La vieja noche y sus viejos jadeos. Todo respira diferente. No hay camiones ni vecinos ni teléfonos.
Hace mucho que no estaba a estas horas aquí, solito, escribiendo. Y se siente muy bien. Prendí un cigarro aunque ya no fumo y aunque haga que me duela el estómago. Pongo a Bob Dylan. Samantha está afuera de la venta, respirando el aire frio mezclado con la lluvia, paseando con sus garras de gato, inspeccionando las calles desde arriba. Esto me hace falta. No es que no me guste mi vida diaria (me gusta más que nunca). Me gusta la sonrisa de mi bebé, sus latidos de vida, sus manos gorditas, sus cachetes y su cara de mapache palpitando vida, ansioso por conocer el mundo. Me gusta Lydia y sus ojos y los apodos que nos ponemos juntos. Me gusta vivir con ella, abrazarla todas las noches, dormir junto a sus ruidos, sus miedos, sus ganas de descubrir quien en y cual es la herida. Pero esto también me gusta, y me hacía falta. Poner Bob, pensar en tonterías románticas como la noche, la soledad y la extraña sensación de dejar caer las manos sobre el teclado y ver como se forman las palabras sobre el fondo blanco de la pantalla…
… y luego, para rematar y recordar los viejos días de tonterías, algo de porno y una buena chaqueta…
Bueno, me voy, que ya el ìnche cigarro ese está haciendo que me arda el pecho y el estomago y las agruras empiecen a escalar las parades de el esófago y, además, porque no sé en donde anda Samantha y si de plano ya se salto la ventana y anda vagando por la calle.
pd: (¡no, chinga tu madre, ya no puedo fumar, ya hasta ganas de vomitar tengo!) Me tomo unas tumbs y a ver si me queda algo de energía para el porno.