Creo que algunos ya saben que estoy escribiendo una novela donde el personaje principal es un fanático obsesivo de Bob. Muy muy obsesivo. Mucho más que yo. Tanto que seguro le daría vergüenza que nos vieran juntos.
Además de la historia, intercalado entre algunos capítulos, habrá ilustraciones del maestro y (esta es la parte buena)… poemas y cuentos sobre el rey de Duluth.
Bueno, la cosa es que la novela (el primer borrador, por lo menos) ya casi está terminada y quiero empezar a escoger los cuentos y poemas que aparecerán en ella. Por esto y también, porque no, por el lanzamiento de Temptest, el último disco de Bob, estoy organizando el siguiente concurso.
CONCURSO DYLANIANO
Bases:
- Escribir un cuento corto (máximo 2 páginas) o un poema sobre Bob Dylan, o inspirado en una de sus canciones, pasajes de su vida, etc etc.
- El concurso se cierra el último día de septiembre
- Para participar, sólo tienen que pegar su cuento o poema en los comentarios de esta entrada o mandarlos a alejandro@sitiosguau.com
- Yo y sólo yo (bueno, tal vez con la ayuda de algún amigo) seré el juez del concurso
- Los derechos, por supuesto, serán siempre del autor del cuento o poema, y recibirán, si es que se vende alguna copia de la futura novela, las regalías correspondientes
- Una vez que se digan los ganadores y las obras que estoy interesado aparezcan en la novela, pediré la autorización del autor para incluirla en el libro.
- Pueden publicar todos los cuentos y poemas que quieran.
- Si hay algo importante que esté dejando fuera, lo resolveré en el momento.
Premios
Para el primer lugar de cuento:
- El libro “Bob Dylan in America” de Sean Wilentz. Pasta dura. Nuevo.
- Mi colección de covers, conciertos y canciones raras de Dylan para bajarla en descarga directa en varios links. (¡es muy muy grande, muchos GB!)
Para el primer lugar del poema:
- El libro “Revolution in the Air” de Clinton Heylin. Pasta dura. Nuevo.
- Mi colección de covers, conciertos y canciones raras de Dylan para bajarla en descarga directa en varios links. (¡es muy muy grande, muchos GB!)
Para todos los que participen
- Mi colección de covers, conciertos y canciones raras de Dylan para bajarla en descarga directa en varios links. (¡es muy muy grande, muchos GB!)
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Mi vida se llama Bob Dylan
Hay senderos que son una respuesta al bosque,
hay palomas que mueven los mares de la luna,
hay palabras que corren por la piel como ríos,
porque existe Bob Dylan.
Hay huellas donde pueden leerse los desiertos
hay mujeres que sueñan con pirámides rojas,
hay canciones que tallan dioses en nuestro oído
porque existe Bob Dylan.
Hay jinetes que huyen con el sol en los ojos,
hay corazones tristes donde muere un océano,
hay caballos que agitan un polvo de otro mundo
porque existe Bob Dylan.
Hay hombres que transforman los sueños en dianas,
hay demonios ocultos en la hoja del cuchillo,
hay versos subterráneos en los papeles rotos
porque existe Bob Dylan.
Hay mañanas y noches
porque existe Bob Dylan.
Hay planetas y oxígeno
porque existe Bob Dylan.
Hay veranos e inviernos
porque existe Bob Dylan.
Porque existe Bob Dylan
hay fruta y hay leones.
Porque existe Bob Dylan
hay silencio y mercurio.
Porque existe Bob Dylan
hay antes y hay después.
Yo nunca he estado solo
porque existe Bob Dylan.
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Working Man’s Blues #2
Meet me at the bottom, don’t lag behind
Bring me my boots and shoes
You can hang back or fight your best on the front line
Sing a little bit of these workingman’s blues
Bob Dylan en Working Man’s Blues # 2
Las lágrimas escurren por mis mejillas, despacio, como los recuerdos de tiempos felices.
Sentado en mi silla bajo el sol, miro los campos infinitos, verdes. Veo mi vida como un tren con cientos de vagones y dentro de cada uno el amor, la desesperación, la ternura y la tristeza.
Veo a la máquina pitar, avanzar sobre los campos echando humo enloquecida. Los minutos que he vivido, mis recuerdos y la gente que amo, se tambalean dentro del tren; pedazos de terror, de miedo; pedazos de melancolía, de incertidumbre, de dudas y desilusiones. Pero sobre todo, y me sorprende darme cuenta ahora que estoy muriendo, hay miles y miles de pedazos de amor corriendo contentos entre los vagones, en el comedor, asomándose por las ventanas. ¡Cómo! Estos últimos años llegué a la conclusión de que mi vida no había sido más que un sacó de desesperación, de dolor, de arrepentimiento y soledad. Y en parte es verdad, puedo ver que esos momentos, como sombras, van también en el tren, ¡pero ahora me parecen insignificantes! Los recuerdos dolorosos se esconden espantados en las penumbras de la máquina, perplejos, aterrorizados por la alegría de los que toman vino y ríen, de los que festejan por haberlo logrado, por haber llegado a este momento.
Sonrío. El sol me entibia y sonrío.
El Tren, justo ahora, pasa a mi lado. Sin pensarlo me subo. Me sirvo una copa y brindo con los pasajeros, emocionado: por haberlo intentado, por haberme equivocado tantas veces, por haber vivido tanto tiempo en este mundo. Estoy contento y un sentimiento de gratitud me abraza, tan fuerte, que me corta la respiración.
Veo entre la fiesta los ojos de mi papá, ahora alegres, después de haber estado tristes durante años. Cuando era niño vi esos ojos mientras me pegaba y me parecieron fríos y salvajes. Ahora los veo más claramente: perdidos, llenos de amor e impotencia. Veo los brazos enormes de mi mamá brillando bajo el sol de los campos de algodón donde crecí, y escucho su voz, cantando, arrastrando las palabras más allá del cansancio y las largas jornadas de trabajo… Veo a mi hermano, vestido de gala, sonriendo aquella noche cuando me llevó al prostíbulo. Veo a las putas y vuelvo a sentir el miedo y sus olores y sus cuerpos pesados y sudorosos… Oigo otra vez la respiración asmática de mi mujer recorrer el cuarto en que dormíamos, recuerdo mi preocupación y cómo su pecho subía y bajaba en medio de la noche.
Camino entre los borrachos, los alegres locos que festejan en los vagones. Me sirven más vino, se aprietan unos contra otros, me suben en hombros y gritan mi nombre, me agradecen, me besan.
A mi lado pasa corriendo mi hijo de nueve años, como aquella mañana cuando lo sorprendí robando de mi pantalón para comprar estampillas. Lo abrazo, por fin, después de tanto tiempo, desde la última vez que lo abracé, cuando ya estaba muerto después de haberlo sacado del río.
El ruido de una armónica llena los carros del ferrocarril, se mete entre el griterío y la euforia de mis amigos. ¡Ah! ¿Pero quién esta ahí? ¡Mi amigo! ¡La piel más oscura bajo el cielo! ¡Mi amigo! Lo abrazo y él me dice, riendo: “lo ves, te dije que todo saldría bien”. Tiene la misma ropa que llevaba aquella mañana después del accidente. Puedo ver sus manos que entonces sostuvieron mi cabeza y me dieron de beber agua mientras esperábamos la ayuda.
Este sitio se ha vuelto una locura: ¡cantamos, brincamos de un lado a otro!
Mi tío se sienta al piano, ¡qué talento! Aporrea la teclas y mientras la locura inunda el aire, veo, a través de las ventanas, que el tren se dirige a toda velocidad hacía el costado de una montaña. Ahí, en sus paredes de roca, los colores y los sonidos del mundo desaparecen. No tengo miedo. Quiero agradecerles a todos y lo hago antes de que la máquina se funda en la oscuridad: gracias, gracias por cuidar de mí, gracias por todo.
Erwin dice
Otoño pluvial
y Blowing in the wind
entristece mas
#haiku #saludos #XD
ricardo carbonell dice
todos los días son oportunidades para beber lo que la vida me ofrezca o que yo tome a mi libre voluntad sin preguntar ni pedir permiso, con la sola venida de los ojos azules de tu hermana y los tuyos, de color miel, que me escrutan despiadadamente sin rubor, y especialmente de noche, cuando los gatos cazan incesantemente y los perros duermen plácidamente como sus dueños californianos, acostumbrados a tomar el sol durante el día, soleado o no, y a comer fajítas con frijoles y guacamole, y mientras te toco todo el cuerpo hasta los más hondo como el azul profundo del mar frente a Palos Verdes, gritando hasta lo alto como la cresta salada de las olas.
@poesia_libre
ricardo carbonell dice
el pájaro amarillo como el submarino, la camioneta, el aviso. el taxi están siempre presentes como tu blusa transparente y estrecha, que florece intensamente tus pechos y las puntas-pezones, que estallan en mi boca cuando mi imaginación no es suficiente durante el fin de semana, ya que no soportas el delirio del Este cuando mis amigos en Boston reman pausadamente con ritmo y sus amigas beben cervezas cerca del estadio, ausente de aficionados, por ser Marzo, al comienzo de la primavera, cuando las ardillas saltan y saltan, las flores aparecen como el pájaro amarillo.
@poesia_libre
José Antonio Alfonzo Pulido dice
Esta es mi aportación, siento es muy pobre, pero solo el mencionar a Bob, me motiva a creer mucho en lo que he escrito.
Hay muchas historias sobre la vida, muchos narradores, pero pocos como lo es Dylan que los explica aún con los errores. Las cosas tienen cambios, las piedras siempre ruedan, y algunos mas cálidos vuelven a su estado natural.
Desde una canción a Ramona hasta soplar la respuesta en el viento, todo puede terminar en una caída dolorosa y con sangre en los ojos todo el tiempo.
Desde un autorretrato que publica Bob, hasta un tren lento llegando hasta el día de hoy; nadie ha podido detener a este poderoso Dios que sigue tocando con todo el corazón.
Para finalizar con este breve y pobre relato, informo que la balada del hombre delgado aunque parezca tener un final, solo es el comienzo de un legado musical.
Daniela dice
Yo le entro pero pásame tu mail para que te lo mande, no lo quiero postear aquí jaja. Un abrazo.
Ale dice
Hola, Daniela. De acuerdo, para todos los que por una u otra razón no quieran pegar su participación, pueden mandar un mail a alejandro@sitiosguau.com
ricardo carbonell dice
‘en las noches recorres los bares y las calles con tu guitarra, bañada de sudores y licores, preguntando peticiones que te rebajan al mísero héroe de las colinas de la ciudad.’ todo eso lo dijo tu enemigo.
‘en la casa del barrio se escuchaba en la radio las canciones que rebotaban sobre las paredes amarillentas en las mañanas nubladas de la costa.’ eso lo expresó tu agente.
‘cuando deliró en la solitaria ubicación donde me encuentro, los vestigios de la memoria me traiciona, ya que sobresalen tus palabras y frases sencillas que doblan mis rodillas.’ eso dijo tu novia
‘mientras el tren rodaba por el país, bebiendo bourbon y fumando rubios cigarrillos, la garganta dolía y sufría, ya que nos descansaba de tanto trajín agotador.’ eso tú pensabas
LadyStardust dice
Viento Idiota (Idiot Wind)
Cuando salí del JFK al invierno neoyorkino, iba canturreando lo que sonaba en mi reproductor musical. “New York, New York” de Ryan Adams. Me pareció apropiado, hasta que salí a la calle.
No estabas, como habías dicho.
-Pinche viento idiota- mascullé, temiendo que algún paisano me oyera. El frío mordía y cerré mi gabardina para protegerme. Claro que el viento y su fuerza no tenían la culpa y no merecían el insulto. Con ellos desquitaba tu ausencia.
El frío, aún así, alcanzó a traspasar mi playera vintage de Springsteen. Llevo playeras vintage de Springsteen a Nueva York porque no existe nadie más cursi e idiota que yo. Me dieron ganas de volver a entrar al aeropuerto, de tomarme un chocolate caliente. Eso fue lo que hice. Culpé al frío de ese antojo, no a mis ganas de esperarte. A pesar de que mi cuerpo recuperó el calor, no volví a abrir mi gabardina. El cantante de Nueva Jersey y la portada del Born to Run me parecieron más ridículas que nunca. No quería que nadie viera a una persona con playera de Springsteen en el JFK, quien, por cierto, había salido a la calle con cara de extravío, tan sólo para volver a entrar. Pobre turista. Deseé escapar, negarme, ser otra persona.
Volví a salir a la ciudad. Aún no estabas. Suspiré y maldije, todo a un tiempo, y me disponía a llamar a uno de los múltiples taxis amarillos que recorren las calles cuando escuché que me llamabas.
Te vi correr hacia mí, con tus botas de nieve, tu falda con mallones, leggings, como se llamen. Me abrazaste con un gesto tan súbito que para mí fue imposible responderte con la frialdad que había sentido cuando no estabas, con ese rechazo, pero tampoco pude responderte con la sumisión que en ese momento me atacó, con las ganas de no dejarte ir nunca del abrazo. Soy así. Ya me conoces. O creo que me conoces.
Me pediste perdón por llegar tarde mientras detenías al taxi por mí. El conductor te ayudó a subir mi maleta mientras tomábamos nuestros lugares en el asiento trasero.
Una vez ahí, la conversación la tomaste tú. Me dijiste que te daba mucho gusto verme ahí, que esperabas que mi estancia para estudiar fuera de lo mejor; me diste el número telefónico de tu casa y reiteraste las disculpas por no poderme recibir ahí, ya sabía yo por qué. O por quién. En ese momento pensé que sería buena idea interrumpirte, decirte lo que necesitaba decir, pero sólo se me ocurrió preguntar por tu proyecto de investigación para tu maestría.
-Tengo una idea acerca de eso- dijiste, con tus ojos brillantes, con tu sed de conocimiento. Acto seguido, empezaste a hablar de cómo la historia de Nueva York había sido formada en la década de los sesenta por medio de canciones: la imagen, el universo diegético de la canción.
Yo escuchaba y de vez en cuando hacía alguna pregunta o te daba alguna idea, pero te dejaba hablar. Siempre me ha impresionado la capacidad que tenemos los literatos de hablar, no sólo muchísimo, sino también de cosas que al no entendido le suenan o muy aburridas o demasiado interesantes. Recordé caminar por los pasillos de la facultad y escuchar, de paso, a personas que hablaban de la intertextualidad entre cierto cuento y cierta película de Bergman como si fuera el descubrimiento que la tierra estaba esperando. En cierto modo, esos paseos me deprimían. Me imaginaba a toda esa gente con sus conocimientos de narratología y teoría literaria en alguna de las fiestas a las que yo alguna vez fui. Invariablemente esa gente, tan culta, tan fina, terminaba hablando de las peores guarradas. Y todos se reían. Se me hacía tan hipócrita. Por eso me alejaba de ellos cuando condenaban mi gusto por Steve Perry, que a ellos se les hacía tan sencillo. Tan tonto. Autor de canciones tontas. Aunque, en cierta forma, en ese momento, en el taxi, me sentía igual de hipócrita que ellos, hablando contigo de un Nueva York literario, cuando tenía cosas más importantes que decirte, muchas cosas.
En ese momento subiste la voz, quizá entusiasmada por alguna idea que habías tenido. El taxista, detrás de su pantalla, subió un poco el volumen de la música, que hasta ese momento había sido tan sólo un rumor. En ese momento distinguí lo que estaba escuchando. “Babylon” de David Gray. No se lo atribuí a algún conocimiento especial por parte del chofer: la rolita había sido bastante ubicua. Aún así, no pude dejar de pensar en ella, tan desesperanzada y con un final feliz. Supuse que el viaje no lo tendría. No me atrevía a decirte nada. Hablaba, como los pseudo-intelectuales de mi facultad, de cosas que no tenían la menor importancia si te sientes tan vulgar y tan ridícula como en ese momento. Como mi playera vintage. Mis palabras, puro viento idiota.
-Recuerda que nos vemos esta noche. Quiero presentarte a alguien- dijiste, y en ese momento supe que tanto la diatriba intelectual como el viaje habían acabado. Me dejaste en la puerta de la universidad y, tras bajar mis cosas, te despediste agitando la manita desde el taxi.
Me instalé. Ese día no había clases aún: noche de viernes. Qué ventaja haber llegado en viernes. Me deshice de mi playera de Springsteen, que me seguía pesando; tomé un baño y cuando salí, con cuidado, me arreglé frente al espejo, mientras pensaba cuán idiota era hacerlo. Si sabía con qué me iba a encontrar.
Nos vimos a la puerta de la universidad, como habíamos quedado. No me sorprendió encontrarme con él. Me reproché el exceso de atención que había puesto en mi persona, como si pudiera sorprenderte.
-Al fin se conocen en persona- fue todo lo que me dijiste, mientras yo lo saludaba de la manera más amable que pude. Él, al contrario, fue amabilísimo. No pareció darse cuenta de mi tensión.
Caminamos, pues querías enseñarme la ciudad de noche y habías dicho que el trayecto no era largo. De pronto, te juntabas conmigo para decirme cosas de tal o cual edificio, de algún lugar que me convenía visitar. Sin embargo, la mayoría de las veces regresabas a caminar junto a él, olvidando tus deberes de anfitriona, si es que lo eras.
Al verte con él, riendo, nunca despegándotele, pensé en lo pueril que era el amor. ¡Qué ganas de tener a una persona a tu lado todo el tiempo! ¡De estar adherida como lapa! Me sentí idiota al haberme enamorado, al querer eso de ti. Era estúpido. ¿Para qué te quería a mi lado? ¿Para que querría ver tu cara todos los días? Para desgastarte como a una canción en el radio, como a una frase hecha. Además, tendría que explicarle muchas cosas a mi familia. Era horrible.
Me distraje de esos pensamientos cuando llegamos a Greenwich, la mítica parada de Bob Dylan en la ciudad. Mi cara de fascinación te hizo reír, mientras me guiabas a un barecito.
Ocupamos una mesa. Unos aplausos te hicieron señalar al escenario. Ahí, un muchacho delgado, despeinado, tomó una guitarra y se acercó al micrófono.
Someone’s got it for me, they’re planting stories in the press…
Abrí la boca. No podía creerlo. El chico en el escenario estaba tocando “Idiot Wind”.
Los poco más de diez minutos. Ni una falla. Pude sentir la tristeza, el Blood on the Tracks que tantas veces puse pensando en ti.
Lo llamaste a la mesa, y supe cuál era tu meta. Te pasas, eres una idiota.
Esta historia no tendría que tener un final feliz.
Cuando lo vi frente a mí, sólo pude musitar “Idiot Wind”. Su sonrisa me hizo ver el futuro. Supe que, en el fondo, me habías descuartizado y me habías dado piel nueva, para ya no reconocerte como amante. Supe que, si él quería volver a verme, yo no me negaría; supe que esperaría la cita hasta con ese leve nerviosismo del músculo cardiaco. Que yo también era pueril.
Esta historia no tendría por qué tener un final feliz. Debería darme la vuelta y huir, por no haber podido decirte lo que quería. Perderme. Como si hubiera matado a alguien. Como fugitiva.
Pero yo también soy una idiota. La vida funciona a base de estas pequeñas idioteces. Cuando él me preguntó que si me gustaba “Idiot Wind”, le dije que era mi canción favorita. Le dije adiós a mi vida clandestina contigo. Nuestros castillos destruidos, nuestra sangre en las vías.
Somos tan idiotas, que a veces me pregunto… nada. Hasta he olvidado cómo preguntar.
ricardo carbonell dice
no puedo perder,
no puedes seguirme.
ante el cielo
todo parece infinito
y las malas palabras no retumban
ante el cerro de la quietud del bar
por que los vientos bruscos
se convierten en huracanes
que capaces son de tumbar las puertas del azul y estrellado techo
que intensamente nos rodea
mientras bebes y fumas como un americano
de blue jeans y zapatos de goma,
trinando los dientes
ante el peligro del abismo
que tus piernas enfrentan
en los paisajes desérticos
del país grande y rudo
donde vivimos y luchamos.
@poesia_libre
Felipe dice
Pendejo de triste figura
Era raro.
Camino en sentido contrario al de la calle
con una chaqueta de cuero
negra,
con sudor
y una billetera con lombriz solitaria.
Ojos contorneados
de negro.
¡Y nadie me ha pegado!
Mujer con extraños atuendos
-y con un no sé qué-
me engulle con mirada cachonda.
Voy en dirección a una fila que nunca termina.
Voy marchando militarmente con un sentimiento más raro que la mierda a cuestas.
Voy con una felicidad triste escuchando a Dylan.
Desearía tanto retroceder en la canción y no quedarme pegado con el fraseo
You left me standing in the doorway crying…
Blues wrapped around my head
Y poder
-del real poder-
sentir que sientas algo
por este algo.
Ya no fue y nunca será.
Mejor sigo caminando,
con un blues a cuestas,
tratando de salir al paso
en las horas que restan.
yorkperry (@yorkperry) dice
Mi aportación modesta:
El Comisario y la Reina
La luz tenue y rancia delata el vomito de noches pasadas, tu cabeza da vueltas, perdiste el reloj, te sientes desarmado, como un vaquero sin espuelas. La barra ajena y desentendida apesta a cerveza. En ese momento, mientras el aroma abraza tus fosas nasales, te das cuenta de que casi no has respirado, en las últimas horas no has sentido mucho humor para hacer eso.
Sobre la superficie donde tu trago agónico descansa (ron jamaiquino con refresco de cola, en las rocas), te quedas absorto mirando el brillo de los granos de sal regados sobre la barra, dibujas constelaciones sobre madera. Vas a la mitad de Cassiopeia cuando notas la presencia del cantinero, adusto, atento, de frente y petrificado, espera a que elijas una de las únicas dos opciones que tienes: Pedir otro trago o conversar con él. Intentas ganar un poco de tiempo mirando el letrero con el nombre de este garito… “The Watchtower” es un buen lugar para escupir todo, sobre todo si tienes al vigía justo enfrente de ti. Afróntalo muchacho, estás sentado en el lugar común del confesionario.
El cantinero, sabio mercenario, lee tus intenciones y de la nada saca una botella de ron que planta de un golpe sobre la barra, si quieres hablar tienes que pagar más, haces una mueca y asientes, él te sirve mientras mira a la multitud del bar, hace un ademán hacia ellos y comienza a hablarte.
– La aparición de los rostros en la multitud, son como pétalos húmedos…
Lo pillas aunque no lo entiendes, sabes que has escuchado esta historia en algún otro lado cuando brota la respuesta.
– Ezra Pound…
El barman sonríe, estás dentro de ese delicado juego donde debes acompañarlo pero no superarlo.
– Tu turno…
Piensas en las últimas horas, las sensaciones, el color y el nombre que provocó que terminaras aquí frente a este tipo, decides invocarla con el eco de sus propias palabras, aunque nadie, ni siquiera tú lo comprendas.
– “Mis nervios son malos para la noche, sí, muy malos”…
Otra sonrisa cómplice.
– T.S. Eliot…
El aval de tu prueba superada, la copa y la botella son retiradas, no es necesario pagar más. Entonces él se inclina hacía ti, te pide que te acerques, tú obedeces y escuchas.
– Hijo, no estoy dispuesto a escuchar historias de idealismo y corazones rotos, solo te daré un regalo y un consejo. Primero el consejo: Todo hombre debe contar con un arma para el momento más decisivo de su existencia, y toda, absolutamente toda arma debe tener nombre de mujer.
– Creo que no entiendo de qué habla…
Es entonces cuando saca la pequeña caja debajo de la barra y la pone frente a ti. La abres y el reflejo del cañón en la oscuridad del bar te deja ciego por un momento.
– Y este… es mi regalo.
De algún modo en el fondo sabes que aceptaste una propuesta suicida.
-Queen Jane…- murmuras como tu sentencia.
Mary Quizamán dice
Fueron tus años de plenitud, de inquietud, de sueños, de rebeldía, los años en los que no entendías las palabras nostálgicas del padre exigente o la madre preocupada, esos años en los que sentías ser el único motor capaz de impulsar el vagón de la vida.
El tiempo pasó y ahora soy yo la que escucha y tú quien habla, tú que en más de 100 palabras envueltas en 5 minutos de acordes deseas a la persona que te robó el corazón desde el primer llanto y solo en ese lugar comprendes lo que es tu presente y lo maravilloso de tu pasado, deseando que ahora yo permanezca así, por siempre joven.
Conozco la energía, alegrías, dudas, gritos, caídas, que esta edad representa, las locuras que me hacen reír a carcajadas, lo poco que perder y mucho que ganar, el exceso de ganas y poca paciencia, el ímpetu por comerme el mundo sin ni siquiera tener todos los dientes, el vivir como si no hubiera mañana, el no rendirse aunque todo me invite a hacerlo. Se que quiero permanece así, por siempre joven.
Mis pasos serán siempre rápidos para que el tiempo nunca me pueda alcanzar y así permanecer por siempre joven.
Quiero seguir subiendo por la escalera que ya he construido hasta las estrellas, quiero que mi corazón esté siempre alegre, que tu canción siempre sea cantada y así permanecer por siempre joven, por siempre joven.