Para empezar, para preparar la mesa y calentar el horno para el festín, este poema de Derek Walcott:
El amor después del amor
Vendrá el tiempo en el que,
eufórico,
te saludarás a ti mismo al llegar
a tu propia puerta, a tu espejo,
y cada uno sonreirá al otro
al darse la bienvenida,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Amarás de nuevo al extraño
que fuiste tú mismo.
Date vino. Date pan.
Devuélvele el corazón al extraño
que te ha amado toda la vida, al que
Ignoraste por otro, el que te conoce
de corazón.
Tira las cartas de amor, las fotografías, las notas desesperadas,
pela la cáscara
de tu imagen en el espejo.
Siéntate. Date un banquete
con tu propia vida.
Siempre me obligué a crecer. Desde que me acuerdo. Después de que mis papás se separaron cuando yo tenía unos cuatro años. Tenía miedo de quedarme tirado para siempre. Estaba seguro que si no hacía nada, si no me empujaba, si no me pateaba y me insultaba por ser un huevón que no había vivido nada interesante, no iba a crecer y me iba a quedar ahí, gordo y sucio echando la hueva en el sillón, todo el día, viendo como la vida, con sus mejillas sonrojadas y su sonrisa radiante y sus grandes pechos, me pasaba de largo.
Esa era la única forma que había encontrado para crecer: empujarme a la fuerza, aventarme a mí mismo desde la plataforma de clavados de diez metros, aún cuando estuviera temblando de miedo y en el fondo no quisiera.
Usé la formulita un chingo de veces. Y crecí:
Cuando tenía 19 años fui con una prostituta de Sulivan. Fue mi primera vez y me obligué a hacerlo. Me daba vergüenza tener esa edad y nunca haber cogido. Además quería vivir la sordidez de la escena: las paredes descarapeladas del hotel, la tristeza de la chavita que apenas era mas grande que yo, y el vacío cuando ni siquiera me dejó tocarle las tetas y me vine a los tres minutos.
Me obligué a crecer y a viajar y a meterme a lugares oscuros donde no me habría metido si hubiera confiado en mí, si hubiera sabido que no necesitaba aventarme a ninguna experiencia, si hubiera tenido a alguien que me hubiera dicho: “tranquilo, no corras, no hay prisa, tú sólo confía en ti, escúchate y no trates de seguir a nadie”.
Supongo que eso es lo que hacen los papás. O lo que debería de haber hecho mi papá, o lo que me habría gustado que hiciera mi papá. Pero desde los cuatro años sólo lo veo a los fines de semana y nunca me dijo eso, que debería confiar en mí, que no corriera, no necesitaba presionarme para crecer. A lo mejor lo intentó, no sé, no me acuerdo. Me acuerdo que yo mismo me presionaba para parecerme a él, para ser tan sociable, tan bueno para bailar salsa y para hablarle a las chavas y echar desmadre. Quería ser tan divertido y relajado como él. Y como yo ni siquiera podía poner un pie después del otro y dar una vuelta completa con ritmo, y como nunca había tenido novia, y como era muy inseguro, no me divertía imitándolo, y no me divertía empujándome al vacío. Era muy duro forzarme a ser alguien que no era con tal de crecer, con tal de no quedarme tirado en la cama, sin experiencias y sin vida.
Pero seguí empujando y empujando y empujando. Cada vez que llegué a una etapa de mi vida donde sentí que necesitaba crecer, que estaba estancando, insulté mi pasada encarnación. Cuando decidí dejar el trabajo de las afores me insulté hasta cansarme para no volver a repetirlo: ¿Cómo había sido tan pendejo?, ¿cómo me había podido traicionarme a mí mismo así? , ¿cómo pude venderme y trabajar en una oficina ocho horas al día, de traje, preocupado por los bonos y las comisiones? Me daba asco ese Alejandro ridículo y viejo. Y como me aterraba volver a cometer el mismo error, volver a ser como él, volver a engañarme y meterme a un trabajo de mierda, tenía que ser más duro, tenia que pagar con sangre para aprender la lección, para que el Alejandro de esa etapa se quedara tan aplastado y humillado que no se le ocurriera regresar.
Estoy acostumbrado a ese mecanismo. Trituró mi última versión jurando que nunca voy a cometer los mismos errores. Me juró que jamás voy a ser tan estúpido y tan patético. A partir de ahora, sí voy a escucharme y a ser quien siempre he querido ser. Y sigo creciendo. Y sigo creciendo. Y cada vez me siento un poquito mejor conmigo mismo, pero cada rompimiento duele más que el anterior.
Es como si quisiera cortar con una novia y para salir de ahí, para estar seguro que no voy a dejarme convencer para que regresemos, tuviera que insultarla viciosamente para que por puro orgullo ya no me buscara.
Ya no quiero seguir creciendo así.
Esa herramienta que me inventé para hacer algo de mi vida me sirvió mucho, me trajo hasta aquí. Y este lugar, donde estoy parado ahora, no está nada mal: tengo una compañera que me gusta y con la que quiero compartir mi vida. Y sigo escribiendo. Y tengo un grillo morenito hermoso de tres años que me abraza y me dice papá y con cada palabra me mete cápsulas subcutáneas de alegría que se disuelven poco a poco en mi corazón.
Esa forma de crecer me trajo a este punto de la historia, pero ya no quiero más. Ya no quiero seguir usándola. Es demasiado costosa. Quiero encontrar otra forma, menos violenta, para separarme de las cosas que no me gustan de mí, para empezar una nueva etapa. Una forma que tome en cuenta a mis anteriores versiones, que las una, que no las aplaste por habérseles ocurrido existir. Una herramienta que junte a todos los Alejandros de mi vida y les diga que está bien, no hay pedo, no pasa nada con cagarla y hacer el ridículo.
Quiero aprender a crecer con amor, no a patadas. ¿Existe esa forma?, ¿podré hacerlo? ¿O estoy tan acostumbrado al viejo método que ya no puedo cambiar? Ya lo averiguaremos.
Pero bueno, en esto estaba, cuando me encontré este poema de Derek Walcott. Lo leí y se me apretó el estómago y me metí adentro de los versos: me puse a imaginar cómo sería una reunión con todos mis ex, todas las diferentes versiones de mí mismo. Me conmovió pensar que en vez de que la última versión llegue a la fiesta y se ponga a aleccionar y juzgar a los demás, a patear e insultarlos, mejor les pregunté cómo están. Y los abracé. Los felicité por echarle tantas ganas a pesar de sentirse perdidos. A pesar del miedo y la mierda. Que en vez de darles un soplamocos en la nuca por haber sido tan pendejos, mejor les agradezca por haberme traído hasta aquí.
Voy a invitarlos a pasar. A la fiesta.
Al Ale de cuatro años con su pelo chino y largo que estaba muy triste y no tenía ni puta idea de lo que pasaba cuando su papá dejó de llegar a dormir todos los días con ellos. Al que iba a la primaria y se sentía incómodo porque era una escuela de paga y todos sus compañeros tenían casas muy grandes y mucho dinero. Al que se acostó con una puta porque no quería ser virgen toda la vida. Al que se fue a Barcelona y quería ser escritor con toda su alma y escribía y escribía y escribía y prefería escribir a vivir porque así se sentía más seguro. Y al que trabajó en una tienda de flores de Bach por un salario de mierda con un jefe de mierda. Al que era duro y disciplinado y tuvo un maestro espiritual y quería ser perfecto, sin una pizca de oscuridad. Al que vendió afores en Profuturo GNP y estudiaba libros de ventas para aprende a cerrar la transacción y que se prometió ser el mejor vendedor de su gerencia. Al Ale de mi última versión, el que leía libros de negocios y de startups y pensaba que era un “emprendedor”. A este Ale, el que acaba de decidir que sólo quiere ser escritor y quiere dedicar toda su energía a vivir de eso, de escribir, nada más. Lo que más le ha gustado desde la primera de sus versiones.
Voy a prepararles un café (bueno, al Ale chiquito, un refresco). Y voy a escucharlos, realmente, y voy a averiguar cómo se sienten, y por qué hacen lo que hacen. Y luego voy a darles las gracias. ¡Y vamos a comer y a tomar vino (al chiquito sólo refresco) y a morirnos de la risa! ¡Vamos a darnos un festín, vamos a desvelarnos y a atascarnos con nuestra propia vida!
Esta versión del poema de Derek Walcott en español me la aventé yo mismo, así que se reciben comentarios o mentadas.
¿Y ustedes? Cuéntenme de sus diferentes versiones. O del poema, o de lo que quiera. Los comentarios son suyos.
Javier. dice
Azarosa es la tarea de sentarse cada noche a la orilla de la cama de sueños que somos, y pensarse. Pensarse una y mil veces, sin miedo, sin máscaras, sin mejores o peores versiones. Sin secretos, sin recelo del qué dije/diré de mí mismo.
Satisfactorio es después de menuda tarea, saber que lo que se ve, se vive y se piensa, es lo que se ve en el espejo y sin esperar reconocimiento, saber que la gratitud es para con uno mismo que se permite todos los días hacer lo que más desea contra viento y marea.
Encantadora historia, gracias por escribirla.
“Llega a ser el que eres”
Píndaro.
Ale dice
Llega a ser el que eres. Nada mas que el objetivo más importante; pelar las capas de basura y encontrar el diamante que siempre ha estado en el fondo.
Me gusta lo de la cama de sueños.
Un abrazo y un gustazo leerte por acá.
Balam-ha' dice
Esta bien bonito el poema y sobre todo lo que escribiste.
Me puse a pensar en mis otros yos y creo que yo nunca he podido hacer algo tan radical, siempre he intentado incorporar quien yo era antes. Los absorbo como Majin Bu y así me transformo.
Nunca he rechazado quien fui pero por eso siento que tengo muchos de los mismos problemas de hace 10 o 15 años.
Como decía Herman Hesse : ”El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios es Abraxas”.
La cosa es que yo siempre he tenido miedo de romper el huevo y tu siempre lo has hecho y luego le has prendido fuego para de ahí volver a nacer. Creo que ahora solo se trata de hacerlo sin maldecir lo viejo, solo aceptando que ese Alejandro ha muerto y dandole las gracias.
Ale dice
Sí, chaval.
Es lo que estoy aprendiendo, creo que se puede cambiar sin insultar, con más amor. Sigo intentando, pero está duro, hehe. Sigo profundizando y bajando para agarrar más práctica.
Alexis dice
Muy buena reflexión, Alejandro.
Me he logrado identificar mucho con tu historia, me veo envuelto constantemente en aventurarme a lo desconocido, hay un instinto que me carcome lentamente y es el que me pide crecer y crecer, un hambre invisible que me obliga a llenarme de vida, de sabiduría, de experiencias. Es como si me preparara para una gran batalla, como si caminara dirigiéndome al coliseo sin saber a quién o qué me voy a enfrentar. Solo se que cuando este ahí quiero dar un gran duelo.
Y si la única forma viable que encuentro para saciarme de esto es empujarme hacia el vació, me aviento sin más. Tal vez algún día me arrepienta de orillarme a ciertas situaciones en mi vida, o puede que con orgullo se sumen a mis cuentos sobre victorias y aciertos.
Lo importante es seguir caminando, ¿no?
“Cada error en cada intersección
no es un paso atrás, es un paso más.
Cada curva en cada borrador
no es un paso atrás, es un paso más.”
-https://www.youtube.com/watch?v=b15YwZdo6aU
Ale dice
Alex. Que chido leerte por aquí.
Sí, yo creo que aventarse al vació está chingón pero, sólo si es lo que te dice tu corazón, tus entrañas. No las ideas, porque al menso en mi vida las veces que he usado las ideas como mapas, he terminando muy mal, no haciendo caso a los rugidos de mis entrañas.
Pero sí, coincido que al final de cuentas, incluso ahora con la nueva herramienta, no voy a dejar de equivocarme.
¡Abrazos!
Ferra dice
Muy buena Ale, gracias por compartir la historia. Me sentí identificado con varios pasajes. Un gran abrazo!
Ale dice
¡Gracias, Ferra! Que gustazo leerte por aquí. Wohooo. Abrazos.
Klauzzen Rosales dice
Se los dije. Yo también quiero una reunión con las versiones anteriores de mi misma. Mis respetos a @alejandrotuit benditas tus letras.
Juan carlos Escobar Monroy dice
Meterse dentro de uno para buscar respuestas, duele como si te clavaran un cuchillo en el estomago felicidades , estar en el camino que buscas sigue adelante.
Ale dice
auuch, hasta me dolió la imagen: sí, así duele. como cuchillo oxidado, pero, la cortado, sirve para que salga la sangre y se renueve con el aigre. ¡Bienvenido al blog!