Hoy, 24 de mayo del 2011, Bob Dylan cumple 70 años. Estoy feliz, delante de la computadora, escuchando a Bob una y otra vez, (no es raro, he hecho lo mismo durante los últimos meses y durante casi toda mi vida), pensando en todas la veces que Bob me ha acompañado, en cómo ha susurrado sus palabras oscuras, palpitantes como diamantes sucios, llenos de grasa y amantes con las piernas chorreadas por el flujo de sus eyaculaciones y sus ojos estampados de luciérnagas o lamparas o secretos demasiado antiguos.
Bob ha estado cerca de mi desde hace mucho tiempo; estaba ahí la primera vez que me enamoré, soltando la letra de Señor en una vieja casa en Tepoztlan, mientras que un gringo, un viejo armoniquista de blues, me hablaba de por qué Dylan era infinitamente mejor que los Beatles.
Bob Dylan estuvo ahí cuando me fui a vivir a Barcelona, cuando me encerraba en mi cuarto cerca de la sagrada Familia, solo, oyendo “One too many mornings” o “Idiot Wind”. Estaba ahí, empujandome para ir a la biblioteca de medios cerca de Montjuic para sacar prestados sus discos y quemarlos y hacerlos parte del soundtrack de mi vida mientras recorría las calles de la capital de Catalunya.
Bob Dylan estuvo ahí cuando fui a Marruecos; su voz de cuervo salía de los audifonos y se lanzaba contra las ventanillas del tren que recorría los caminos de África del norte, su voz se metía en Casa blanca y bajaba, acompañada de mis ojos de 21 años, hasta Marrakech, oyendo Simple twist of fate y pensando en el amor y jugando cartas con una familia Marroquí en un jardín.
Dylan estuvo en Amsterdam, cuando estaba demasiado solo recorriendo sus canales; parado como una estatua, perdido por no poder parar los pensamientos, por tener demasiadas ganas de todo al mismo tiempo, y demasiado miedo de quedarme sin nada; sin los millones de historias de amor y de ojos lanzando polvora y de suspiros y de noches fundiendose sobre la piel. No tenía nada, estaba lejos de todo y mientras las hermosas chicas de Amsterdam cruzaban las calles yo me les quedaba viendo, como a través de un cristal, y oía Like a Rolling Stone, pensando que eso era, que ya no podía presumir de ser un chingón, ni de tenerlo todo, porque no tenía nada, y no podía hacer nada por evitarlo.
Dylan estuvo ahí durante los años de tristeza, cuando regresé a México y no sabía que hacer con mi vida. Cuando trabajaba detrás de un mostrador de una tienda esotérica, cuando ya no escribía nada y vendía afores para profuturo GNP, cuando dejarón de interesarme las cosas y quería ganar dinero y demostrar que el mundo ejecutivo me pelaba los huevos y que podía ser igual de exitoso que eso putos y relucientes empresarios con los bolsillos llenos de dinero.
Bob Dylan estuvo ahí cuando me empezó el dolor del brazo, cuando me partía a la mitad y me gritaba que debía de dejar de hacerme pendejo, que aceptara que estaba triste, que mi corazón era un puñado de astillas.
Dylan estuvo ahí cuando decidí dejarlo todo y volver a escribir. Cuando me ponía otra vez, después de años, frente a la computadora, temblando, sin saber si podía llegar a ser bueno, si tenía futuro, si… el primer cuento que escribí después de tantos años estuvo inpirado en una canción suya…
Bob dylan estuvo conmigo cuando me cambié de casa y empecé a vivir sólo. La historia de su vida, de su amor por Sara, de todas la veces que traicionó a sus fans para seguir lo que le dictaban sus huesos y no lo que se esperaba de él. Estaba conmigo mientras pintaba las paredes, mientras barría y resanaba los muros.
Dylan esta aquí todos los días.
Dylan está aquí en las noches, se mete los fines de semana y grita: I want you, I want you, so bad entre mi novia y yo, manchando la noche de granizo, revolviendose con los labios perfectos de mi chica, exalando bocanadas de poesía sobre nuestos cuerpos.
Bob Dylan está aquí, ahora, mientras escribo. Aquí está su imagen, o al menos la imagén que me hecho de él, la imagen que necesito, que en realidad es una parte mía que apenas empiezo a conocer, una parte llena de sombras, de bufones derritiendose con la primer cucharada del amanecer, con gatos paseandose en los huesos de mujeres electricas, que aullan y aullan y aullan.
¡Felicidades, Bob, y gracias por todo!
Para festejar, aquí les dejo ese primer cuento de mi regreso a la escritura y, también, les dejo el primer cover que le hice, en hip hop, además.
¡A festejar, a festejar, a festejar!
Celebrar a Bob Dylan hoy, también es celebrarme a mí. A la parte mía que no necesita la aprobación de los demás para sentirse bien. A la parte mía original y visionaria que no sé esconde y no tiene miedo de ofender a nadie. A la parte mía que se escucha a sí misma y que no le importa ser cristiana, volverse folk, y fracasar, por que le basta ser ella misma, y gritar y gritar.
Meet me at the bottom, don’t lag behind
Bring me my boots and shoes
You can hang back or fight your best on the front line
Sing a little bit of these workingman’s blues
Bob Dylan en Working Man’s Blues # 2
Las lágrimas escurren por mis mejillas, despacio, como los recuerdos de tiempos felices.
Sentado en mi silla bajo el sol, miro los campos infinitos, verdes. Veo mi vida como un tren con cientos de vagones y dentro de cada uno el amor, la desesperación, la ternura y la tristeza.
Veo a la máquina pitar, avanzar sobre los campos echando humo enloquecida. Los minutos que he vivido, mis recuerdos y la gente que amo, se tambalean dentro del tren; pedazos de terror, de miedo; pedazos de melancolía, de incertidumbre, de dudas y desilusiones. Pero sobre todo, y me sorprende darme cuenta ahora que estoy muriendo, hay miles y miles de pedazos de amor corriendo contentos entre los vagones, en el comedor, asomándose por las ventanas. ¡Cómo! Estos últimos años llegué a la conclusión de que mi vida no había sido más que un sacó de desesperación, de dolor, de arrepentimiento y soledad. Y en parte es verdad, puedo ver que esos momentos, como sombras, van también en el tren, ¡pero ahora me parecen insignificantes! Los recuerdos dolorosos se esconden espantados en las penumbras de la máquina, perplejos, aterrorizados por la alegría de los que toman vino y ríen, de los que festejan por haberlo logrado, por haber llegado a este momento.
Sonrío. El sol me entibia y sonrío.
El Tren, justo ahora, pasa a mi lado. Sin pensarlo me subo. Me sirvo una copa y brindo con los pasajeros, emocionado: por haberlo intentado, por haberme equivocado tantas veces, por haber vivido tanto tiempo en este mundo. Estoy contento y un sentimiento de gratitud me abraza, tan fuerte, que me corta la respiración.
Veo entre la fiesta los ojos de mi papá, ahora alegres, después de haber estado tristes durante años. Cuando era niño vi esos ojos mientras me pegaba y me parecieron fríos y salvajes. Ahora los veo más claramente: perdidos, llenos de amor e impotencia. Veo los brazos enormes de mi mamá brillando bajo el sol de los campos de algodón donde crecí, y escucho su voz, cantando, arrastrando las palabras más allá del cansancio y las largas jornadas de trabajo… Veo a mi hermano, vestido de gala, sonriendo aquella noche cuando me llevó al prostíbulo. Veo a las putas y vuelvo a sentir el miedo y sus olores y sus cuerpos pesados y sudorosos… Oigo otra vez la respiración asmática de mi mujer recorrer el cuarto en que dormíamos, recuerdo mi preocupación y cómo su pecho subía y bajaba en medio de la noche.
Camino entre los borrachos, los alegres locos que festejan en los vagones. Me sirven más vino, se aprietan unos contra otros, me suben en hombros y gritan mi nombre, me agradecen, me besan.
A mi lado pasa corriendo mi hijo de nueve años, como aquella mañana cuando lo sorprendí robando de mi pantalón para comprar estampillas. Lo abrazo, por fin, después de tanto tiempo, desde la última vez que lo abracé, cuando ya estaba muerto después de haberlo sacado del río.
El ruido de una armónica llena los carros del ferrocarril, se mete entre el griterío y la euforia de mis amigos. ¡Ah! ¿Pero quién esta ahí? ¡Mi amigo! ¡La piel más oscura bajo el cielo! ¡Mi amigo! Lo abrazo y él me dice, riendo: “lo ves, te dije que todo saldría bien”. Tiene la misma ropa que llevaba aquella mañana después del accidente. Puedo ver sus manos que entonces sostuvieron mi cabeza y me dieron de beber agua mientras esperábamos la ayuda.
Este sitio se ha vuelto una locura: ¡cantamos, brincamos de un lado a otro!
Mi tío se sienta al piano, ¡qué talento! Aporrea la teclas y mientras la locura inunda el aire, veo, a través de las ventanas, que el tren se dirige a toda velocidad hacía el costado de una montaña. Ahí, en sus paredes de roca, los colores y los sonidos del mundo desaparecen. No tengo miedo. Quiero agradecerles a todos y lo hago antes de que la máquina se funda en la oscuridad: gracias, gracias por cuidar de mí, gracias por todo.
Alejandro Carrillo dice
me gusto mucho y ahora se porque es tan importante en tu vida ..me encanto lo que escribiste y los videos jeje
Grooveandroid dice
Todo muy bueno, felicidades 😀
Obrambil dice
venga!!! sigue adelante con tantas metas …te quiero amigo
Lydia dice
Ale, me encantó lo que escribiste sobre Dylan, todo encaja y da sentido a la pasión que sientes por y con su música. El cover también me gustó.
karla dice
Pasos entre el interior y el exterior penetración interior que funde lo publico y lo privado; Alejandro una vez mas te felicito por tener esta capacidad de compartir; por hacernos participes de tu mundo, esto me hace pensar que Dylan y el mundo necesita de personas con tantas pasiones; pude verte en Barcelona, imaginar la musica en tus oidos, seguro Bob tendra pocos festejos como este; felicidades por esta inyeccion de inspiracion . Un abrazo
Balam-ha' dice
Muy Bueno Cheneque! nomas las rolas no se escuchan
Alejandro dice
¡Wow! gracias a todos por sus comentarios.
Gracias, papa, grooveandroid, Pastor.
Gracias Lydia Hermosa nutriélaga preciosa!
Gracias Karla, qué chido que te gustó el texto, y que logró transmitirte lo que o sentía… muchas gracias por siempre pasarte por aquí y asomarte a mi vida.
Cheneque: Cómo no, si se oyen las rolas….