expandiéndose a los brazos acelerados y al corazón.
Es patente la posibilidad de que mañana corran a mi abuelo de este hotel, de dos estrellas quizá, con escasos, muy escasos turistas. Esta noche, al parecer la última en este lugar, se abalanza como el momento perfecto para excavar. Para plasmar a la enferma que sigue despierta en su cama, que aparenta tener mi edad y que con su cuerpo ultra delgado y la mirada contagiosa da muestras de tener esperanzas. Curación diaria de herida abierta.
Excavar en minusválidas conclusiones que no me llevarán a nada.
Salgo, cruzo los pasillos y contengo la mirada para que no se cruce con los ojos de los pacientes que quisieran estar en mi lugar. Veo a la vigilánta de unos 22 años y copete gigante y chiquita y morena que se aburre leyendo un tv notas. Veo a dos señoras envueltas en cobijas acostadas en el piso entre la sala de espera de sillas plásticas azules. Veo el televisor encendido en un talkshow donde una perra desgraciada vestida de conductora insulta a una panelista porque, mientras su marido – un cuarentón peruano- sufría los fríos que le dejaron las consecuencias de un accidente donde se rompió un brazo y una pierna, ella, disfrutaba de la comprensión y el amor y el sexo de un desconocido que conoció en el “paradero”.
Estos talkshows son generalmente divertidos; una formula exitosa; exponer nuestras miserias ante una pantalla querida y entrañable de súper definición. Un supuesto juez parcial. Jajajaja. Señores vueltos locos que dejaron a sus amantes asiáticos por relucientes Drag queens del oeste norte americano. Señores anunciando “mi mujer es marimacho”. Y ni siquiera marimacha. Suegras metiches, alcohólicos arrepentidos, transexuales cristianos…
Presiono el botón del elevador. Grandeza predispuesta para las medidas de la camilla… primer piso, segundo piso, tercer piso… planta baja y bajo y atravieso la sala de urgencias- que es la más llena. Afuera el aire continúa siendo fresco pero, hasta este instante, la lluvia no ingresa en la atmósfera sombría y sobrecargada de sentimientos que circunda el hospital…
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Tendido en el suelo con una cobija sobre periódicos de aviso oportuno con el fondo de los lamentos ligeros, tristes, indescifrables de una mujer y un bolero de Luis Miguel que zumban a un volumen no perturbador en él modulo de las jefas de piso, respiro profundamente.
Los pasos secos de las enfermeras y las flemas del enfermo de al lado. Delante de mí, si fijo la vista, veo a través de la pared de vidrio de la parte inferior las bolsas de desechos diarreicos y los amarillísimos orines del señor de enfrente; los quejidos de la mujer aumentan en intensidad y dolor y la voz del enfermo contiguo platica tópicos insignificantes a su hijo de bigote que, a suponer, es el primogénito.
El Hospital está desierto, la vigilante duerme y yo, abro la puerta tratando de no importunar su sueño de telenovela y acceder a la sala de espera en la que la luz fuerte y el silencio abrasador dominan todo. Doy vuelta a lo largo y ancho del tercer piso; otras tres salas de espera vacías con televisiones no prendidas. Intento prender un cigarrillo a pesar de tener a la vista un claro letrero de no fumar con él tache sobre el tubito de tabaco de papel arroz. Me siento nervioso y no consigo alejar el número de la cantidad de espíritus que deambulan inquietos en esta zona.
Lucía me habla de eso.
Los quejidos de la mujer son más fuertes.
Lucía dice que puede sentir tantas energías, que necesita bloquearse. Logran transmitirle sus problemas, las siente, los siente a su alrededor, los ve como el niño de sexto sentido.
Una fantasía con una enfermera o con una conocida vestida de enfermera desquitada en el solitario baño en este hospital. Esto es el colmo. Al regresar al 319 del pasillo segundo en el lujoso hotel del centro médico, mientras sentado en la silla escribo, una canción que bien podría ser deprimente o melancólica según los ánimos, se filtra abrazando los techos de los cuartos de recuperación: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto, gracias a la vida…” La vos del cantante, un Pedro algo, es bienvenida por sobre los latidos de las máquinas de pulso y el cerco de gemidos y silencio. Mensaje emocional. Enfermos decidiendo el momento de partir, gracias a la vida, gracias a la vida que me a tratado como cerdo, gracias a la vida que me ha mantenido enfermo desde hace ya 4 años, gracias a la vida que me quito el riñón y una pierna y que permite que mis hijos estén peor que yo viviendo una vida más jodida que la que cualquier perro callejero vive, gracias a la vida falta de vitaminas y esperanza, gracias a la vida que me ha dado tanto.
La mujer que gime, podría entender la letra y agradecer a la vida…
Hablando de lo desconocido, de los entes vagabundos pululando en el centro médico, vagando en el metro, entre nosotros. El alma del Poodle fenecido la semana pasada orinando mi pierna… El cachorro temblaba en el avión sin entender las circunstancias. Su jaula de color liso pastel…
Después de aterrizar, en el control de equipaje el animal encuentra el momento oportuno para correr… cruza las salas de llegada nacional enfilándose por las calles que desembocan en la entrada de la estación terminal aérea. Pasa por debajo del pasamanos en la entrada del metro, pasa el puesto de revistas, pasa los andenes, aún tiembla… se lanza a las vías y, rápido, improvisando, se para y menea la cola gustosa, emotivamente. El público le ve. Mover la cola. Sacar la lengua. “Aviéntate. Mira, lo tenemos a un metro, si, las barras gruesas de en medio son las que tienen corriente. No, aviéntate”… El Poodle sigue luciendo con desparpajo su corte de pelo a la Luis XV… el olor a bisquets y comida rápida que inunda el metro… las barras gruesas y el chillido lejano de electrocución prematura. La lengua negra y el inmediato sonido asfixiante del vagón que se aproxima…
Cuando entré al baño con la enfermera, una vez se hubo esfumado, me dispuse a orinar. Me sentía observado, me limpié. Hay un letrero escrito a plumón negro que es dueño y señor de la escena: “Te mamo la verga peluda, grande y lechosa. Háblame a este teléfono”. Otro mensaje, fuera del baño y tallado con algún fiérro reposa entre semejantes en el barandal de madera que limita cierta parte de una estructura cuadrangular: “Jesús, te odio, desgraciado”. La firma está únicamente compuesta por iniciales, fechada el 16 del 06 del 97. No sé si ese Jesús es un hijo cualquiera o es el mismísimo hijo de dios. Podría ser; En un arranque de histeria Pablo – el de las iniciales- talla el recado decepcionado de la religión y francamente dolido por la perdida de su hermana menor de 17 años. “Solo tenía 17 años”. Ayer un coche negro sin placas mató a un joven ciclista que iría a Sydney. Destino.
Si ese Jesús es el mismísimo hijo de dios la ecuación se traduce en: Una oveja descarriada más o, un conciente que se atiene a los caminos de la razón y no insiste en una pendejada más como que dios existe. Cualquier opción es válida, de ti depende. Decían que la fe es necesaria y no se tiene que justificar con el intelecto, es decir, por un lado está la filosofía y por otro la ciencia, lo que hay en medio debe ser llenado por la fe. No la fe de la iglesia, la fe, no la fe de la religión, la fe, la fe inexplicable.
Aquí suben el volumen del radio. Canción de “Rock en tu idioma”. Ochentera, mediocre, fiestas y noches; Las enfermeras gritan y los enfermos se quejan
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ichigoichiee dice
Lograste transmitir la experiencia total, pude visualizar perfecto a partir de la “vigilánta”.
realitybleeds dice
Me gustó. Es descriptivo, crudo y rápido.
Ale dice
¡graciasa las dos ! en verdad me emociona que alguien lea esto
Aurea dice
¿Que te puedo decir? Me hiciste recordar muchos ayeres, hace años que no escribo un diario y me recordaste como escribía sin tanta tinta edulcorada, con mas rabia y menos ortografía, me gusta leerte… Saludos
Ale dice
Gracias, Aurea. ¡También me gusta leerte por aquí! y sí, eso d ela rabia es cierto, lo que podemos hacer es seguir escribiendo con rabia, el estilo no está peleado con ella, al contrario… ahhhhhh
perico pío dice
Muy bueno, es interesante ver la evolución de un autor. Me ha gustado leerla.
Alejandro Carrillo dice
Gracias por leerla y bienvenido.