¡Hola! Al fin, y mientras oigo la última canción del Tempest de Dylan (Roll On John, la joya dedicada a John Lennon), me dispongo a dar los ganadores del concurso Dylaniano. Pero antes, claro, y para hacerla de emoción, diré unas palabras:
Fue muy difícil escoger a los ganadores; llegaron textos muy buenos, de gente que, además de saber mucho de Dylan, son también buenos escritores. Me habría gustado tener un presupuesto más abultado para declarar empates pero, por el momento no lo tengo… así que tuve que escoger a dos ganadores, o más bien, a una ganadora y a un ganador… órale pues, ahí les van:
El ganador del poema es Ernesto Ramirez Morales, por Instructivo para perder el estilo. El poema tiene la esencia de Dylan: la otredad, las sombras de la individualidad y la transformación. Lo que desaparece y se traiciona para ser cada vez más fiel a sí mismo. Sólo la traición a nuestras ideas y a lo que creemos que somos nos hace libres y nos acerca más a saber que hay detrás de nuestra máscara:
Instructivo para perder el estilo
Esconde tu nombre en tu nombre
tu pasado
tu presente
tu perspectiva.
Sé el único impostor de tu vida
que nadie se entere
que tú eres ese hombre.
Traiciona al mundo
roba un acorde
una canción
todo un concierto
dale la espalda al tipo del espejo
procura que nadie
jamás te recuerde.
Allá en el ocaso
traiciónate a ti mismo
guarda el silencio
y cierra la puerta
un piano,
una guitarra
una voz descompuesta
se el único dueño
de tu cinismo
ignora a quien te
mendigue un blues
que en tu biografía
el ausente
seas sólo tú.
[hr]
La ganadora al mejor cuento es LadyStardust con Viento Idiota. Su cuento ganó por que tiene corazón, está vivo y patalea; está bien escrito y te lleva lentamente, poco a poco, hasta el momento que Idiot Wind hace su aparición.
Viento idiota (Idiot Wind)
Cuando salí del JFK al invierno neoyorkino, iba canturreando lo que sonaba en mi reproductor musical. “New York, New York” de Ryan Adams. Me pareció apropiado, hasta que salí a la calle.
No estabas, como habías dicho.
-Pinche viento idiota- mascullé, temiendo que algún paisano me oyera. El frío mordía y cerré mi gabardina para protegerme. Claro que el viento y su fuerza no tenían la culpa y no merecían el insulto. Con ellos desquitaba tu ausencia.
El frío, aún así, alcanzó a traspasar mi playera vintage de Springsteen. Llevo playeras vintage de Springsteen a Nueva York porque no existe nadie más cursi e idiota que yo. Me dieron ganas de volver a entrar al aeropuerto, de tomarme un chocolate caliente. Eso fue lo que hice. Culpé al frío de ese antojo, no a mis ganas de esperarte. A pesar de que mi cuerpo recuperó el calor, no volví a abrir mi gabardina. El cantante de Nueva Jersey y la portada del Born to Run me parecieron más ridículas que nunca. No quería que nadie viera a una persona con playera de Springsteen en el JFK, quien, por cierto, había salido a la calle con cara de extravío, tan sólo para volver a entrar. Pobre turista. Deseé escapar, negarme, ser otra persona.
Volví a salir a la ciudad. Aún no estabas. Suspiré y maldije,todo a un tiempo, y me disponía a llamar a uno de los múltiples taxis amarillos que recorren las calles cuando escuché que me llamabas.
Te vi correr hacia mí, con tus botas de nieve, tu falda con mallones, leggings, como se llamen. Me abrazaste con un gesto tan súbito que para mí fue imposible responderte con la frialdad que había sentido cuando no estabas, con ese rechazo, pero tampoco pude responderte con la sumisión que en ese momento me atacó, con las ganas de no dejarte ir nunca del abrazo. Soy así. Ya me conoces. O creo que me conoces.
Me pediste perdón por llegar tarde mientras detenías al taxi por mí. El conductor te ayudó a subir mi maleta mientras tomábamos nuestros lugares en el asiento trasero.
Una vez ahí, la conversación la tomaste tú. Me dijiste que te daba mucho gusto verme ahí, que esperabas que mi estancia para estudiar fuera de lo mejor; me diste el número telefónico de tu casa y reiteraste las disculpas por no poderme recibir ahí, ya sabía yo por qué. O por quién. En ese momento pensé que sería buena idea interrumpirte, decirte lo que necesitaba decir, pero sólo se me ocurrió preguntar por tu proyecto de investigación para tu maestría.
-Tengo una idea acerca de eso- dijiste, con tus ojos brillantes, con tu sed de conocimiento. Acto seguido, empezaste a hablar de cómo la historia de Nueva York había sido formada en la década de los sesenta por medio de canciones: la imagen, el universo diegético de la canción.
Yo escuchaba y de vez en cuando hacía alguna pregunta o te daba alguna idea, pero te dejaba hablar. Siempre me ha impresionado la capacidad que tenemos los literatos de hablar, no sólo muchísimo, sino también de cosas que al no entendido le suenan o muy aburridas o demasiado interesantes. Recordé caminar por los pasillos de la facultad y escuchar, de paso, a personas que hablaban de la intertextualidad entre cierto cuento y cierta película de Bergman como si fuera el descubrimiento que la tierra estaba esperando. En cierto modo, esos paseos me deprimían. Me imaginaba a toda esa gente con sus conocimientos de narratología y teoría literaria en alguna de las fiestas a las que yo alguna vez fui. Invariablemente esa gente, tan culta, tan fina, terminaba hablando de las peores guarradas. Y todos se reían. Se me hacía tan hipócrita. Por eso me alejaba de ellos cuando condenaban mi gusto por Steve Perry, que a ellos se les hacía tan sencillo. Tan tonto. Autor de canciones tontas. Aunque, en cierta forma, en ese momento, en el taxi, me sentía igual de hipócrita que ellos, hablando contigo de un Nueva York literario, cuando tenía cosas más importantes que decirte, muchas cosas.
En ese momento subiste la voz, quizá entusiasmada por alguna idea que habías tenido. El taxista, detrás de su pantalla, subió un poco el volumen de la música, que hasta ese momento había sido tan sólo un rumor. En ese momento distinguí lo que estaba escuchando. “Babylon” de David Gray. No se lo atribuí a algún conocimiento especial por parte del chofer: la rolita había sido bastante ubicua. Aún así, no pude dejar de pensar en ella, tan desesperanzada y con un final feliz. Supuse que el viaje no lo tendría. No me atrevía a decirte nada. Hablaba, como los pseudo-intelectuales de mi facultad, de cosas que no tenían la menor importancia si te sientes tan vulgar y tan ridícula como en ese momento. Como mi playera vintage. Mis palabras, puro viento idiota.
-Recuerda que nos vemos esta noche. Quiero presentarte a alguien- dijiste, y en ese momento supe que tanto la diatriba intelectual como el viaje habían acabado. Me dejaste en la puerta de la universidad y, tras bajar mis cosas, te despediste agitando la manita desde el taxi.
Me instalé. Ese día no había clases aún: noche de viernes. Qué ventaja haber llegado en viernes. Me deshice de mi playera de Springsteen, que me seguía pesando; tomé un baño y cuando salí, con cuidado, me arreglé frente al espejo, mientras pensaba cuán idiota era hacerlo. Si sabía con qué me iba a encontrar.
Nos vimos a la puerta de la universidad, como habíamos quedado. No me sorprendió encontrarme con él. Me reproché el exceso de atención que había puesto en mi persona, como si pudiera sorprenderte.
-Al fin se conocen en persona- fue todo lo que me dijiste, mientras yo lo saludaba de la manera más amable que pude. Él, al contrario, fue amabilísimo. No pareció darse cuenta de mi tensión.
Caminamos, pues querías enseñarme la ciudad de noche y habías dicho que el trayecto no era largo. De pronto, te juntabas conmigo para decirme cosas de tal o cual edificio, de algún lugar que me convenía visitar. Sin embargo, la mayoría de las veces regresabas a caminar junto a él, olvidando tus deberes de anfitriona, si es que lo eras.
Al verte con él, riendo, nunca despegándotele, pensé en lo pueril que era el amor. ¡Qué ganas de tener a una persona a tu lado todo el tiempo! ¡De estar adherida como lapa! Me sentí idiota al haberme enamorado, al querer eso de ti. Era estúpido. ¿Para qué te quería a mi lado? ¿Para que querría ver tu cara todos los días? Para desgastarte como a una canción en el radio, como a una frase hecha. Además, tendría que explicarle muchas cosas a mi familia. Era horrible.
Me distraje de esos pensamientos cuando llegamos a Greenwich, la mítica parada de Bob Dylan en la ciudad. Mi cara de fascinación te hizo reír, mientras me guiabas a un barecito.
Ocupamos una mesa. Unos aplausos te hicieron señalar al escenario. Ahí, un muchacho delgado, despeinado, tomó una guitarra y se acercó al micrófono.
Someone’s got it for me, they’re planting stories in the press…
Abrí la boca. No podía creerlo. El chico en el escenario estaba tocando “Idiot Wind”.
Los poco más de diez minutos. Ni una falla. Pude sentir la tristeza, el Blood on the Tracks que tantas veces puse pensando en ti.
Lo llamaste a la mesa, y supe cuál era tu meta. Te pasas, eres una idiota.
Esta historia no tendría que tener un final feliz.
Cuando lo vi frente a mí, sólo pude musitar “Idiot Wind”. Su sonrisa me hizo ver el futuro. Supe que, en el fondo, me habías descuartizado y me habías dado piel nueva, para ya no reconocerte como amante. Supe que, si él quería volver a verme, yo no me negaría; supe que esperaría la cita hasta con ese leve nerviosismo del músculo cardiaco. Que yo también era pueril.
Esta historia no tendría por qué tener un final feliz. Debería darme la vuelta y huir, por no haber podidodecirte lo que quería. Perderme. Como si hubiera matado a alguien. Como fugitiva.
Pero yo también soy una idiota. La vida funciona a base de estas pequeñas idioteces. Cuando él me preguntó que si me gustaba “Idiot Wind”, le dije que era mi canción favorita. Le dije adiós a mi vida clandestina contigo. Nuestros castillos destruidos, nuestra sangre en las vías.
Somos tan idiotas, que a veces me pregunto… nada. Hasta he olvidado cómo preguntar.
¿Qué les parecen los ganadores? Estoy ansioso por oir sus comentarios, no se hagan majes y escriban.
A todos los demás participantes, muchas, muchas gracias. Me inspiraron, me llenaron el saco de imágenes y los ojos de ritmos y electricidad y mucho mucho Bob Dylan. Lamento que no hayan ganado, pero no se desanimen, los concursos literarios siempre son injustos y viscerales y subjetivos y pocas veces, muy pocas veces, dan en el clavo. ¡Sigan escribiendo, vale la pena que lo hagan!
A más tardar la próxima semana estaré enviando a todos los que participaron un email con dos cosas: un comentario y agradecimiento personalizado sobre su cuento o poema y, un enlace para descargar lo prometido: ¡Toda mi colección de cosas raras, outtakes y conciertos piratas de Bob Dylan! Además, aunque no hayan ganado, me gustaría que algunos de sus textos aparecieran en mi novela. Les pediré permiso también por mail.
¡Gracias!
PD: Por cierto, no tiren sus lápices a la basura, este apenas fue el Primer concurso literario de Bob Dylan, el próximo año, por estas fechas, prometo hacer el segundo. ¡Pongan al maestro a todo volumen y vayan escribiendo!
PD2: Pronto contactaré a los ganadores por mail para ponernos de acuerdo en la entrega de sus premios.
Samuel dice
El cuento me gusto lo suficiente como para identificarme con él. Excelente.
Ale dice
Sí, también me pasó eso, me identifique bastante!
Fran dice
Grandes trabajos por parte de los ganadores, muy bien escritos y con alma. Me han gustado mucho sus obras. Les felicito a ellos y a ti por, como siempre, tener tan alto el nivel de este sitio. Un saludo Ale, eres de lo mejor.
Ale dice
Estoy de acuerdo contigo, Fran… fue un privilegio haberlas leído.
Ernesto R. dice
Felicidades por el trabajo tan bueno para este concurso, a la chica del cuento que hizo una bellísima composición.
Saludos Alejandro!
Ale dice
Ernesto, gracias y felicidades! Esto ha sido muy chido!
RLA dice
Buenos ganadores!!!!
Ale dice
Sí, totalmente!
José Antonio Alfonzo Pulido dice
¡Tengo que admitir que están muy bien los escritos ganadores! ¡Enhorabuena!
¡Que viva el espíritu Dylaniano!