En estas últimas madrugadas, en las que casi no he podido dormir por la tos de perro que me aprieta la garganta y que más bien pareciera una garrapata gorda y jugosa, he tenido que ponerme a hacer algo en la cama, completamente enderezado, en lo que se me pasa el ataque. Además de seguir leyendo la espectacular biografía de Dylan, Behind the Shades (la reedición del 2011), volví a empezar a leer el que tal vez sea mi libro favorito de todos los tiempos: La mano izquierda de la oscuridad.
Ya otra veces (como aquí) he hablado de este libro, así que ahora sólo les voy a dejar uno de los cuentos populares o leyendas que se cuentan en Karhide, la primer nación a donde llega Genly Ai, el enviado del ecúmen, y donde empieza esta historia. En verdad, espero que este pequeño cuento los anime a descubrir a esta espectacular escritora que, como dijera Harold Bloom, el reconocido crítico literario, “más que Tolkien, Ursula K. Le Guin, ha elevado la fantasía a literatura de verdad”, así que para todos aquellos que desprecian a la fantasía o a la ciencia ficción como un género menor, prepárense para cerrar sus bocazas. Después de leer a Ursula, Philip K dick y demás escritores tramposos se quedan cortos, muy cortos… ¡Ahhh, cómo me emociona hablar de esta mujer! ¡Me gusta regresar a Karhide y estar en invierno, al lado de Genly y Derem Har rem ir Estraven, atravesando Invierno, al lado de los miles de amantes en Kemmer de todo ese extraño mundo.
Y, por favor, si sí la leen, no sean gandallas y díganme aquí abajo, en los comentarios, qué les pareció.
En el corazón de la tormenta
De una colección de cuentos populares de Karhide del Norte, grabada en cinta durante el reino de Argaven VIII; conservada en los archivos del Colegio de Historiadores de Erhenrang; narrador desconocido.
Alrededor de doscientos años atrás, en el hogar de Shad en la frontera de la Tormenta, vivían dos hermanos que se habían prometido kémmer mutuo. En aquellos días, como ahora, se permitía el kémmer a los hermanos de sangre hasta que uno de ellos concebía un niño; luego estaban obligados a separarse; de modo que no se les permitía prometerse kémmer por toda la vida. No obstante, estos hermanos así se lo habían prometido. Cuando una criatura fue concebida, el Señor de Shad les ordenó quebrar el voto y no juntarse nunca más en kémmer. Uno de los hermanos, el que llevaba el niño, se sintió desesperado, no atendió a consejos ni a palabras de consuelo, y se suicidó envenenándose. La gente del hogar se alzó entonces contra el otro hermano, expulsándolo del hogar y del dominio, y haciendo recaer sobre él la venganza del crimen. Y como había sido exiliado por su propio Señor, y la historia se difundió en seguida, nadie quería darle albergue, y luego de aceptarlo como huésped los tres días de costumbre, todos lo ponían a la puerta, como a un proscrito. Así fue de sitio en sitio hasta comprobar que no había compasión para él en su propia tierra, y que su crimen no sería olvidado. No había querido creer que fuera así, pues era todavía joven y sensible. Cuando comprendió la verdad, regresó a las tierras de Shad, y se detuvo como un exiliado en el umbral del hogar exterior. Así les habló a los compañeros que estaban allí: – No tengo cara entre los hombres. No me ven. Hablo y no me oyen. Llego y no me saludan. No hay para mi sitio junto al fuego, ni comida en la mesa, ni cama donde pueda descansar. Sin embargo, conservo mi nombre: me llamo Guederen. Dejo este nombre como una maldición sobre el hogar, y también mi vergüenza. Quedan a vuestro cuidado. Ahora, sin nombre, me iré y encontraré mi muerte. Algunos de los hombres del hogar saltaron entonces gritando, en tumulto, con la intención de matar a Guederen, pues el asesinato es una sombra menos pesada que el suicidio. Guederen escapó y corrió en dirección norte, hacia el hielo, más rápido que todos sus perseguidores. La gente volvió a Shad alicaída. Pero Guederen continuó andando y al cabo de dos días llegó al Hielo de Perin. Durante dos días caminó por el Hielo hacia el norte. No llevaba comida, ni tenía otro abrigo que una chaqueta. Nadie vive en el Hielo, y tampoco hay animales. Era el mes de susmi, y en esos días y noches caían las primeras grandes nevadas. Guederen caminaba solo en la tormenta. Al segundo día notó que estaba debilitándose. A la segunda noche tuvo que acostarse y dormir un poco. Al despertar la tercera mañana descubrió que se le habían escarchado las manos, y también los pies, aunque no podía sacarse las botas y mirarlos, pues tenía las manos inutilizadas. Continuó la marcha a rastras apoyándose en codos y rodillas. No había motivo, pues no importaba mucho que muriera en un sitio o en otro, pero sentía que tenía que ir hacia el norte.
Luego de un tiempo la nieve dejó de caer a su alrededor, y sopló el viento. Salió el sol. Guederen no podía ver muy lejos, mientras se arrastraba, pues la capucha de piel le cubría los ojos. Como ya no sentía frío en las piernas, los brazos y la cara, pensó que la escarcha lo había entumecido. Sin embargo, todavía podía moverse. La nieve del glaciar
tenía un aspecto extraño, como si fuese una hierba blanca que crecía sobre el hielo. Cuando Guederen la tocaba, la nieve se doblaba y se enderezaba otra vez, como briznas de hierba. Guederen dejó de arrastrarse y se sentó, echando atrás la capucha. Los campos de hierba de nieve, blancos y brillantes, se extendían hasta perderse de vista. Había montes de árboles blancos, con hojas blancas. Brillaba el sol, y no había viento, y todo era blanco. Guederen se sacó los guantes y se miró las manos, blancas como la nieve; sin embargo no había escarcha en ellas ahora, y podía usar los dedos, y mantenerse de pie. No sentía dolor, ni frío, ni hambre.
Vio a lo lejos sobre el hielo, hacia el norte, una torre blanca, como la torre de un dominio, y desde aquel sitio alguien se acercaba caminando. Al cabo de un rato Guederen pudo ver que el desconocido estaba desnudo, y que tenía la piel y el pelo blancos. Se acercó todavía más, y al fin Guederen habló. – ¿Quién eres?
El hombre blanco dijo: – Soy tu hermano y tu kemmerante, Hode.
Hode era el nombre del hermano suicida. Y Guederen vio que el hombre blanco era realmente su hermano en cuerpo y cara. Pero no llevaba ya vida alguna en el vientre, y la voz le sonaba apenas, como un crujido en el hielo.
– ¿Qué lugar es este? – preguntó Guederen.
– Es el corazón de la tormenta. Quienes se suicidan viven aquí. Aquí tú y yo mantendremos nuestro voto.
Guederen estaba asustado y dijo: – No me quedaré. Si hubieses ido conmigo a las tierras del Sur podíamos haber estado juntos y guardar el voto hasta el último día, ya que nadie sabría de nuestra transgresión. Pero quebraste el voto, abandonándolo junto con la vida. Y ahora no puedes pronunciar mi nombre.
Era cierto. Hode movió los labios blanquecinos, pero no pudo pronunciar el nombre del hermano.
Se acercó rápidamente a Guederen, extendiendo los brazos, y tomándolo por la mano izquierda. Guederen se libró, y escapó corriendo, corrió hacia el sur, y vio mientras corría que allí delante se alzaba un muro blanco de nieve que venía de lo alto, y cuando entró en el muro cayó otra vez de rodillas y ya no pudo caminar, y tuvo que arrastrarse.
En el noveno día de marchar otra vez sobre el hielo, fue encontrado por gente del hogar de Orhoch, que se extendía al norte de Shad. No sabían de dónde venía, ni quién era; lo encontraron arrastrándose por la nieve, hambriento, ciego, la cara ennegrecida por el sol y la escarcha. Al principio no podía hablar. No había sufrido ningún daño grave, sin embargo, excepto en la mano izquierda, que se le había congelado, y tuvo que ser amputada. Algunos dijeron que era Guederen de Shad, de quien habían oído hablar; otros opinaron que esto no era posible, pues aquel Guederen se había internado en los hielos en las primeras borrascas del otoño, y tenía que haber muerto. El mismo negó que se llamara Guederen. Cuando se sintió mejor dejó Orhoch y la frontera de Tormentas y fue hacia las tierras del sur, haciéndose llamar Ennoch.
Cuando Ennoch era un anciano que vivía en los llanos del Rer se encontró con un hombre de su propia región y le preguntó: – ¿Cómo está todo en el dominio de Shad? – El otro le dijo que Shad era un dominio enfermo. Nada prosperaba allí, ni en el hogar ni en los cultivos, todo estaba atacado por la peste. Las semillas de primavera se helaban en los campos y el grano maduro se echaba a perder, y así había sido durante muchos años. Entonces Ennoch le dijo: – Soy Guederen de Shad – y le dijo cómo había marchado por los hielos, y lo que allí había encontrado. Llegó al fin de la historia y dijo: Di en Shad que tomo de vuelta mi nombre y mi sombra. – No muchos días después Guederen enfermó y murió. El viajero llevó las palabras de Guederen a Shad, y dicen que desde ese entonces el dominio prosperó de nuevo, y todo anduvo como se esperaba en los cultivos y la casa y el hogar.