Es domingo en la mañana. Hace una hora me metí a lashistorias.com.mx, la página de Alberto Chimal y me encontré con un cuento de Yukio Mishima, uno de mis escritores favoritos y al cual tenía años sin leer. Años. Desde que tenía 21 años y vivía en Barcelona y leía emocionado Lecciones espirituales para jovenes Samurais o Nieve de Primavera. Entonces creía encontrar en sus libros algo más; creía sentir emanar de ellos una brillante fuerza espiritual, como si el autor volteara la cabeza ignorando las minucias y distracciones del mundo y se cocentrara en lo lo importante, despreciando las futulidades de la vida y sobre todo la muerte.
En ese tiempo me agarré de Mishima como me agarré de tantas otras cosas con una fuerza inusitada, como si de ese tenue hilo de “verdad” y “dirección” que había encontrado pendiera toda mi vida y mi futuro. ¡Y cómo no! La belleza de sus personajes y la sobriedad y fuerte sensación de destino de todos de ellos saltaba de las páginas, diciendome al oído que había algo más, que la vida se podía vivir con honor y dirección y no siendo una guiñapo arrastrado por los caprichos del viento y las emociones humanas.
Recuerdo de sus libros la admiración que Yukio tenía por los hombres de acción y como veía él la sonrisa de estos después de un día de fuerte ejericio y presencia física.
Yukio soñaba con esto. Por eso empezó a hacer ejercicio hasta volverse musculoso, como siempre había soñado ser. Luchó continuamente por alcanzar el ideal que de sí mismo y de los “hombres verdaderos” había hecho en su cabeza. Y llevó este ideal al límite: El 25 de noviembre de 1970 se abrió el estomago por medio del seppuku, el antguo ritual que usaban los samurais para morir gloriosamente, lejos de cualquier muerte por causas naturales.
Hoy después de estos años leo este cuento de Mishima y no puedo ver más que una tristeza desoladora. (Por supuesto su calidad de escritor es incuestionable, es, para mí, quizás uno de los escritores que mejor han podido retratar la belleza de manera tan simple y tan helada). Pero el cuento, aunque muy hermoso es desolador. Leerlo esta mañana de Domingo me tocó y revolvió muchas cosas. Al final me sentí muy triste y perdido, como cuando vivía en Barcelona y tenía 21 años y leía a Yukio Mishima buscando guía o dirección. Me recordó la veces que escogo seguir ideas o a un yo mismo ideal alejado de la realidad, de mi corazón y de lo que realmente percibo. Mi presente y lo que siento y soy rompe cualquier idela a la que pueda aspirar y todos los ideales, al final, desparecen entre el humo; sin embargo, la fuerza, la claridad y la brillantez del corazón, cuando no estoy tan sordo y puedo oirla, me lleva siempre lejos de cualquier senda idealizada y de cualquier concepto.
Lean el cuento de Mishima aquí, es precioso. Y también les recomiendo la página de Alberto Chimal, escritor mexicano que acaba de escribir su primer novela titulada Los esclavos y que en cuanto la lea comentaré aquí.
Finalmente este es el comentario que dejé en la página de Chimal y que resume lo que me hizo sentir el viejo Yukio esta mañana:
“Es un cuento brutal e impactante. Muy doloroso y hermoso, como todo lo que escribió Mishima. Demasiado hermoso y demasiado doloroso. La belleza lo inunda todo: cada paso preparativo de la muerte, y la muerte misma; el rojo de la sangre y el vestido blanco de Reiko. Además todo el texto está salpicado por algunas frases descriptivas asombrosas, demasiado bellezas e impresionantes que te sumergen en el mundo de Mishima, por ejemplo: “Durante los primeros meses que siguieron a la boda, la belleza de Reiko se hizo cada día más radiante. Brillaba, serena, como la luna después de la lluvia”. ¡Que simpleza y que bella imagen!
Lo más doloroso es que Yukio haya hecho lo mismo consigo, persiguiendo la belleza y el honor que describe en su cuento. Ese es el peligro de leer a Mishima: es tan magistral y sus palabras te transmiten una cualidad tan espiritual que es fácil creer (tal vez como creyó él) que haya algo más bajo todas esas ideas; la idea de la muerte, la idea del honor, la idea del seppuku y la belleza.
En todo lo que he leído de Yukio hay una soledad inmensa. Siento una extraña mezcla de admiración y profunda tristeza por él después de leer este cuento. Se me hace devastador ver lo lejos que llegó persiguiendo una idea, o más bien lo que había debajo de esa idea y que no supo encontrar en ningún otro lado”.